Pauvre diables

Publicado el 03 julio 2015 por Elinfiernodebarbusse

Barbusse y su amigo Carl Joseph Bagabus, a quien dedica este aforismo


En la página 123 de sus Pensamientos volátiles para días de cansancio extremo, libro al que ya nos hemos referido aquí en alguna ocasión, escribe Barbusse una sentencia que, a mi parecer, es bastante precisa y enjundiosa:
La creencia de que los demás sí son felices no solo es errónea y distorsionada, sino que es una de las mayores fuentes de nuestra infelicidad.

La querencia que el autor profesa a este aforismo nos la prueba el hecho de que, de todos los aforismos que componen su obra -más de doscientos-, es éste uno de los pocos que no se nos presenta a página desnuda, sino que va acompañado de un texto que, por su brevedad y contenido más bien abstruso -todo hay que decirlo-, no me atrevería a calificarlo de nota aclaratoria o exégesis. El texto es el siguiente:
* Tras la fachada de inconsciente hipocresía o congénita impostura de nuestros semejantes se esconde -raro es el caso en que no- una vida disconforme o insatisfecha, cuando no amargamente en conflicto. La razón de por qué la mayoría de nuestros congéneres se comporta como si esta vida fuese de lo más imperturbablemente navegable, disimulando todo -o casi todo- lo que como humanos sienten, es un enigma tan solo comparable a cómo se levantaron la pirámides de Egipto. Orgullo, pudor o una pertinaz incapacidad para admitir su humanidad podrían ser hipótesis más o menos plausibles. Así como Don Quijote veía gigantes donde había molinos, así nosotros solemos ver dicha donde hay decorado. Eso puede hacernos percibir -conviene estar precavidos- como seres anómalos, insólitos, marginales. Pero no es verdad: todos buscamos el bálsamo, aunque no hay tal; todos deambulamos en busca de ese alimento anhelado y desconocido del que hablaba Kafka, aunque todo el mundo lo vive secretamente (contarlo sería como airear nuestra vulnerabilidad y nos mostraría sinceros, luego idiotas, a los ojos de los demás). Rumiantes de nosotros mismos, somos pauvre diables, especialmente tú, sí, tú que ahora me lees y quizás te crees que no lo eres. Tiempo tendrás de descubrirlo.  

Mucho se ha hablado de ese que aparece en la primera parte del aforismo. Fíjense que Barbusse escribe "La creencia de que los demás son felices...", cuando podría haber escrito "La creencia de que los demas son felices...". Jean Clotat, insigne crítico y estudioso de la obra del autor, ha puesto de manifiesto el importante papel que, a su juicio, tiene el adverbio en la composición interna de este aforismo. "Este funciona -dice Clotat- como un elemento de significado absolutamente contrario al que, a simple vista, parece expresar el significante, esto es, como una negación, como una autoexclusión del propio sujeto que habla con respecto a ese sentimiento de felicidad revelado por otros -los demás- y que es percibido como algo ajeno, extraño o inexperimentado. Pocas veces un ha tenido una carga semántica tan potente; si ese no se hubiera escrito, si no apareciera ahí colocado en la posición exacta dentro de la frase, los resultados hubiesen sido muy distintos y, por seguro, mucho menos brillantes. Esto demuestra -concluye Clotat- la gran sutileza, el alcance moral y la deslumbrante economía expresiva con la que Barbusse ha concebido sus aforismos que, vistos hoy con perspectiva, son  de una frescura y de una maestría indiscutibles".
Yo no he entendido gran cosa, nací corto de entenderas, qué se le va a hacer, hum...  Sí quiero añadirles que este aforismo está dedicado -así reza al menos en el ejemplar que manejo (2ª ed., publicado por la casa Hanger e Hijos, de Leyden, sin fecha)- a Carl Joseph Banagus, íntimo amigo e instructor particular de tenis del escritor durante su juventud.
Si la última frase -en estilo directo e imperativo- que aparece en el texto que acompaña al aforismo está dirigida o no a Banagus no lo sabemos. Barbusse nunca se ha pronunciado al respecto (destesta hablar de sus obras). Tal vez simplemente sea un recurso estilístico de carácter amplificativo y admonitorio, sin más, aunque sí parece cierto, según opinión de algunos de sus más reputados biógrafos, que el autor podría haber profesado cierta envidia a Bagabus, por gozar éste de una estilizada técnica tenística, inalcanzable por él, de ahí que el susodicho rapapolvo pudiera estar destinado a él. En fin, esta cuestión la dejamos en manos de futuras investigaciones.
Arriba, el retrato de ambos amigos mientras descansaban de un entrenamiento en el pabellón de deporte de la finca del autor. Barbusse, ni que decir tiene, es el de la izquierda, el que aparece sosteniendo una raqueta y fumando; Bagabus es el del fondo, sumido en cavilaciones, hemos de suponer relativas a cómo sacar más provecho como tenista del famoso autor de Pensamientos volátiles.
Les saluda,
E. Duvenand