Tras perderme el concierto ruso del sábado que todos mis habituales me han recordado esta tarde -gracias por echarme de menos-, hoy era día de demonios, infiernos y pecados.
Con una formación orquestal del país vecino que se mostró versátil, homogénea, afinada y volcada con su director y un programa cuyas concisas e inspiradas notas a cargo de Begoña Velasco nos centraron en el tema recurrente de la velada.
El Vals Mefisto nº 1 "Der Tanz in der Dorfschenke" S. 110/2 (El Baile en la taberna del pueblo) de Liszt nos presentó el "Fausto" de Lenau (1836) que el húngaro eligió para este vals estrenado en ese Weimar tan de Schiller y Goethe pero tan poco de Bach. Obra que presenta guiños variados a ese Mefisto dramático y sensual que sirvió de preparación a orquesta y público, más bien fríos, en el plato fuerte de la tarde.
No se suele programar mucho a Kurt Weill en nuestras orquestas, y encontrarnos nada menos que Los siete pecados capitales (Die sieben Todsünden) -1933- con texto de Bertolt Brecht, interpretados por un elenco tan equilibrado y excelente para esta obra, fue de auténtico orgullo.
El Prólogo Mefistofélico sonó profético para disfrutar de estos "pecados", en especial por la mezzo austriaca que fue una "Anna" perfecta para poner en escena, pues así resultó (pese a la ausencia del baile) esta opera ballet, vestida con una especie de clámide negra que dejaba un hombro desnudo cual diosa bajada del Olimpo para caer al Tártaro, y con esa cabellera rizada, lujuria para vista y oído poseedora de un registro vocal a medida del papel, con melodías cantadas con gula desde los tempi lentos hasta los Allegro giusto y unos recitativos realmente vehementes para un idioma tan "duro" como el alemán. La riqueza tímbrica que supone una orquestación sinfónica donde arpa, piano, guitarra, banjo y percusiones varias dan esas notas de "cabaret exquisito", me provocaron envidia, formación bien llevada por una batuta con experiencia que supo repartir protagonismo entre instrumentos y voces cuando así lo exigía la partitura.