En la provincia de Guadalajara, Pastrana, la capital de la comarca de la Alcarria, ha sido escenario de intrigas políticas, historias de palacio, arrestos, reclutamientos religiosos, amores y pasiones, traiciones, ambición… Historias reales y de ficción que se han entremezclado a lo largo del tiempo dejando en el aire leyendas y huellas imborrables.
No sabemos a vosotros, pero a nosotros nos encanta visitar lugares impregnados de su Historia. La belleza de muchos municipios se ensalza cuando se conoce el qué, cómo y porqué determinadas construcciones, monumentos y calles están situadas en un lugar. Muchas veces, es una de las formas más efectivas de acercarse a la Historia y comprender usos y costumbres de sus habitantes, así como curiosidades insólitas menos conocidas popularmente.
Pastrana actualmente tiene una población que no llega a 1.500 habitantes. Al poner los pies en sus calles, no es difícil hacer un viaje con la imaginación, pestañear lentamente y trasladarse al renacimiento, en el s.XVI, época de gran esplendor en la que se convertiría en Villa Ducal.
Llegaban los primeros Duques de Pastrana, Príncipes de Éboli, al municipio. Con ellos, comenzaba una época de prosperidad en la localidad. La diferencia de edad entre los duques no era sino una consecuencia más de un matrimonio concertado. Los cónyuges, uno noble portugués que se convirtió en hombre de confianza de Felipe II, y ella hija única de una familia noble acaudalada, nieta de los condes de Cifuentes, contrajeron matrimonio, aunque debido a la corta edad de ella este no se pudo consumar hasta varios años después.
Con la llegada de los Duques, en el municipio comienza la fundación de la Colegiata y dos conventos, uno masculino y otro femenino de las Carmelitas Descalzas, de manos de Santa Teresa de Jesús. Además se produce la llegada a la localidad los moriscos tras la sublevación de las Alpujarras, formándose un barrio de carácter artesanal, el Albaicín, situado a las afueras del núcleo central, orientado al mercado de la seda, donde destacan tejedores y que gozó de gran prestigio hasta varios siglos después.
Cuando su marido, Ruy Gómez de Silva, Duque de Pastrana y Príncipe de Éboli fallece, ella decide meterse a monja en el convento de la Villa Ducal. Pero el carácter de esta mujer y su trayectoria personal no estaba muy orientada a la vida de pobreza y recogimiento, así que sus exigencias y comportamiento provocaron que tras una complicada convivencia, las monjas junto con Santa Teresa de Jesús acabaran abandonando el convento y dejándola sola allí.
Lo cierto es que cuando Felipe II fue consciente de tener al “enemigo en casa” además de “supuestamente” conocer la relación “escandalosa” de ambos, ordenó, a parte de la detención de Antonio Pérez, quién consiguió escapar finalmente, el arresto de la Princesa de Ébolí, quien estuvo retenida junto a sus hijos tanto en la Torre de Pinto primero, como posteriormente en el Castillo de Santorcaz, hasta acabar en su palacio Ducal de Pastrana, recluida en la torre levante, con las ventanas enrejadas y expoliada de la custodia de sus bienes y sus sucesores.
El único contacto visual con el exterior que la princesa podía tener era a través de una de las ventanas durante una hora por las tardes, cuando podía asomarse a la Plaza Mayor y ver la vida pasar… Desde entonces la plaza fue rebautizada como la “Plaza de la Hora”.
La Princesa de Éboli falleció tras trece años de encierro. Sus restos descansan junto a los de su marido en la cripta de la colegiata de Pastrana.
Numerosas hipótesis rodean los motivos por los que Felipe II, bien relacionado durante años con Los Príncipes de Éboli, pudiera haber sido tan cruel con el encierro de Doña Ana de Mendoza. En esos tiempos no estaba bien visto que una viuda rehiciera su vida, y aun menos con un hombre casado. Por otro lado, Antonio Pérez, hombre ambicioso disponía de información privilegiada y fue actor de maniobras sospechosas contra el Rey, y la vinculación con la princesa la convertía también en sospechosa. También se ha barajado el aprecio que tenía el monarca por los hijos nacidos del matrimonio de los duques de Pastrana, y el como pudo querer proteger sus bienes, dado que su madre no estaba resultando ser buena administradora. Si a eso le sumamos la leyenda de que quizá en algún momento Felipe II y Ana de Mendoza pudieran haber sido amantes y mil leyendas e historias más, este entramado queda abierto para historiadores, que desde diferentes interpretaciones aun no han podido encontrar una clara confirmación del por qué de determinadas actuaciones.
Pastrana en los años 60 fue declarado Conjunto-Histórico-Artístico. En su haber se encuentra el Palacio Ducal, que hoy pertenece a la Universidad de Alcalá, siendo el Observatorio de la Sostenibilidad. Tiene sus conventos, la colegiata de estilo gótico y renacentista terminada en el s.XVII que alberga una importante colección de tapices y que, en su coro, llego a tener unos cuarenta canónigos.
Por otro lado, existen indicios para pensar que existió una sinagoga ubicada en donde hoy reposa una casona que tiene grabada en su fachada la estrella de David, así como otros detalles decorativos. Adicionalmente, resalta La Fuente de los cuatro Caños del s.XVI que es una de las fuentes rurales más antiguas conocidas…
Podemos continuar con la Casa de la Inquisición, el Palacio de Burgos, con el escudo de la familia perfectamente conservado en su fachada y, como no, a parte de sus monumentos varios, el paseo por sus callejuelas que con el tiempo, como la vida misma, van evolucionando aunque rezuman aroma a “Historia” y “pasado”, combinado con un presente vivo y más pausado que los enredos del s.XVI.
La Alcarria resuena en nuestra mente con el dulce sabor de su miel, la infinita vista a sus valles y lechos parcelados entre verdes, ocres, marrones… La Alcarria trae a nuestra memoria la ágil pluma de Camilo José Cela, tiene un sabor muy nuestro… Y Pastrana, capital de la comarca, nos enseña un eslabón más de la cadena que forma la Historia de España…
¿Tienes planes hoy?
Ubicación en Google Maps