Habrá que retrotraerse hasta 1985 para recordar una cara B. Se titulaba ‘Regret’ y no entró en su primer disco, “A Walk Across The Rooftops”, editado un año antes. Allí Blue Nile sentaban la base de un tipo de canción, voz y piano, que los ha acompañado todos estos años y que tenía su hermana mayor en ‘Easter Parade’, incluida en aquel debut. Es justo el mismo tipo de canción que ahora se recupera una y otra vez, hasta en trece ocasiones, en el también debut de quien siempre puso la voz en sus letanías, Paul Buchanan.
Volvamos la vista atrás de nuevo. En The Blue Nile, cuatro discos en veintitantos años, no era la única versión de la canción, porque había otra que en el fondo transitaba las mismas sendas pero a la que se le añadían otros instrumentos: más teclados y una guitarra a veces funk, que aun así no podían ocultar la hermosa melancolía, la belleza desgarradora que las impregnaba a todas: ‘Tinseltown In The Rain’ de su debut; ‘The Dowtown Lights’ de “Hats” (1989) y, sí, también las otras seis de ese disco, su obra maestra; ‘Tomorrow Morning’ de “Peace At Last” (1996) o incluso ‘High’, por poner un ejemplo de su álbum homónimo de 2004. Varios años han pasado desde entonces. Paul Buchanan ha seguido siempre en contacto con el bajista Robert Bell pero se ha ido distanciando del teclista Paul Joseph Moore, del que reconoce no haber sabido nada en estos últimos seis años; además, la muerte de su mejor amigo le dio de bruces con la cruda realidad. Sin banda y sin anclaje, se encontró desorientado. Entre varias ofertas para que compusiera canciones para distintos artistas, se halló componiendo un álbum para Shirley Manson, la cantante de Garbage. Hubiera sido curioso escuchar ese disco, pero parece que permanecerá definitivamente inédito.
Una noche, revisando aquellas canciones desnudas cantadas a su Dictaphone y compuestas sin pretensión alguna, descubrió que había un disco. Tan íntimo, tan despojado, tan sincero, que tenía que aparecer a su nombre, más aun si grabarlo con The Blue Nile hubiera sido un suplicio. Sí, son ya 56 años los que ha vivido, pero a esas alturas de la vida esas son las cosas que sitúan a alguien en su sitio. Y él lo necesitaba. Así que, ocho años después de su última grabación, aquí está un álbum que se iba a llamar “Minor Poets of the 17th Century”, como el título de un libro que encontró en una tienda de segunda mano del barrio de Glasgow en el que ha vivido toda su vida, pero que finalmente aparece como “Mid Air”. Es su “disquito”, como él lo llama, por haber nacido de esa forma inesperada, sin buscarlo y, sobre todo, por su contenido mínimo. Aclarémoslo: salvo un instrumental a lo Michael Nyman (‘Fin de Siecle’), “Mid Air” recoge trece canciones por debajo de los tres minutos, trece miniaturas en las que solo el piano y leves apuntes espectrales de orquestación al fondo envuelven la voz del que puede que sea el cantante más emotivo de Gran Bretaña, en esta ocasión más susurrante que nunca. La importancia está tanto en lo que dice –retazos de conversaciones, sentimientos fragmentados, observaciones a pie de calle, apuntes inconscientes, pequeños detalles en los que se revela la humanidad de las personas–, como en lo que retiene, en los silencios, en lo que deja a la imaginación de cada cual. Se trata pues, inevitablemente, de un álbum para escuchar en la soledad de la madrugada, grabado durante dos años en las noches insomnes de su propio hogar, un disco que remite a Mark Hollis, a Leonard Cohen, a Chet Baker, a Prefab Sprout, a Robert Wyatt, o al Tom Waits de los 70.
Sereno, lánguido, lacónico, mantiene esa calma, ese ambiente y ese embrujo en unos 37 minutos en los que casi no se aprecia cuándo acaba una canción y empieza otra. Nunca aquello de ‘In the wee small hours of the morning’ (“En las primeras horas de la madrugada”) que cantaba Frank Sinatra, otro de los claros referentes aquí, resultó tan apropiado.
Escrito por Xavier Valiño