En Patrimonio, Philiph Roth nos narra los últimos días de su padre. Es un relato conmovedor -últimamente me dejo llevar al lado conmovedor de la literatura- de una enfermedad que le va minando a su padre: un extraño tumor que le quita el habla y se aloja en una parte de cerebro. Pero lo importante no es la enfermedad sino todo el proceso de acompañar a su padre en los últimos meses. El reparto de esos bienes sin valor económico pero con gran valor sentimental, las últimas conversaciones sabiendo que no habrá más. El vínculo con los padres es especial y Roth nos lo relata de un modo impresionante.La muerte de los progenitores cierra un capítulo vital. Y Roth nos lleva de la mano de su experiencia en esos momentos. Es duro leerlo pero también contiene ironías vitales y sonrisas , porque frente al dolor de la pérdida también está el recuerdo de momentos íntimos y divertidos. Y uno es capaz de recordarlos, de buscar en la memoria los buenos momentos, de acariciar un cuenco de barbero y recordarlo encima del baño o de ver un tapiz horrible y no ser capaz de descolgarlo del salón porque le gustaba a tu padre. Porque sin esos objetos uno no entiende la vida, al fin y al cabo nos criamos rodeados de objetos que nos llevan a una memoria sentimental de la que no queremos librarnos. Se agradece leer una historia tan pegada a la piel, tan pegada a lo que pronto o tarde todos pasaremos o al menos creemos que tenemos que pasar. Sirven sus reflexiones, sirven sus vivencias como si nos las contase un amigo porque al final del libro uno siente a Roth cercano, al fin y al cabo yo también hago lo mismo, me paro ante la tumba de mi padre y constato que yo estoy y él no, por mucho que le hable y que intente en vano ser escuchada sé que la única constatación ante la tumba es que yo estoy viva y él no. Es un tema que igual no les motiva pero el libro en sí te da ciertas pautas para afrontar duros momentos por los que la mayoría pasaremos.
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