Hoy quiero compartir con ustedes una conmovedora historia de parto que me ha enviado Patricia Garcés para publicarla en Amor Maternal. Patricia es madre, hija, esposa y tiene 34 años de edad. Es Licenciada en Comercio Internacional y en su tiempo libre, investiga para educarse en cuanto a parto respetado, lactancia y crianza con apego, con miras a convertirse en asesora de lactancia certificada. Trabaja actualmente con La Liga de La Leche para certificarse como líder y abrir el primer grupo de la Liga en su ciudad de origen, Reynosa, Tamaulipas, en México.
Sin más preámbulos, les dejo el texto que ha querido compartir con nosotros Patricia, como participación en el carnaval de blogs Estimado Obstetra, dentro de la celebración de la Semana Mundial del Parto Respetado:
Cuando Louma lanzó esta llamada para escribir las historias de nuestro parto o una carta a nuestro obstetra sentí que finalmente era tiempo… Era tiempo de ver con ojos objetivos MI parto, ese al que le he “sacado la vuelta” por 17 meses, ese al que cada vez que lo recuerdo, lloro y siento una opresión en el pecho, ese sobre el cual aún siento culpabilidad. Es tiempo.
Esta es una historia sin víctimas ni victimarios, simplemente seres humanos tratando, creo yo, de tomarlas mejores decisiones en base a sus conocimientos, sentimientos y circunstancias.
Comenzaré por decirles que tuve la bendición de tener un embarazo “normal” (si es que eso existe), sin grandes complicaciones, con los típicos malestares pero nada fuera de lo común. Siempre que había pensado en la posibilidad de ser madre de inmediato pensaba en un parto, para mí la cesárea nunca fue opción. Tenía 2 años de conocer a mi ginecólogo cuando supe que estaba embarazada. Sobra decir que la noticia nos alegró tanto a mi esposo como a mí. Desde la primera consulta de revisión del embarazo le hice saber a mi ginecólogo que yo buscaba un parto, él dudó pues en mi ciudad la mayoría de las mujeres optan por cesárea (el 95% de los casos, según me dijo y lo he podido comprobar) pero creo que decidió darle tiempo al tiempo.
En la semana 16 comencé a tomar clases de yoga prenatal. La maestra nos decía que confiáramos en nuestro cuerpo, nos compartía historias de éxito de otras compañeras. En la semana 23 comencé con el curso psicoprofilactico, la instructora nos daba “tips” y nos prevenía de las “mañas” que se dan los doctores para programar cesáreas innecesarias para que tuviéramos cuidado, al menor pretexto te quieren programar una cesárea por cosas como: el bebe está muy grande, el bebe está muy chico, tú has subido mucho de peso, no has subido lo suficiente, tienes la cadera estrecha, tu placenta está madura, tienes poco líquido, el bebe está sentado, el bebe tiene el cordón umbilical enredado y un largo etcétera. Sobra decir, que con tantas posibilidades se vuelve uno extra cuidadosa.
Mientras tanto, en cada consulta yo me encargaba de recordarle al Dr. que lo mío iba a ser parto, ponía todo de mi parte, llevaba una dieta saludable, le decía que estaba sumamente preparada, le platicaba de mi curso psicoprofiláctico, del yoga, de todo lo que estaba leyendo. Básicamente lo tenía que “convencer” de que estaba lista. Creo recordar vagamente que alguna vez me dijo: “está bien, pero si en algún momento del parto pierdes el control te hago cesárea!”. Así que tendría que ser yo una “buena chica”. Siempre me decía que él no me podía “prometer un parto” porque muchas cosa pueden salir mal, que tendríamos que esperar al último momento. Honestamente esto me causaba temor. Había escuchado muchos casos de Doctores que te prometen un parto durante todo el embarazo y en el último momento, te hacen una mala pasada, una “innecesárea” sin justificación alguna cuando ya estás en pleno trabajo de parto aprovechándose de cualquier pretexto.
En alguna consulta cuando estábamos discutiendo el asunto de sus honorarios me dijo que él iba a cobrar la misma cantidad de dinero ya fuera cesárea o parto. Aunque al principio esto me sorprendió(las cesáreas siempre son más caras) conforme lo fui reflexionando me pareció que sería desde cierto punto una ventaja ya que al menos el interés monetario por su parte no estaría en juego, ese era un factor de riesgo del que me podría olvidar al momento del parto.
En otra ocasión cuando le dije que no quería epidural ni episiotomía me dijo que lo de la epidural dependía de mi pero que la episiotomía no era negociable y que iba a necesitar ponerme algún tipo de anestesia para eso y para la “limpieza de la cavidad” después de la expulsión de la placenta. Así que yo sabía que si seguía consultado con él la episiotomía sería inevitable. ¿Por qué no busqué otro doctor en ese momento? Por MIEDO. Porque en una ciudad que tiene un 95% de cesáreas las estadísticas no estaban a mi favor. Al menos con mi Dr. actual yo sabía que de hecho él SI había realizado partos, con franqueza les digo que NO conocía ni tenía referencia de ningún otro doctor en la ciudad que atendiera partos, siempre que preguntaba por otros médicos las referencias eran cesáreas, cesáreas y más cesáreas. Incluso mi doctor me ofreció contactarme con un colega suyo en una ciudad a 3 horas de la mía, donde me dijo que yo podría tener el tipo de parto que estaba buscando (respetado). No quise tomar el riesgo de ir a dar a luz a una ciudad que no conocía, con un medico que tampoco conocía.
Para la semana 29 el bebe estaba “sentado” y el doctor me decía que si esto seguía así la cesárea sería inevitable. Por medio de unos ejercicios que me dieron en el curso psicoprofiláctico el bebé se puso finalmente en posición y pude respirar tranquila de nuevo.
Otra cuestión era el asunto de que me iba a enfrentar sola a mi parto, pues en la ciudad donde vivo los hospitales NO permiten la presencia de ningún familiar al momento del alumbramiento. Están todos confabulados. Preguntando aquí y allá y por medio de conocidos conseguimos un “permiso” para que en teoría mi esposo entrara al momento del parto.
Finalmente llegué a dos días de cumplir las 40 semanas. Tuve una crisis personal sobre la cual no entraré en detalles pero la que me puso en un estado de ánimo sumamente alterado y en medio de mi histeria pedí una inducción. Sí, yo, la que por 39 semanas soñó, pidió, lucho y se preparó para un parto natural pedí una inducción. No entendí razones, incluso debo resaltar que mi Doctor me pidió tener calma y que esperáramos, me dijo aún quedaba tiempo, que faltaban 2 semanas para “tener que hacer algo”. Yo me negué. Necesitaba dar a luz YA. Mi Doctor me dijo que no me iba a inducir el parto con algún medicamento, que me iba a hacer una “rotura de membranas” para ver si podía provocar el trabajo de parto de una manera “natural”.
Me fui a casa y en la noche tuve contracciones irregulares que pararon por la mañana, de nuevo fui con el ginecólogo quién realizo un segundo movimiento de membranas. Después me envió al hospital a que me tomaran una radiografía para ver si la cabeza del bebe iba a pasar por mi pelvis sin problemas al momento del parto. Me dijo que le leyera el resultado por teléfono. El resultado era 1:1 y me pidió que fuera de nuevo a su consulta. Me explicó que no era un resultado del todo “favorable” y que existía la posibilidad de que al momento del alumbramiento la cabeza del bebe no pasara por la pelvis, que sería como un “volado” y lo dejo a mi consideración. Le dije que 50% de probabilidad era mejor que nada y que yo seguía buscando mi parto. Ahora que sé lo que sé respecto a partos creo que este fue un intento de aplicarme una “innecesárea”.
Me dijo que si el trabajo de parto no se desencadenaba de manera espontánea me esperaba en el hospital al día siguiente a las 8am para inducirme. Esa noche tuve contracciones irregulares de nuevo, dormí sentada porque había leído que acostada se podía alentar o parar el trabajo de parto. Finalmente a las 8am llegué al hospital, desafortunadamente sólo con un centímetro de dilatación.
Lo que sigue es lo ya de todos conocido: Oxitocina artificial (por cierto, DOBLE goteo de oxitocina para que el parto avanzara “más rápido”), rasurado del vello púbico, enema, contracciones extremadamente dolorosas gracias al doble goteo de oxitiocina que me hicieron suplicar por la epidural. Finalmente 3 horas y media después de que llegue me pasaron a la “sala de alumbramiento” (que no es otra cosa más que el quirófano, en esta ciudad NO tenemos salas de alumbramiento) yo vestía una de esas batitas tan monas donde se te ve todo el trasero, pasando en medio de un montón de gente que entraba y salía de otros quirófanos, ahí me aplicaron la epidural con 8 centímetros de dilatación. Debo mencionar que la persona de la cual sentí más violencia obstétrica al momento del parto NO fue mi ginecólogo sino la anestesióloga (MUJER). Antes de que me pusiera la epidural al momento de tener una contracción fortísima quise gritar y me dijo levantándome la voz: “Aguántate! NO grites ni hagas escándalo”. Me sorprendí muchísimo y me sentí muy vulnerable. Mi esposo no llegaba aún y me sentía completamente sola y abandonada a mi suerte.
Finalmente después de que me rompieron la fuente y me hicieron la episiotomía estaba lista para “pujar”. Intenté pujar y el doctor me dijo “No, no, no, ¿qué estás haciendo? Lo estás haciendo TODO mal”. Me sentí como una niña regañada. Después de pujar 2 veces la anestesióloga le dijo al Doctor: “le ayudo doctor?”. Yo no tenía ni idea de a qué se refería pero vi con horror como se subió a mi estomago y ¡comenzó a empujarlo hacia abajo de una manera muy agresiva y yo no podía hacer nada! ¡No supe qué hacer! Aún ahora me reprocho por qué no luché, por qué no dije nada, por qué no me defendí.
Cuando ella finalmente se bajó de encima de mi abdomen pujé 2 veces más y el bebe nació. Con dolor reconozco que al verlo no sentí NADA, NADA en absoluto. Lo vi y era como si ese bebe fuera de alguien más, no mío. Obviamente se lo llevaron para limpiarlo, hasta este punto no me habían permitido tocarlo, sólo verlo. Una vez limpio el pediatra me lo mostro de lejos y entonces le dije: “¿puedo?” extendiendo mis brazos para que me diera al bebé. ¿Por qué no EXIGÍ que me lo entregaran? Sólo acerté a pedirlo sumisamente. El bebé estaba llorando y me permitieron tenerlo en mi pecho por literalmente UN segundo. Segundo que bastó para que él calmara su llanto, sólo para retomarlo cuando nos volvieron a separar.
Para estas alturas ni sus luces de mi marido. Jamás llego al parto. Lo distrajeron con otras cosas para que no entrara. Me quedé con el ginecólogo mientras salía la placenta y con pena recuerdo que nos pusimos a hablar de las cosas más intrascendentales, como si me estuviera tomando un café con él. Yo estaba totalmente desconectada del momento. Como si no acabara de dar a luz.
Después me pasaron a la sala de recuperación donde estuve junto con otros pacientes que habían salido de cirugía por lo que me parecieron horas sin ver a mi familia o a mi hijo. Aunque para serles perfectamente honesta no sentía la necesidad de ver a mi bebé en absoluto.
Finalmente me pasaron a la habitación, cuando llegué no había nadie. No recuerdo cuánto tiempo después llevaron al bebe. Yo seguía “desconectada”. No me sentía su mamá. Aparte le había dando biberones con formula en el cunero (sin mi consentimiento!) así que estaba dormido, él no expresaba necesidad de estar conmigo ni yo de estar con él. En el hospital no existe el alojamiento conjunto, los bebés se van al cunero por muchísimas horas separados de su mamá. Durante mi estadía ahí (de un día y medio) recuerdo haber pasado con el bebé máximo un par de horas, de estas dos horas si lo tuve en brazos media hora es mucho decir. Sobra mencionar que ahora que sé lo que sé sobre parto respetado y las primeras horas de vida del bebe me siento tremendamente culpable.
Algo de lo que estuve segura conforme fue avanzando mi embarazo fue sobre la lactancia. Hablar del nulo apoyo que me dieron en el hospital o por parte del pediatra que recibió al bebe sería hacer este relato mucho más largo. Basta decir que el apoyo fue de escaso a nulo y salí del hospital con una “receta” de formula láctea y una lata gigantesca de la misma que me hicieron el “favor” de regalarme.
Cuando llegamos a casa y el bebe comenzó a llorar encontré su llanto sumamente irritable. Mi esposo le hablaba con mucha ternura, lo tomó y me lo pasó. Ahí fue donde comenzamos a intentar la lactancia realmente por primera vez, ahí fue donde de a poco comencé a sentir a ese bebe como MÍO, ahí fue donde al sortear juntos tantos problemas y dolor con los primeros días de la lactancia poco a poco comencé a comprender, poco a poco comenzamos a hacernos uno.
Por eso abogo tanto por la lactancia, por eso la defiendo con uñas y dientes, por eso ayudo, aconsejo a quién me lo pide y también a quién no. Porque a mí la lactancia me convirtió en la madre que el parto me quitó. De no haber tenido el vínculo de la lactancia (y seguirlo teniendo 17 meses después), no sé qué tipo de madre sería ahora.
Del dolor de le episiotomía, del tiempo que me tomó recuperarme y de todo lo que esa herida me complicó mis labores de mamá los primeros días mejor ni hablar.Y esta es la historia de mi parto.
Sólo me resta dar las gracias a Patricia, por compartir su historia, sé que ayudará a muchas mamás, y que muchas de nuestras lectoras sabrán decir las palabras adecuadas para ayudarla a sanar sus heridas. Si gustan contactar con ella, pueden encontrarla en Twitter y en Facebook.
Si sientes que has sido víctima de violencia obstétrica, puedes llamar a la línea de apoyo Escuchando con el Corazón, en España, en donde puedes contar lo que te ha pasado, y ser contenida y asesorada al respecto.
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