Paternidad cuidadora: El raro

Por José Mª Ruiz Garrido @laparejadegolpe

El mes pasado fue un mes intenso. Será porque es marzo, será porque parece que los padres tenemos más presencia en las celebraciones y en las conversaciones, por aquello del Día del Padre (el 19 de marzo en España). Campañas publicitarias, actividades especiales de los peques en el cole, regalos... Y ahora también vemos que muchas publicaciones dedican artículos y reportajes sobre la figura paterna en la crianza. Una de estas publicaciones es la Revista Digital de AHIGE, la Asociación de Hombres por la Igualdad de Genero (aquí su ), que dedicó su número de marzo a las paternidades cuidadoras como tema del mes, y nos invitó a algunos padres comprometidos a compartir nuestro testimonio y nuestras experiencias. Os dejo aquí mi pequeña colaboración, y os invito a visitar al resto de colaboradores y demás contenidos de la revista. Es nuestro pequeño granito de arena en la lucha por una igualdad de género real, desde el papel que nos ha tocado, y concienciar y visibilizar la figura del hombre igualitario.

Aquí podéis encontrar mi , y aquí el resto de colaboraciones para el tema del mes: Paternidad Cuidadora.

La última hora y media ha sido un no parar: desayunos, ropa, zapatos, mochilas, gomillas para el pelo. En esa hora y media da tiempo a mucho, y a poco. Esto no puede ser la paternidad, me digo a menudo. Camino del colegio, de la mano los tres, intento animarlos, y que lleguen alegres y con ganas. Hoy la pequeña lleva tareas a clase, un mural y unos recortables, así que está impaciente por llegar. Antes de que entren, nos repartimos besos. Más por pura necesidad mía, por egoísmo. Necesito sentir que la paternidad es en realidad algo más que esta última hora y media.

Tras dejarlos entrar por las puertas del colegio con el resto de niños y niñas, empiezan a formarse los corrillos de madres. Hay también algún que otro padre, y dos o tres abuelos. Como muestra estadística, son abrumadora mayoría. Si miro alrededor, solo veo mamás. Me llevo bien con ellas, charlamos, nos contamos batallitas de nuestros pequeños, un repaso rápido al estado de revista. Ha llegado un punto en el que nos conocemos por el nombre de nuestros pequeños, pero formamos una especie de pandilla paralela. Para el caso, las charlas son lo de menos. Y en los grupos virtuales del WhatsApp, la proporción viene a ser parecida. Apenas seremos cuatro hombres entre unas cuarenta madres. Camino de vuelta a casa, como tantos días, pienso en la pauta que se repite; sigo siendo el raro.

Raro por poco frecuente, mis rarezas son otro tema. Es poco frecuente encontrar mas de dos o tres hombres solos jugando con sus hijos cuando vamos al parque infantil. O parejas, los dos pendientes de los juegos de sus hijos. Normalmente cuando los dos padres están en el parque no suelen interactuar demasiado con el resto, están a sus cosas, entre ellos, o el papá se dedica a jugar a la pelota con el chaval. Suelen ser parejas jóvenes, y suele ser siempre en fines de semana. Como no sea fin de semana, es complicado. Lo que me hace pensar que en parte, uno de los principales problemas para alcanzar un cierto nivel de igualdad, ya sea en temas de crianza como de género en general, es la conciliación laboral. No es el único, ni siquiera creo que sea el principal, pero sí es importante. Incluso determinante en muchos casos.

Ocurre que cuando hay que acudir a los servicios de pediatría te encuentras con el mismo síntoma social. La pauta es la misma, es raro encontrar a otro hombre solo llevando a su pequeño o pequeña a la consulta. Los hay, pero es raro. Incluso en una ocasión en la sala de espera llegaron a preguntarme por la ausencia de la madre. En estas situaciones hay más factores. La -no tan- sutil diferencia la encontramos en el trato del personal, desde el administrativo al médico. En caso de que estén los dos padres, siempre -imagino que habrá excepciones- se dirigen principalmente a la madre. Aquí el papel del hombre pasa a ser muchas veces de mero acompañante, a menos que se presente solo. Tanto da que estéis llevando a mellizos y cada uno está lidiando con uno de ellos. Es una de esas ocasiones en las que me siento protagonizando una película, no la vida que pensaba tener, y vuelvo a pensar eso de esto no puede ser la paternidad. Sé por mi experiencia que no soy el único que se siente incómodo con esto, pero no sé por qué razones, son situaciones que se repiten. La pauta. En casi todas partes.

En la puerta de los colegios, en los parques infantiles, o en los centros de salud. Pero también en la playa, en los restaurantes, en los centros comerciales... Y en internet. Ahí también soy uno de los raros. También por mis rarezas, pero eso aquí no viene al caso. Internet, más allá del omnipresente Facebook, llega a parte de la sociedad. Los blogs y páginas especializadas son un mundo, diminuto, que aún está oculto -o guardado- para muchos. Está ahí, disponible, y quien más quien menos lo consulta en caso de necesidad o de curiosidad. Como me ocurrió a mi cuando supe que iba a ser padre. Busqué páginas y blogs sobre maternidad y paternidad. Y allí volví a encontrar la pauta. Encontré la misma proporción de mujeres y hombres, incluso más acentuada. De cien blogs que podía visitar, apenas dos o tres estaban escritos por padres. Y algunos desde puntos de vista alejados del sentido estricto de la paternidad y la crianza. ¿Es por el rol asumido desde generaciones por cada género en la crianza? ¿Es por la falta de una conciliación efectiva e igualitaria? ¿Por las convenciones culturales establecidas? ¿Por ignorancia?

No, la culpa es nuestra.

Los hombres -la mayoría- no sabemos hablar de sentimientos. Estamos aprendiendo. Llevamos una mochila pesada, que hemos heredado y asumido. Las emociones son cosa de mujeres, la ternura, los cuidados, la empatía, son cosa de las madres. Hemos heredado y asumido un miedo social a parecer débiles. A hablar abiertamente de amor, de sentimientos y emociones. Esto no puede ser la paternidad.

Uno, que tiene un blog sobre paternidad, se para a pensar sobre qué temas escribir, qué historias contar, y cómo hacerlo para que resulte atractivo, claro. Las fotos son importantes. Así que me veo repasando la galería del móvil, una y otra vez. Rememoro anécdotas y momentos, y más de una vez no puedo evitar sonreír al recordar alguna situación. Este repaso es una especie de sanación. Me da una segunda o tercera revisión, me permite masticar lo vivido, analizarlo incluso. Una segunda oportunidad de ver y sentir detalles que se me hubieran pasado por alto por la inercia y el ritmo estresante de la crianza. Pensar, y ser consciente.

Estoy aprendiendo a contar esos sentimientos. El blog es una sanación, y una terapia, activa y exhibicionista. Porque te obliga a procesar y expresarte. Y además, tenemos público. Si fuera un diario íntimo muchas cuestiones se mantendrían enterradas, pero las lanzas al mundo, porque quieres cambiarlo. Yo quiero cambiarlo, cambiando yo. Quiero que las pautas cambien. Yo ya estoy cambiando.

No soy el hombre que pensaba que sería. No soy el hombre que pensaba ser. Solo intento ser el hombre que quiero. O el que me gustaría, para mis hijos. Imagino que cada hombre que descubre -no la encuentra, no es intencionado- una bifurcación en su vida en la que tiene que elegir qué hombre quiere ser, tiene unas motivaciones específicas determinadas por su propia mochila personalizada; su familia, su educación, su experiencia, sus taras, incluso sus miedos. En mi caso la mochila estaba bien repleta, necesitaba ayuda para cargar con ella y no arrastrarla. Mi pareja tomó mi brazo, y me guía, siempre. Pero la motivación última para cambiar de camino en la bifurcación, a el camino que quiero ser, fueron mis hijos. No es que quiera ser el mejor padre. Es que quiero ser la mejor persona, completa. Quiero que la mochila de mis hijos no sea como la que arrastraba y sigo arrastrando yo. Quiero cambiar la pauta, y que uno no sea el raro por criar a sus hijos, por llevarlos al colegio, o a jugar al parque, o al pediatra.

Me pongo a escribir. O lo intento al menos. Tras dejar a los mellizos en el colegio, ahora me toca desayunar a mí, así que pongo la cafetera y el ordenador en marcha. La cabeza ya lo está hace un buen rato.

Me pongo a escribir. Y no tengo ni idea de por dónde empezar.