Fecha: 2 junio 2016
Asistencia: 45.000 personas
Precio: 100 euros
Músicos: Paul McCartney (voz, guitarra, bajo y piano), Paul Wix Wickens (teclados), Brian Ray (bajo, guitarra), Rusty Anderson (guitarra) y Abe Laboriel Jr (batería)
Gracias Paul, contigo empezó todo
La verdad es que siente uno un algo que le sube desde los talones hasta el tupé cuando aparece en escena Sir Paul McCartney unos cuantos minutos tarde respecto a la hora de inicio prevista, haciendo gala de una impuntualidad tópicamente muy poco inglesa. Ese cosquilleo surge y te surca sin razonar lo que está pasando, pero es tu propio cuerpo el que te envía la señal para que, una vez tu cerebro se ubique, asumas que estás ante la historia viva de la música popular de nuestro tiempo. Ante el mayor icono del pop que aún queda entre nosotros. Y entonces te entran unas inesperadas ganas de llorar de felicidad mientras 45.000 personas aplauden, jalean y vitorean, removidos por sentimientos semejantes.
Doce años y tres días han pasado desde su último concierto en Madrid (y en España), aquel 30 de mayo de 2004 en el Estadio de La Peineta. Y en esta noche de casi verano, la cita es en un Estadio Vicente Calderón que, sin estar literalmente abarrotado hasta la última butaca, sí mostraba el saludable aspecto de las grandes ocasiones. Puede que falten unos cuantos miles de entradas para llegar hasta el aforo completo de 55.000 localidades, pero los que estamos somos los que somos, y acudimos a la llamada de la jungla ya de antemano entregados al mito, que durante más de dos horas y media desgranará un repertorio imbatible con canciones de su etapa en solitario y también de sus dos bandas: Wings y, por supuesto, The Beatles.
Y nada, tras la aparición en las tablas y el griterío desencadenado, que Paul devuelve en forma de saludo agradecido, la gramola empieza a sonar con el guitarrazo inicial de 'A hard day's night', dando así comienzo un recital que, como procede, se pasa en un delicioso abrir y cerrar de ojos. El reciente y rockero 'Save us' es la segunda de la noche, antes de que el protagonista salude a la concurrencia a viva voz con un "Hola Madrid, hola España, ¿qué pasa troncos?", preludio de otro añejo pildorazo en forma de 'Can't buy my love', que marca el camino de la velada: momentos álgidos con temas de los Beatles y otros más contemplativos con el resto.
Porque Paul, ese tipo de 73 años (casi 74) de jovialidad atemporal es, con permiso de Ringo y ante las tristes ausencias de John y George, el Beatle perpetuo, referente de toda una era encargado de refrescar cada noche el repertorio de la legendaria banda que cambió las reglas del juego de la música pop. Una banda que dejó un legado de valor incalculable y que, como bien comprobó el público madrileño, todavía palpita. Y él, como mitad del tándem compositivo Lennon-McCartney, es quien tiene el derecho y la misión de mantenerlo vivo y seguir difundiendo la palabra entre las nuevas generaciones.
Y no es menos cierto que McCartney no empezó en las mejores condiciones, con cierta afonía y regalando 'adorables gallos' al personal, pero supo suplir esto con carisma y oficio, arengando insistentemente y haciendo evidentes esfuerzos por hablar en español (leyendo notas que alguien le había escrito con su inevitable acento british e incluso llegando a descolocar la personal al decir cosas como "¡Menudo bolo!"). Pero poco a poco entra en calor y todo se encauza, incluso el sonido confuso y con escasa potencia de los primeros temas, que terminaría avasallando con detallista nitidez en el tramo final.
Después del inicio avasallador, se reivindica a sí mismo Paul con un tramo un tanto disperso con temas como 'Letting go', la loca electrónica de 'Temporary secretary', 'Let me roll it', 'I've got a felling', 'My valentine' (para su actual pareja, Nancy), 'Nineteen hundred and eighty-five' y 'Here there and everywhere' (con el estadio a oscuras iluminado por un mar de teléfonos móviles que registran el momento). Canciones de su etapa solista, de su segunda banda Wings y otras no precisamente principales del catálogo Beatle.
Pero vuelve a recuperar el pulso Paul con ese baladón que es 'Maybe I'm amazed' (para Linda, claro), al que siguió el inevitable y tonturrón coro colectivo con 'We can work it out', que es el que vuelve a meter a los despistados en la dinámica del concierto, antes de retroceder en el tiempo hasta su propia prehistoria para interpretar 'In spite of all the danger' de The Quarrymen, la banda preludio de los Beatles en la que ya estaban también Lennon y Harrison allá por finales de los cincuenta.
Se suceden después tres temas de los Beatles 'You won't see me', la saltarina 'Love me do' y 'And I love her', antes de quizás el momento más revelador (¿el mejor?) de la noche con McCartney cantando solo con su guitarra acústica sobre una plataforma las delicadas 'Blackbird' y 'Here today', que encandilan y generan un sentimiento de recogimiento e intimidad impensable apenas cinco minutos antes mientras todo el estadio bailaba al ritmo de 'Love me do'. Y para rematar, un guiño al Give peace a para traer a John Lennon esta el epicentro del universo Beatle en la noche.
De nuevo dos temas de su último disco de 2013, 'Queenie eye' y 'New', para proseguir después con 'The fool on the hill' y 'Lady Madonna', a la que sigue 'FourFiveSeconds', su impensable colaboración con Kanye West y Rihanna, que marca el punto de inflexión del concierto, pues llega el momento de 'Eleanor Rigby', 'Being for the benefit of Mr Kite', 'Something' (iniciada con ukelele y con cariñoso recuerdo a su compositor, George Harrison) y 'Ob-La-Di Ob-La-Da'. Las cosas ya estaban serias, pero es ahora cuando se ponen verdaderamente serias, pues sube un punto el volumen y sube un punto la relevancia del repertorio.
Porque suena 'Band on the Run', el mítico tema de Wings, recibido, esta vez sí, casi como repertorio beatlemaníaco, antes del frenesí rockero de 'Back in the USSR' que pone del revés a un público que abarca varias generaciones y todo tipo de edades y condiciones sociales. Y la verdad es que da gusto ver a familias enteras abrazadas cantando 'Let it be' a pleno pulmón, a hijos y padres gozándolo con la pirotecnia y las llamaradas de 'Live and let die', a 45.000 personas por un rato despreocupadas disfrutando de la liturgia oficiada por el líder de la secta.
Cuando aún quedan ardorosos rescoldos en el despejado cielo de la noche madrileña, comienza a sonar el piano de 'Hey Jude' y todo el Vicente Calderón se pone en pie sin que el párroco lo pida, sabedor de la solemnidad del momento y perfectamente preparado para cantar a pleno pulmón uno de esos himnos del siglo XX que todavía ahora, 16 años dentro del XXI, siguen partiendo estadios en mil pedazos. Es aquí, es ahora, nos está pasando y nos lo llevaremos dentro. Somos dichosos y casi diríase que mejores que dos horas antes.
Hasta aquí han sido 33 canciones en las que todo ha discurrido de menos a más, sin duda perfectamente calculado, con un Paul especialmente simpático, que hace gestos sin parar, que bromea con el público y que hace fácil lo difícil. Y un Paul que toca el bajo, la guitarra (eléctricas y acústicas) y el piano con desparpajo absoluto, dando toda una lección de promiscuidad interpretativa. A esto, sin duda, también aporta una banda más que solvente integrada por Paul Wix Wickens (teclados), Brian Ray (bajo, guitarra), Rusty Anderson (guitarra) y Abe Laboriel Jr (batería). Todos saben lo que tienen entre manos y le sacan el máximo jugo posible, aupando a Paul todo lo humanamente posible.
Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Queda nada menos que 'Yesterday' interpretada por McCartney solo con su guitarra en el centro del escenario, con su voz prácticamente sepultada por las de los asistentes, que en este punto se abrazan, se tocan, se sienten... se vienen felizmente abajo. Porque no cuesta demasiado ver lágrimas asomando en multitud de pares de ojos que tratan de retener el momento para siempre. Ojalá lo consigan.
En este ambiente de emoción comunal suena 'Hi Hi Hi' y aparece una pareja en el escenario para comprometerse matrimonialmente ante los presentes. Y a modo de celebración llega el turno de la ruidosa 'Birthday', antes de la traca final del disco 'Abbey Road' con 'Golden slumbers', 'Carry that weight' y la perenne 'The End', que marca el punto y final a una velada de dos horas y media largas en las que evidentemente hubo mucha nostalgia, pero en la que también se reivindicó el presente, el aquí y el ahora como camino hacia la eternidad.
Porque aunque vaya rumbo a los 74 años, en realidad Paul McCartney dio en Madrid una clase magistral de musicalidad y jovialidad atemporal, de esas que hacen pensar que realmente la edad es un estado mental. Y en su caso, por momentos sigue pareciendo aquel muchacho que hemos visto en fotos millones de veces flanqueado por sus compinches John, George y Ringo. Será la magia del rocanrol o será, quizás, que efectivamente es el Beatle perpetuo. El que inventó este juego.
Porque aunque antes de los Beatles estuvieran los verdaderos fundadores del rock n' roll, gente como Gene Vicent, Little Richard y Eddie Cochran, a quienes los de Liverpool obviamente veneraban desde su infancia, no es menos cierto que Paul McCartney, John Lennon, George Harrison y Ringo Starr provocaron el estallido que la segunda mitad del siglo XX necesitaba para propiciar toda la emancipación posterior de la juventud, en el mejor sentido contracultural. Y por eso ver en acción a Paul es como ver en acción a Picasso, a Dalí, a Leonardo da Vinci, qué sé yo, a Charlie Chaplin (su vis cómica es innegable). Es ver a un genio expresándose en toda su amplitud ante tus ojos.
Y en esa calidad de pionero del pop tal y como lo conocemos actualmente, cabe reconocer que seguramente esta web mercader no existiría si no fuera por él. Quizás existiera, vale, pero sería diferente, sería otra cosa. Igual estaríamos aquí viendo fotos de gatitos o hablando de las grandes cumbres del ciclismo. Pero es de lo que es y mola atribuirle cierta de responsabilidad a Paul McCartney. Y cuando algún día no esté, el mundo será un lugar peor porque cada noche sin un concierto suyo habrá más gente infeliz. Por eso solo cabe terminar de una vez sentenciando: Gracias Paul, contigo empezó todo.