A riesgo de convertirme en un ballenato, cocinar es una de las cosas que ahora menos me cuesta empezar y terminar. En un desafío mental parecido al "si camino toda esta calle sin salirme de las baldosas estrechas, seguro que apruebo el examen" y otras chorradas por el estilo, me suelo creer que si equis cosa me sale bien, las estrellas se alinearán.
Como al soplar una pestaña, se trata de hacer algo disparatado, cerrar los ojos y pedir un deseo. Que te sale bien, perfecto. Que te sale mal, pues piensas que es una gilipollez mayúscula que no trae suerte ni nada y ya está.
Desde que empecé el blog, mi reto personal ha sido esta desmesurada pavlova de What Katie Ate. Su altura imposible y la promesa de su contundencia se me aparecían en sueños. "Algún día la haré, vaya que sí, y entonces todo será mejor y más bonito y el mundo olerá a café recién hecho".
La hice, y el mundo siguió siendo igual, pero me di el gustazo de comerla.
De paso, ha servido para seguir desafiando a mis escrúpulos, ésos que me dicen por lo bajini que no ponga en el blog fotos churro. Hice esta receta para un cumpleaños, para probarla, pensando en repetirla más hermosa, alta y primorosa en otra ocasión. Pero no, así se queda. Tal y como estaba de torcida, churretosa y con el plato manchado, así la disfrutamos y nos pusimos las botas. A quien la comió le importaba un comino y medio si estaba perfecta o no.
Neozelandeses y australianos se disputan su invención, pero dejémoslo en que la pavlova es un postre hecho de merengue, fruta y nata, crujiente por fuera y blando por dentro, creado para homenajear a la bailarina de ballet Anna Pávlova en los años 20.
La pavlova de doble chocolate tiene nombre de salto olímpico, con tirabuzón y carpado, pero no es ni mucho menos tan difícil como parece. Eso sí, es tremendamente contundente, y con el paso de las horas se reblandece hasta convertirse en una sopa, así que pensad con cabeza en cuántas personas vais a comerla porque si no, se echará a perder. Yo aumenté las cantidades que pongo aquí en un 50%, hice tres pisos en vez de dos, comimos diez y aún sobró.
Pavlova de doble chocolate y frutos rojos Dificultad, así de primeras:para creyentes en leyendas urbanasProbables complicaciones:montar el merengue. Si no tienes batidora, encontrar a un voluntario dispuesto Sabor: a trufa, frambuesa y satisfacción culpable Receta de inspiración:double chocolate raspberry pavlova, de What Katie Ate INGREDIENTES
6 claras de huevo
300 g de azúcar
1 miaja de sal
3 cucharadas colmadas de cacao puro en polvo
1 cucharada de vinagre balsámico
75 g de chocolate negro en trozos pequeños
500 ml de nata montada
250 g o más de frambuesas y moras
mermelada de frambuesa (opcional)
Como estamos en temporada de moras y frambuesas, es perfecta para usarlas, pero también podéis utilizar arándanos, fresas o cualquier otra fruta jugosa.
PREPARACIÓN: Lo primero es trocear el chocolate negro con un buen cuchillo, en pedazos de un cm más o menos, a ojo de buen cubero.
En un bol bien limpio, mejor metálico, y frotado previamente con un trapo mojado en zumo de limón (para quitar cualquier resto de grasa que impediría que se montara el merengue) echamos las claras y la miajina de sal. La sal ayuda a que el merengue sea más consistente, pero si se os olvida, no pasa nada.
Batimos con las varillas hasta conseguir picos blandos, y entonces empezamos a echar el azúcar a cucharadas, batiendo entre cada adición, hasta conseguir un merengue brillante y de picos duros, o sea, hasta que al levantar la varilla el churrete que colgará de ella no se mueva.
El truco infalible para comprobar si está listo es ir inclinando el recipiente para ver si el merengue se desliza. Cuando se quede quito con el bol prácticamente boca abajo, es el momento de dejar de batir (todo esto hecho con precaución, a ver si se nos va a caer al suelo)
Precalentar el horno a 180 grados.
Echar el cacao encima de las claras, tamizándolo con un colador. Añadir luego el vinagre, que sirve para que el interior del merengue sea blando pese a la corteza exterior (importante que sea balsámico, de jerez o módena, pero no blanco!) y el chocolate troceado, y mezclar todo con una cuchara metálica.
Muy despacio y con movimientos envolventes, mimando el merengue para que no se pierda el aire que contiene.
Dependiendo de cuántos pisos vayáis a hacer, deberéis usar más bandejas o menos. Con estas cantidades salen dos círculos grandes de 20 cm o más, pero podéis hacerlos más pequeños para tener más pisos, e incluso individuales.
Calculad con un plato el tamaño que vais a utilizar y cuántos círculos os caben en una bandeja del horno. Sobre una hoja de papel vegetal, colocad el plato que sirve de modelo boca abajo y dibujad una línea bien visible alrededor.
Se le da la vuelta a la hoja sobre la bandeja, cuidando de que se siga viendo el círculo marcado, y se pone el merengue a cucharadas encima, intentando no salirnos de la línea, para que queden todos de tamaño parecido.
No hagáis como yo, que me empeñé en rellenar los círculos con la manga pastelera y me quedaron bajitos. Mejor con una cuchara, no hace falta que sean uniformes por arriba: un acabado casero quedará más bonito.
Se meten los discos de merengue al horno, bajando la temperatura de éste a 140 grados, calor arriba y abajo, durante una hora o poco más. Se supone que no hay que abrir en ningún momento la puerta del horno, pero si usáis dos bandejas o más, las distintas alturas puede que causen que alguno de los círculos se os haga más rápido que los otros. Yo abrí la puerta muy despacio y las cambié de posición, pero es posible que tengáis que sacar algún piso antes que el resto.
¿Y cómo sé cuándo está hecho? pues cuando los bordes estén agrietados y la parte superior esté seca pero al tocar con el dedo, se note blando por dentro, no antes ni después.
Apagamos el horno y dejamos los discos de la pavlova dentro con la puerta abierta, para que se enfríen. Cuando estén completamente templados, los sacamos y despegamos de la hoja de papel vegetal con cuidado (aunque a mí se me rompió uno del todo y luego como lo tapas ni se nota, ajajá).
Para montar la pavlova necesitamos la fruta limpia y seca, y nata montada, firme y azucarada al gusto.
Sobre cada piso de merengue se extiende una buena cantidad de nata y encima se colocan las frambuesa y moras, con un poco de mermelada casera de frutos rojos si queréis.
En la parte final de arriba, se hace igual pero si necesitáis rizar el rizo podéis decorar con un poco de azúcar glas, cacao en polvo o virutas de chocolate.
IMPORTANTE: no montéis la pavlova hasta poco antes de comer, porque con la nata y los jugos de la fruta se empezará a reblandecer, tanto que los trozos que os sobren y guardéis en un tupper se convertirán en una sopa. De sabor inconmensurable, pero sopa al fin y al cabo.
Tiene un sabor inmenso, con distintas texturas (como dicen los finolis): crujiente, chicloso, blando, rezumante. Pecaminoso total, avisados quedáis.
MÁS IMPORTANTE AÚN: es completamente obligatorio echarse una siesta después de comer esto.