Patria cuenta la historia de dos familias, en principio amigas y poco después separadas por la muerte en atentado terrorista de uno de sus miembros. El Txato, la futura víctima, ha construido una próspera empresa de transportes desde la nada. Cuando ETA se fije en él y le exija el pago del impuesto revolucionario, su negativa a hacerlo (no una negativa firme, sino un intento de aplazamiento), va ser su perdición. La otra familia va a acoger en su seno a un futuro terrorista, Joxe Mari, cuya huida a Francia para unirse a ETA va a cambiar radicalmente las convicciones de su madre, Miren (que en su día lloró la muerte de Franco), hasta el punto de convertirse en una seguidora radical de la izquierda vasca. Mientras tanto, el resto de miembros de ambas familias reaccionan como pueden al aislamiento del Txato (que de un día para otro se convierte en persona non grata en el pueblo) y a su posterior asesinato. Algunos sacan la nobleza que llevan dentro y otros sus demonios. Mientras tanto, la viuda, Bittori, trata de sobreponerse a tanto dolor y, con el tiempo, cuando la banda terrorista anuncie el fin de la violencia, tratará de comprender lo que ha sucedido y recabar el punto de vista de las demás partes implicadas, teniendo siempre presente la necesidad de que los responsables, cuanto menos, sean capaces de pedirle perdón.
Quizá el mayor logro de la novela de Aramburu sea la descripción del ambiente asfixiante de la vida en un pequeño pueblo vasco durante los años ochenta y noventa, en el que la militancia abertzale es obligatoria y debe demostrarse todos los días. El nacionalismo radical ahoga cualquier otro conato de idea o debate e inunda la localidad de cartelería, de pintadas, de manifestaciones y de apoyo incondicional a los gudaris que se sacrifican por la libertad del pueblo vasco. El ambiente se parece más al descrito por Orwell en 1984 que a la pretendida sociedad que busca sus raíces y su identidad en contra de los opresores españoles. En este microcosmos destacan dos personajes que se mueven en la penumbra, sin exponerse jamás a ser molestados por la justicia, pero que manejan los hilos de la presencia abertzale en la localidad, controlando a todo el mundo y denunciando a los posibles disidentes: el cura y el dueño de la Herriko Taberna.
Mientras tanto, una parte estimable de la juventud admira a ETA y unos pocos de éstos se atreven a unirse a la organización, después de haber efectuado con éxito prácticas en la lucha callejera. ETA aparece aquí como una organización monstruosa que devora a sus propios hijos, como una mafia que controla las mentes y los corazones de buena parte del pueblo vasco y que ni siquiera de un trato adecuado a sus nuevos militantes, que pronto son víctimas de un caos organizativo que terminará exponiendo a muchos de ellos a una fácil captura por parte de la Guardia Civil. Como dice uno de los personajes:
"ETA debe actuar sin interrupción. No le queda otro remedio. Hace tiempo que ha caído en el automatismo de la actividad ciega. Si no hace daño, no es, no existe, no cumple ninguna función. Este modo mafioso de funcionamiento está por encima de la voluntad de sus integrantes. Ni siquiera sus jefes pueden sustraerse a él. Sí, bien, toman decisiones, pero eso es solo aparente. En ningún caso pueden no tomarlas porque la máquina del terror, una vez que ha cogido velocidad, no se puede detener."
Pero Patria no es solo una novela sobre ETA y su influencia en la sociedad vasca. Contiene también un espléndido retrato de personajes que hacen que el contexto en el que desarrolla la narración sea mucho más creíble. Además, no todo queda en una crítica a la izquierda abertzale. Tampoco el Estado y la Guardia Civil salen muy bien parados, cuando se describen las torturas sistemáticas a las que sometían a los presuntos terroristas detenidos. Un círculo vicioso que se retroalimentaba y del que, afortunadamente, ya prácticamente se ha salido. Ahora queda mirar al futuro sin perder de vista jamás un pasado cuyos errores no deben volver a repetirse. Quizá la fórmula adecuada sea la que propone el propio Aramburu en una entrevista concedida al suplemento cultural Babelia:
"Ahora se está dando en Euskadi (aunque cuantitativamente los crímenes no se pueden comparar con los de Hitler) un proceso parecido al que se dio en Alemania, cuando a la guerra siguió un periodo de deseo de olvido. En Euskadi, la gente quiere mirar hacia delante, se dice. O se dice que hay que pasar página, que no podemos estar continuamente pensando en los muertos, en el charco de sangre y tal… Yo me opongo. Aunque no llego al extremo de Hannah Arendt, que postulaba el relato constante, soy partidario de que se cree un espacio de la memoria. Un lugar al que los ciudadanos puedan acudir para encontrar respuesta a sus preguntas. ¿Qué pasó? ¿Quién lo hizo? ¿Quién lo padeció? Y esa tarea concierne a los escritores también. Es lo que yo pretendo. Si no he estado a la altura, hay papeleras para tirar mis libros."