«El que peca contra mí, defrauda su alma.» [Proverbios, 8:36]Esta semana me encontré en Lima un escándalo más, en un momento en que no les faltan sino abundan: los plagios de Juan Luis Cipriani Thorne, Cardenal Arzobispo de Lima, primado del Perú y muy destacado y conservador miembro del Opus Dei, que El Comercio detectó en las columnas que publicaba el purpurado en este principal medio del Perú y algo que el Código Penal peruano castiga con penas no menores de cuatro años ni mayores de ocho. Y aunque el cardenal lo “justificó” y recibió apoyos (de algunas figuras y de menos de la mitad de los obispos), el escándalo internacional que devino dejó mal parada su posición porque no aceptó él que su acción fue un engaño (pecado venial), como aparece en 1 Juan 1:8-10: “Si afirmamos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso [a Dios] y su palabra no habita en nosotros.” Pecar por acción y no por omisión inocente, mal para la Madre Iglesia.Pecados sobran en Latinoamérica. Desde vergonzantes pecados mortales de lujuria como los del pederasta confirmado Józef Wesołowski (cuya muerte temprana antes de ser juzgado es injusta para sus víctimas porque no expió sus crímenes) hasta los también pecados mortales de avaricia y codicia que, por acción u omisión, hoy remecen a presidentes en ejercicio como el guatemalteco Pérez Molina (quien ganó bajo el eslogan de “limpiar la corrupción”), el hondureño Hernández Alvarado (“pecados” de financiamientos de campaña), la brasilera Da Silva Rousseff (con una Lava Jato desnudando una corrupción increíble), el mexicano Peña Nieto (la “Casa Blanca” inexplicable) o la chilena Bachelet Jeria (a veces los hijos…). Y rondándoles están la argentina Fernández Wilhelm de Kirchner, “blindada” aún (pero que si su Scioli Méndez no gana, y aun así, tiene muchas minas en su camino) o el nicaragüense Ortega Saavedra (y su poder familiar asentado en una cúpula “sandinista” corrupta que traicionó sus ideales), eso sin hablar de los ex, como el brasileño Lula da Silva o el panameño Martinelli Berrocal.Y pecados mortales son también la soberbia y el orgullo de los que en Latinoamérica practican el “eternismo” y la concentración de poder, el prorroguismo que tanto se combatió de las dictaduras criollas de los siglos 19 y 20 y que ha renacido en los mesianismos populistas. Eterna quiso ser Fernández Wilhelm de Kirchner y aún lo quieren Ortega Saavedra y el ecuatoriano Correa Delgado (como parece que será consigna de organizaciones sociales oficialistas en Bolivia), sin entender que la pretendida eternidad se logra con dinero (que se acaba) y, después, creciente represión, que los autodestruye. El mesianismo, hermano del populismo y el prorroguismo, socava y destruye los grandes liderazgos.Falta acá comentar otros pecados capitales: gula (por excesos en general), ira (tan común en la mayoría de nuestras sociedades poco institucionalizadas), pereza (más acedia destructiva) y envidia, tan mezquina. La catalogación la dejo al lector.