La guerra terminó y él busca una mujer que ya no es joven y que lleva en el antebrazo un número que comienza con 403. Abandona su cuarto en la Maison du Angelique y camina a paso cansado a emborracharse. Cuando lo logra regresa risueño y liviano, abrazado a una morena vivaz que le pide billetes para desnudarse. Conforme con una promesa de pago, la ninfa se quita el abrigo. André grita de horror, la abraza y llora, enloquece, le señala el número. Ella no entiende las preguntas, reconoce haber estado en ese mismo campo de exterminio, recuerda muy poco de lo que pasó dentro y no sabe en qué año salió de allí. Lleva marcas más profundas que la del tatuaje. Pasan la noche y llegan a la conclusión de estar viviéndose por segunda vez.
Se casan el mes siguiente, con la ausencia completa de la familia Gallimard, que es comunista pero no libertina. Tienen cuatro hijos. Son felices. Envejecen en una casa vieja de Barfleur, lejos del mundo. Ella sigue enamorada del hombre atento y frugal que le entregó su vida por una vida anterior, él de una mujer bellísima y alegre que sin embargo no logra recordar una historia gigantesca.
Un día cualquiera, el anciano Gallimard compra la Historia General del Nazismo de Otto Brieger, destacado intelectual bávaro y antiguo preso político. En el capítulo diecisiete, donde se narran los días finales del gobierno de Vichy puede encontrarse la siguiente sentencia que, primero por pereza y luego por muerte, André no leerá jamás.
[…] El sistema de registro en los territorios ocupados intentaba ser minucioso, ágil y con valor estadístico. En Francia los altos mandos optaron por la numeración compuesta con valores comunes: los que se iniciaban en 650 señalaban, por ejemplo, un hombre anciano. El 403, una mujer joven. El 171, indistintamente, un niño o una niña. […]