Ni el motivo que supuestamente persigue esta celebración ni la excusa histórica en que se basa soportan un planteamiento racional y sensato. En primer lugar, porque no hay necesidad de concienciar agradecimiento alguno hacia el padre, por cuanto tal sentimiento depende de la educación y la crianza que los hijos hayan mamado en el seno de cada familia. Más bien son necesarias más escuelas y más facilidades para la educación. Y en segundo lugar, porque no parece apropiado relacionar una festividad religiosa, cogida por los pelos, para honrar la paternidad, ya que escoger como símbolo, en los países de tradición católica, a san José, el padre putativo de Jesús, resulta no sólo artificial sino contradictorio, puesto que según la Biblia el marido de María no fue padre ni contribuyó en nada a la concepción milagrosa de su supuesto Hijo. Si se hubiese seleccionado este santo para conmemorar el Día del Hijo No Natural, a lo mejor esta leyenda religiosa hubiera resultado más oportuna y acertada.
Salvo para la actividad mercantil, que así incrementa sus ventas, el Día del Padre es el invento más inútil y bochornoso que existe en el calendario de festividades. Aparte de su carácter comercial, parece premeditadamente instituido para consolidar un modelo de familia y un contexto social determinado, basado en el matrimonio heterosexual tradicional, en que el patriarcado configura una estructura social machista dominante. Si sólo fuera por ello, el oprobio que causa es suficiente para suprimir esta conmemoración. Pero es que, además, el patético Día del Padre aumenta el número de ingenuos que se guían siguiendo reclamos comerciales y expresan sus sentimientos por indicación propagandística, no por sincera y espontánea voluntad. ¡Puaf!