En principio solo iba a hacer un tweet o a ponerlo en mi Facebook, pero creo que vale la pena publicar el texto completo en Pasa la vida de Paul Krugman (1953), economista, divulgador y periodista norteamericano, Nobel de economía en 2008, y que se publicó en El País el 15 de mayo pasado. Me enteré ayer por un twitt de no recuerdo quien (por la noche Twitter sacaba humo). Es un texto muy esclarecedor, vale la pena leérselo. Cada vez que oigáis a un político hablar de déficit recordad este artículo.
La imprudencia de las élites
Los tres últimos años han sido un desastre para la mayoría de las economías occidentales. Estados Unidos registra un paro de larga duración masivo por primera vez desde los años treinta. Mientras tanto, la moneda única europea se está viniendo abajo. ¿Cómo ha salido todo tan mal?
Bueno, lo que oigo repetir cada vez con más frecuencia a los miembros de la élite política -sabios autoproclamados, funcionarios y expertos de prestigio- es la afirmación de que la culpa es en su mayoría de los ciudadanos. La idea es que nos metimos en este lío porque los votantes querían algo a cambio de nada, y los políticos sin personalidad respondieron a la insensatez del electorado.
Así que este parece un buen momento para señalar que este punto de vista que culpa a la ciudadanía no solo es interesado, sino completamente erróneo.
El hecho es que lo que ahora mismo estamos experimentando es un desastre que se transmite de arriba abajo. Las políticas que nos metieron en este follón no eran respuestas a las exigencias ciudadanas. Eran, salvo unas pocas excepciones, políticas abanderadas por pequeños grupos de personas influyentes, y en muchos casos, las mismas personas que ahora nos dan lecciones a los demás sobre la necesidad de ponernos serios. Y al tratar de echarle la culpa a la plebe, las élites están eludiendo algunas reflexiones muy necesarias sobre sus propios errores catastróficos.
Permítanme centrarme principalmente en lo que pasó en EE UU, antes de dedicarle unas palabras a Europa.
En los tiempos que corren, los estadounidenses no paran de oír sermones sobre la necesidad de reducir el déficit presupuestario. Esa obsesión en sí misma es el reflejo de unas prioridades distorsionadas, ya que nuestra preocupación inmediata debería ser la creación de empleo. Pero supongamos que nos limitamos a hablar del déficit, y preguntamos: ¿qué ha sido del superávit presupuestario que el Gobierno federal tenía en 2000?
La respuesta es que tres cosas principalmente. La primera fueron las bajadas de impuestos de Bush, que añadieron unos dos billones de dólares a la deuda nacional durante la década pasada. La segunda, las guerras de Irak y Afganistán, que sumaron alrededor de 1,1 billones de dólares más. Y la tercera fue la Gran Recesión, que provocó un desplome de los ingresos y un repunte del gasto en prestaciones por desempleo y otros programas de la Seguridad Social.
¿Y quién es responsable de estos destrozos presupuestarios? La gente de la calle, no.
El presidente George W. Bush bajó los impuestos por la ideología de su partido, no en respuesta a una oleada de exigencias populares (y el grueso de los recortes fue para una minoría pequeña y adinerada).
De manera similar, Bush decidió invadir Irak porque era algo que él y sus asesores querían hacer, no porque los estadounidenses estuviesen reclamando a gritos una guerra contra un régimen que no había tenido nada que ver con el 11-S. De hecho, hizo falta una campaña publicitaria tremendamente engañosa para convencer a los estadounidenses de que apoyasen la invasión, y aun así, el electorado nunca respaldó la guerra con las mismas ganas que la élite política y entendida de EE UU.
Por último, la Gran Recesión la provocó un sector financiero fuera de control, envalentonado por una liberalización imprudente. ¿Y quién fue responsable de esa liberalización? Pues fue gente de Washington con mucho poder y con vínculos estrechos con el sector financiero. Permítanme que exprese públicamente mi especial gratitud a Alan Greenspan, que desempeñó un papel crucial tanto en la liberalización financiera como en la aprobación de las bajadas de impuestos de Bush (y que, naturalmente, ahora es uno de los que nos amenazan con el déficit).
De modo que fueron los desaciertos de la élite, y no la avaricia de la gente de a pie, los que causaron el déficit de EE UU. Y en líneas generales, lo mismo podría decirse de la crisis europea.
Ni que decir tiene que eso no es lo que uno oye decir a los responsables políticos europeos. En Europa, la historia oficial actual es que los Gobiernos de los países con problemas escucharon excesivamente a las masas y prometieron demasiado a los votantes mientras recaudaban muy pocos impuestos. Y para ser justos, esa historia es razonablemente cierta en el caso de Grecia. Pero no es en absoluto lo que pasó en Irlanda y España, que tenían poca deuda y superávits presupuestarios la víspera de la crisis.
La verdadera historia de la crisis europea es que los dirigentes crearon una moneda única, el euro, sin crear las instituciones que se necesitaban para hacer frente a los periodos de bonanza y de dificultad dentro de la zona euro. Y el motor de la moneda única europea fue el proyecto de sentido descendente por excelencia, una visión impuesta por la élite a un electorado tremendamente reticente.
¿Tiene alguna importancia todo esto? ¿Por qué debería preocuparnos el esfuerzo por achacar la culpa de las malas políticas a la ciudadanía?
Una posible respuesta es la responsabilidad simple y llana. No deberíamos permitir que quienes defendieron políticas que destrozaron el presupuesto durante la época de Bush pretendan hacerse pasar por halcones del déficit; aquellos que elogiaron a Irlanda no deberían darnos sermones sobre el gobierno responsable.
Pero yo diría que la principal respuesta es que al inventar historias sobre nuestras dificultades actuales que absuelven a quienes nos han puesto en esta situación, eliminamos toda posibilidad de aprender de la crisis. Tenemos que culpar a quien corresponde, para dar una lección a nuestras élites políticas. De lo contrario, harán todavía más daño en años venideros.
Paul Krugman es profesor de economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008. © New York Times News Service. 2011 Traducción de News Clips.