Esta semana discutía con otra mujer que el asesinato de una niña de trece años en El Salobral era un asesinato machista y ella me rebatía que no lo era. Pretendía convencerme de la teoría del “crimen pasional” y, por supuesto no lo consiguió.
A lo largo de la semana este tema ha salido en diferentes ámbitos de mi vida y me da la impresión de que estamos dando un paso atrás en la consideración de este tipo de terrorismo, el que nos mata a mujeres y niñas por serlo.
Además y, supongo que gracias al tratamiento informativo que los grandes medios de comunicación le dan a este tipo de noticias, la sensibilidad de la gente también está cambiando, pero a peor.
Y volvemos a escuchar o leer, aquello de “algo le habría hecho ella”, o “el hombre era un hombre normal y corriente” y sobre todo está aumentando escandalosamente el mito de las denuncias falsas por intereses económicos de las mujeres.
Y, por supuesto el cuestionamiento de la legalidad vigente sobre los beneficios que obtienen las mujeres y los perjuicios de los “pobres hombres” vuelve a cobrar fuerza.
A estos pasos atrás considero que están ayudando y mucho, no sólo el tratamiento informativo que de este tipo de noticias dan algunos medios de comunicación empeñados en mantener un sistema desigual y asimétrico como lo es el patriarcado, sino también algunos silencios más que simbólicos. Y hablo de los silencios institucionales, a los que se enganchan como lapas quienes defienden precisamente esas desigualdades y que son el origen del terrorismo machista.
A estas horas, todavía no he escuchado a nadie, ni mujer ni hombre, del Gobierno, ni del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, ni del Instituto de la Mujer que son quienes tienen las competencias en esta materia decir ni una sola palabra sobre este tema. Y por supuesto, nuestro flamante ministro de Justicia tampoco ha abierto la boca para hablar de esta pérdida de la vida de esta niña, a pesar de ser un gran defensor de la vida humana, sobre todo de aquellos seres que todavía no la tienen.
Estoy convencida que esos silencios son tan culpables por la complicidad que conllevan y por la falta de posición clara, como quienes justifican al asesino y a los maltratadores con argumentos del tipo: estaba en el paro, tenía problemas con el alcohol, o tuvo un ataque de celos y con eso ya se queda el tema zanjado.
Me da la impresión de que con la vuelta de la derecha más recalcitrante al poder del Estado, los viejos valores de la desigualdad entre mujeres y hombres van saliendo de sus madrigueras en las que estuvieron resguardados mientras se tomaban medidas que favorecieran realmente la igualdad. Y lo vamos comprobando con ejemplos como los que expongo más arriba cuando se justifica al maltratador o al asesino de mujeres, o con lo que ocurrió hace unas semanas con el misógino energúmeno aquel que pronunció aquella frase tan inmoral y misógina que decía: “Las leyes son como las mujeres, están para violarlas”. No se le condenó públicamente por parte de sus secuaces del partido gobernante, cuando en su expresión daba carta de naturaleza a la violencia simbólica y estructural hacia las mujeres más feroz que se puede ver en una democracia.
Y justamente esta semana, mientras explicaba a un grupo de personas relacionadas con la comunicación y las ONG’s la importancia de un uso no sexista del lenguaje o lenguaje inclusivo, recordé e incluí en mi discurso una frase de Simone de Beauvoir que en su libro “Memorias de una joven formal” decía aquello de: “Mi educación, mi cultura y la visión de la sociedad tal como era, todo me convencía de que las mujeres pertenecían a una casta inferior.” Y lo incluí para reflexionar sobre cómo nos están llevando, de nuevo, a espacios ya superados en parte, para que las mujeres nos volvamos a convertir en seres subsidiarios que parimos, cuidamos pero callamos y obedecemos, puesto que ese es nuestro estado natural.
Y con este Gobierno y la excusa de la crisis en ciertos momentos y ámbitos creo que lo están consiguiendo.
Tampoco ayudan mucho, todo hay que decirlo la consideración y la imagen que de las mujeres se está dando en la campaña presidencial de los USA con los dos candidatos que nos consideran casi como seres meramente gestantes y poco más.
Pero sigamos dentro de nuestras fronteras que en este estado en el que vivimos tenemos ejemplos más que suficientes.
Por supuesto que hay otros espacios que le sacan el polvo a viejas ideas como la de “buena esposa y madre abnegada al servicios de la familia” para sacarnos de los espacios públicos y laborales y devolvernos a los hogares y a las tareas “propias de nuestro sexo” como ellos mismo las califican. Evidentemente me refiero a los de faldas largas y negras que con su eterno silencio con todo lo referente al terrorismo machista, consienten que este tipo de actitudes misóginas pasen desapercibidas para una parte de la sociedad.
Ellos y quienes nos gobiernan están transmitiendo una imagen de mujer que debe volver a los hogares y renunciar a su propia libertad incluso aunque la maten a golpes.
El espacio simbólico que transmiten quienes gobiernan y callan y los de faldas largas y negras es un espacio completamente violento para las mujeres, puesto que mantienen las desigualdades más brutales al negarnos nuestras libertades para con nosotras mismas, para con la sociedad, puesto que una sociedad más igualitaria redunda en el conjunto de la comunidad en la que vivimos todas y todos pero ellos quieren frenar a cualquier precio esas libertades que con años, luchas y vidas humanas hemos ido conquistando.
Posiblemente esta regresión que percibo sea sólo puntual, porque afortunadamente somos muchas las personas que seguimos en la brecha de la lucha por la igualdad más real posible y por la denuncia continuada de estos silencios cómplices que permiten que el terrorismo machista haya arrebatado ya más vidas que el terrorismo político o religioso, aunque se siguen negando a definirlo como tal.
Posiblemente sea una visión un tanto negativa de esta realidad que se empeña en ser tan dura y sólo sea una sensación pasajera, pero me preocupan por igual los silencios cómplices como las voces que se están alzando para desprestigiarnos a las mujeres víctimas o no de este terrorismo que nos mutila física y psicológicamente y que no lleva en demasiados casos hasta la muerte, aunque sea la de una niña de trece años asesinada por quien afirmaba amarla ¿Acaso no es esto terrorismo puro y duro?, ¿Quién puede dudarlo? Y ¿Por qué tanto silencio y falta de condena pública por parte de las autoridades?
Insisto en que, afortunadamente Internet y las redes sociales han democratizado también las condenas públicas y aquí está la mía para todos aquellos que callan o permiten la pervivencia de esquemas y estereotipos desiguales y asimétricos que nos matan a las mujeres y a las niñas, como en el caso de El Salobral.
Teresa Mollá Castells
tmolla@teremolla.net
La Ciudad de las Diosas