Estoyque no vivo en mí desde que leí el otro día la noticia. Lo estoy pasandorealmente mal, pero mal. Muy mal. Y lo estoy pasando mal porque se ha creado enmi interior una sensación de culpa de la que no me puedo desprender, que meestá ahogando, matando poco a poco. Nada de sonrisitas, que esto es muy serio,que no está el horno para bollos. Vaya, ya lo he vuelto a hacer, no me terminode creer que con mis palabras puedo estar despertando sentimientos perversos aquien me lee. Tengo que medir mis expresiones, cada palabra, cada posibleinterpretación. Porque todo es interpretable, claro, y no me puedo permitir ellujo que yo sea transmisor de perversiones, ya sea con intencionalidad o no. Lacosa está que arde. Y dale, cómo voy a decir “la cosa está que arde” y quedarmetan pacho, que esas palabras pueden llegar a esconder imágenes perversas. ¿Lacosa, qué cosa, por qué arde? Arde porque hay fuego, ¿no?, llamas, calor,temperatura, fiebre… y ya no sigo hilando, que al final tienen razón y lo quehacemos desde los periódicos no es otra cosa, y dale con la cosa, que enfermara los más inocentes. Acabamos con el candor de los bienpensantes, rellenamossus cerebros con palabras que son dardos contra la moralidad, con una señal dedirección obligatoria hacia el pecado. Me temo que los redactores y editores delos periódicos, de éste y de cualquiera, que nadie puede eludir suresponsabilidad, deben tener una nueva y esencial misión: analizar condetenimiento cada palabra, cada frase, para que los lectores no puedan sentirla chispa que enciende su parte pecadora, su parte maligna, esa que les conducea las oscuridades de la perversión y que, como cantos de sirena, pueden estarcubiertas por hermosos disfraces, pero que no dejan de ser el abismo y elvacío, todo lo malo. Lo más malo, malísimo.
Estoyque no vivo en mí desde que leí el otro día la noticia. Lo estoy pasandorealmente mal, pero mal. Muy mal. Y lo estoy pasando mal porque se ha creado enmi interior una sensación de culpa de la que no me puedo desprender, que meestá ahogando, matando poco a poco. Nada de sonrisitas, que esto es muy serio,que no está el horno para bollos. Vaya, ya lo he vuelto a hacer, no me terminode creer que con mis palabras puedo estar despertando sentimientos perversos aquien me lee. Tengo que medir mis expresiones, cada palabra, cada posibleinterpretación. Porque todo es interpretable, claro, y no me puedo permitir ellujo que yo sea transmisor de perversiones, ya sea con intencionalidad o no. Lacosa está que arde. Y dale, cómo voy a decir “la cosa está que arde” y quedarmetan pacho, que esas palabras pueden llegar a esconder imágenes perversas. ¿Lacosa, qué cosa, por qué arde? Arde porque hay fuego, ¿no?, llamas, calor,temperatura, fiebre… y ya no sigo hilando, que al final tienen razón y lo quehacemos desde los periódicos no es otra cosa, y dale con la cosa, que enfermara los más inocentes. Acabamos con el candor de los bienpensantes, rellenamossus cerebros con palabras que son dardos contra la moralidad, con una señal dedirección obligatoria hacia el pecado. Me temo que los redactores y editores delos periódicos, de éste y de cualquiera, que nadie puede eludir suresponsabilidad, deben tener una nueva y esencial misión: analizar condetenimiento cada palabra, cada frase, para que los lectores no puedan sentirla chispa que enciende su parte pecadora, su parte maligna, esa que les conducea las oscuridades de la perversión y que, como cantos de sirena, pueden estarcubiertas por hermosos disfraces, pero que no dejan de ser el abismo y elvacío, todo lo malo. Lo más malo, malísimo.