Patria es lamentablemente mi gran decepción de 2020. Una serie que se conforma con ser ‘televisiva’ cuando otras ficciones catódicas nos hablan en lenguaje cinematográfico. Para explicar los defectos que encuentro en Patria me parece ejemplar una secuencia, la de la tortura a un etarra, que, encima, el marketing de HBO se encargó de promocionar provocando una polémica absurda -en las redes sociales- y nada sana. El maltrato policial a uno de los personajes de la serie -el etarra asesino Joxe Mari (Jon Olivares)- no responde a las expectativas generadas, ni mucho menos al rigor que se podía pedir a la recreación de un hecho tan complejo, oscuro y doloroso de la historia española. En la referida escena, vemos a tres policías estereotipados: malencarados, fumadores, que sueltan insultos y amenazas sin demasiada convicción. No hay tensión en lo que vemos debido a una planificación funcional que pasa por encima del momento sin ensuciarse. No hay detalles que permitan hacer de esta escena algo significativo, y la sensación es que la polémica de la tortura se ha rodado con las prisas habituales de, como he dicho, un producto televisivo. Dicho esto sobre cierto descuido en algunos momentos dramáticos de la serie, creo que el gran defecto de Patria, más que comprensible, es haber sido demasiado fiel a la prestigiosa obra de Fernando Aramburu. Yo creo que se ha ‘filmado’ la novela, teniendo demasiado en cuenta a los lectores de la misma. Patria, la serie, no elabora ni propone casi nada con respecto a la pagina impresa: en la pantalla se ve lo mismo que hemos leído y, aunque eso puede agradar a la mayoría, no da como resultado un producto estimulante. Patria renuncia a la narrativa visual casi por completo y se apoya sobre todo en los diálogos de los personajes, editados convenientemente para imprimir ritmo a la narración, lo que impide la pausa necesaria para digerir el dolor de las situaciones planteadas o incluso, para permitir el lucimiento de los intérpretes. Al mismo tiempo, el gran valor de la adaptación es precisamente la novela, su valentía y su capacidad para expresar desde una perspectiva muy personal la ruptura emocional entre dos familias amigas, provocada por el conflicto político en el País Vasco y el terrorismo de ETA. Los personajes de Aramburu están ahí, tan humanos y cercanos como en su novela. Para mí, Patria es la historia de cómo la violencia y el odio irracional separa a dos amigas de toda la vida: Bittori y Miren -estupendas Elena Irureta y Ane Gabarain, que son lo mejor de la serie- un asunto que en mi opinión no recibe la suficiente importancia en la adaptación, que sin embargo abre hueco para subtramas que quizás deberían haber sido podadas: las historias de los hijos -Arantxa (Loreto Mauleón), Nerea (Susana Abaitua), Gorka (Eneko Sagardoy) y Xabier (Iñigo Aranbarri)- funcionan como complemento, víctimas colaterales del conflicto central, que en una novela sin límite de extensión resultan interesantes, pero que en la serie desvían la atención. Esto me lleva a hablar del argumento, de estructura caótica, que intenta copiar los saltos temporales de la novela cuando debería, quizás, haber elegido otra estructura narrativa más centrada en cada personaje. Esto es especialmente significativo en los episodios 5, 6 y 7, dedicados casi por entero a las vicisitudes de los hijos. La narración va saltando de uno a otro sin demasiada intención, ni argumental ni temática, en episodios en los que pasan un montón de cosas en muy poco tiempo, en un batiburrillo que nos enfrenta a una serie de historias personales que diluyen el drama y cuya factura nos hace pensar en series españolas que vemos todos los días y que no se corresponden con la ambición de un producto como Patria. El episodio final, sería estupendo, si no fuera porque es la tercera vez que vemos el asesinato del Txato (José Ramón Soroiz) y por la constatación de que la subtrama de Arantxa -que ha sufrido un ictus- emociona más que el conflicto central. La recuperación a última hora de los personajes de Bittori y Miren para cerrar la serie, tras permanecer casi ausentes en varios episodios, es la constatación del desaguisado argumental de Patria. Aún así, la serie emociona, cómo no, porque refleja el sufrimiento, la indignación y la rabia de una época y de un país. Y cuando esta ficción hace una pausa para contarnos algo, lo hace bien: el acoso que sufre el Txato en su pueblo adquiere texturas de distopía, de pesadilla; asimismo el trágico asesinato de este mismo personaje, bajo la lluvia, mientras un pueblo entero duerme la siesta, resulta demoledor y descorazonador. El éxito de Patria y su repercusión están asegurados porque es de esas ficciones que se suele llamar ‘necesaria’, porque su contenido y su mensaje parecen positivos para la sociedad, una idea discutible y que, desde luego no suele ir aparejada a la calidad de un producto.
Patria es lamentablemente mi gran decepción de 2020. Una serie que se conforma con ser ‘televisiva’ cuando otras ficciones catódicas nos hablan en lenguaje cinematográfico. Para explicar los defectos que encuentro en Patria me parece ejemplar una secuencia, la de la tortura a un etarra, que, encima, el marketing de HBO se encargó de promocionar provocando una polémica absurda -en las redes sociales- y nada sana. El maltrato policial a uno de los personajes de la serie -el etarra asesino Joxe Mari (Jon Olivares)- no responde a las expectativas generadas, ni mucho menos al rigor que se podía pedir a la recreación de un hecho tan complejo, oscuro y doloroso de la historia española. En la referida escena, vemos a tres policías estereotipados: malencarados, fumadores, que sueltan insultos y amenazas sin demasiada convicción. No hay tensión en lo que vemos debido a una planificación funcional que pasa por encima del momento sin ensuciarse. No hay detalles que permitan hacer de esta escena algo significativo, y la sensación es que la polémica de la tortura se ha rodado con las prisas habituales de, como he dicho, un producto televisivo. Dicho esto sobre cierto descuido en algunos momentos dramáticos de la serie, creo que el gran defecto de Patria, más que comprensible, es haber sido demasiado fiel a la prestigiosa obra de Fernando Aramburu. Yo creo que se ha ‘filmado’ la novela, teniendo demasiado en cuenta a los lectores de la misma. Patria, la serie, no elabora ni propone casi nada con respecto a la pagina impresa: en la pantalla se ve lo mismo que hemos leído y, aunque eso puede agradar a la mayoría, no da como resultado un producto estimulante. Patria renuncia a la narrativa visual casi por completo y se apoya sobre todo en los diálogos de los personajes, editados convenientemente para imprimir ritmo a la narración, lo que impide la pausa necesaria para digerir el dolor de las situaciones planteadas o incluso, para permitir el lucimiento de los intérpretes. Al mismo tiempo, el gran valor de la adaptación es precisamente la novela, su valentía y su capacidad para expresar desde una perspectiva muy personal la ruptura emocional entre dos familias amigas, provocada por el conflicto político en el País Vasco y el terrorismo de ETA. Los personajes de Aramburu están ahí, tan humanos y cercanos como en su novela. Para mí, Patria es la historia de cómo la violencia y el odio irracional separa a dos amigas de toda la vida: Bittori y Miren -estupendas Elena Irureta y Ane Gabarain, que son lo mejor de la serie- un asunto que en mi opinión no recibe la suficiente importancia en la adaptación, que sin embargo abre hueco para subtramas que quizás deberían haber sido podadas: las historias de los hijos -Arantxa (Loreto Mauleón), Nerea (Susana Abaitua), Gorka (Eneko Sagardoy) y Xabier (Iñigo Aranbarri)- funcionan como complemento, víctimas colaterales del conflicto central, que en una novela sin límite de extensión resultan interesantes, pero que en la serie desvían la atención. Esto me lleva a hablar del argumento, de estructura caótica, que intenta copiar los saltos temporales de la novela cuando debería, quizás, haber elegido otra estructura narrativa más centrada en cada personaje. Esto es especialmente significativo en los episodios 5, 6 y 7, dedicados casi por entero a las vicisitudes de los hijos. La narración va saltando de uno a otro sin demasiada intención, ni argumental ni temática, en episodios en los que pasan un montón de cosas en muy poco tiempo, en un batiburrillo que nos enfrenta a una serie de historias personales que diluyen el drama y cuya factura nos hace pensar en series españolas que vemos todos los días y que no se corresponden con la ambición de un producto como Patria. El episodio final, sería estupendo, si no fuera porque es la tercera vez que vemos el asesinato del Txato (José Ramón Soroiz) y por la constatación de que la subtrama de Arantxa -que ha sufrido un ictus- emociona más que el conflicto central. La recuperación a última hora de los personajes de Bittori y Miren para cerrar la serie, tras permanecer casi ausentes en varios episodios, es la constatación del desaguisado argumental de Patria. Aún así, la serie emociona, cómo no, porque refleja el sufrimiento, la indignación y la rabia de una época y de un país. Y cuando esta ficción hace una pausa para contarnos algo, lo hace bien: el acoso que sufre el Txato en su pueblo adquiere texturas de distopía, de pesadilla; asimismo el trágico asesinato de este mismo personaje, bajo la lluvia, mientras un pueblo entero duerme la siesta, resulta demoledor y descorazonador. El éxito de Patria y su repercusión están asegurados porque es de esas ficciones que se suele llamar ‘necesaria’, porque su contenido y su mensaje parecen positivos para la sociedad, una idea discutible y que, desde luego no suele ir aparejada a la calidad de un producto.