Mi tía no era una buena cocinera pero bordaba algunos platos. Este era uno de ellos. Le daba un toque especial que solo sabía darle ella y, en aquellos tiempos, cuando las familias no nadaban precisamente en la abundancia (casi como ahora) tenía un mérito enorme convertir apenas dos ingredientes en un bocado delicioso.
Tal vez ahora sea el momento de recordar aquella cocina sencilla y económica a la que, desgraciadamente y por obligación, muchas familias tienen que volver, aunque para mí sea un placer.
Siempre he apoyado la cocina tradicional aunque para muchos les suene a "viejuno".
Ingredientes:
- Patatas
- 1 cebolla
- 3 ó 4 dientes de ajo
- 2 rebanadas de pan de barra
- Unas hebras de azafrán
- Un poco de vino blanco
- Caldo de pollo o pastilla de caldo
- Laurel
- Perejil
- Sal y pimienta
- Aceite de oliva
- Huevos
Elaboración:
Ponemos aceite en una cazuela, doramos el pan y lo pasamos a un mortero.
En ese aceite freímos la cebolla y los dientes de ajos cortados a trozos no demasiado pequeños. Cuando estén dorados los incorporamos al mortero. Majamos bien y añadimos el vino. Mezclamos.
Partimos las patatas a trozos medianos, las echamos a la cazuela y las rehogamos un par de minutos junto al majado. Salpimentamos, ponemos el laurel, el perejil y las hebras de azafrán. Mojamos con el caldo y cocinamos hasta que las patatas estén tiernas. Rectificamos de sal.
Finalmente, los huevos. Tapamos la cazuela 2 o 3 minutos. Espolvoreamos con perejil y servimos.