Pecados originales - Rafael Chirbes

Publicado el 09 enero 2017 por Elpajaroverde
Dicen que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. A juzgar por lo que se desprende de las páginas de este libro, a esta sentencia habría que añadirle que aquel pueblo que cubre su historia con el manto de la desmemoria está condenado a vagar sin rumbo, a sostenerse sobre los frágiles cimientos de los olvidados. De ese terreno fangoso que son esos cimientos crece un árbol de fruto lustroso pero envenenado. Las nuevas generaciones no ven las capas ocultas, sólo el césped cuidado y florido; admiran un tronco y ramas fuertes, no saben que por dentro todo está podrido; toman despreocupadamente y saborean la exquisita fruta, no sospechan ni les importa que al primer mordisco el veneno ya les ha sido inoculado. Se les ha abonado el campo, se les ha regado el árbol y, por querer que no sufran  de un sufrimiento pasado, se les procura sustento y golosina en demasía. Siempre hay más, siempre quieren más, víctimas ignorantes de un pecado original cuyas raíces nadie quiere desenterrar. Raíces secas que en los últimos tiempos tan sólo se alimentan del jugo de esos frutos que penetra en la tierra de un paraíso prefabricado.
"Los dos extremos de una cuerda pueden estar muy alejados, pero son la misma cuerda."
En Pecados originales Anagrama reúne La buena letra y Los disparos del cazador, dos nouvelles escritas por Rafael Chirbes en los años noventa que beben de los años de la Guerra Civil y la posguerra y del desmedido y despiadado crecimiento económico posterior. Ambas rezuman nostalgia y melancolía y destilan también cierto punto de amargura; ambas son dos monólogos internos de los protagonistas dirigidos a sus hijos o a sí mismos. Escritas con sencillez pero albergando una complejidad que se recoge de sus mil sutilezas, Chirbes deja con ellas patente su particular cruzada contra la indolencia de la sociedad en la que le tocó vivir.
"No puedo hablar de La buena letra y Los disparos del cazador sin hablar de cómo fueron aquellos años en que banqueros y millonarios se convirtieron en héroes populares. No sólo porque no hay arte que no tenga fecha y no sea fruta de su tiempo, sino porque, además, escribí estas novelas precisamente como un antídoto frente a los nuevos virus que, de repente, nos habían infectado: codicia y desmemoria. O, por ser más preciso -en la medida en que un libro seguramente no es antídoto de nada, no salva de nada-, digamos que las escribí con el afán de almacenar en algún lugar briznas de esa energía del pasado que desactivaban, para guardar trazas de la página de historia que arrancaban, o pasa salvar la parte de mí mismo que naufragaba en aquel confuso vórtice."
No hay mejor reseña que se pueda hacer de estas dos novelas que el propio prólogo de su autor que las encabeza en este volumen, del cual he tomado la cita precedente. Cualquier otra palabra que yo pueda añadir, es llover sobre mojado. Pero ya que hemos llegado hasta aquí, sigamos.
La buena letra es la voz de Ana, superviviente de una guerra fratricida y de los posteriores años de pobreza y represión. Ana habla cuando ya es la única que queda viva tras tanto dolor, y también tras los momentos felices, que los hubo. Paradójicamente, cuando la situación del país se empieza a enderezar su familia comienza a tambalearse. Tanto dolor para nada. Tanto sufrimiento para nada. Tanta lucha, tanto sacrificio, tanta resistencia y no ha servido para nada.
Carlos, el protagonista y narrador de Los disparos del cazador, en cambio, es hijo de la guerra. De origen humilde, luchará con todos los medios a su alcance y sin mirar atrás para labrarse un porvenir en una sociedad en la que el dinero es sinónimo de éxito. De vencido a vencedor. Rechazado por unos, no aceptado por otros. Un triunfador que no encuentra su lugar.
Dos personajes completamente diferentes y, sin embargo, con una misma reivindicación. Los dos se encuentran en el ocaso de sus vidas, los dos echan la vista hacia atrás y sienten una sensación de vacío, de pérdida, de que todo lo vivido ha sido estéril. Sin nada a lo que aferrarse, tan sólo a los recuerdos que a esas edades sólo sirven para abrir heridas que se creen cerradas, la opción de mirar hacia adelante se les antoja aún peor. El futuro es de sus hijos, esos seres por los que se han esforzado para que sus vidas sean mejores que las suyas, esos que, al haber mantenido alejados de sus propias culpas, han convertido en extraños.
"El año pasado le regalé a tu mujer un juego de sábanas bordadas con los nombres de tu padre y mío. Le gustaban mucho y, cada vez que venía por casa, me insistía para que se las diese. Hace un mes me dijo de pasada que se las dejó en un baúl del trastero del chalet, que se le han enmohecido y echado a perder. Te parecerá una tontería, pero me pasé la tarde llorando. Miraba las fotos de tu padre y mías, y lloraba. Así toda la tarde, ante el cajón del aparador en el que guardo las fotografías."

Obras. Fotografía de Daniel Lobo


Me ha parecido un gran acierto reunir estas dos novelas en un mismo libro. Estoy segura de que su lectura independiente basta para atrapar ese salvavidas que nos tiende Chirbes, pero creo que juntas se potencia su efecto. Quisiera señalar también, especialmente para aquellos que hayáis leído otras ediciones de La buena letra, que la que nos ofrece este volumen difiere de su versión original en que carece del último capítulo por propia decisión de su autor. Con los años se arrepintió de haber añadido esas dos últimas páginas, pensaba que la historia era la que era sin ellas. Nada que objetar.
Por otra parte, soy consciente de que mi reseña ha sido muy diferente a las dos que hubiese escrito si hubiese leído ambas novelas por separado. Me he centrado en ese legado que nos ha dejado el escritor valenciano y en el que hemos heredado de las generaciones de nuestros padres y abuelos. Sin embargo, La buena letra y Los disparos del cazador son mucho más que eso. Son las historias de dos familias y las microhistorias de sus respectivos miembros. No sólo padres e hijos, también los padres de los padres, hermanos y esos matrimonios que se inician en los primeros años de juventud y a los que sólo la muerte pone fin. Matrimonios que son toda una vida, con sus luces, sus sombras, sus secretos, sus luchas. Matrimonios que son toda una historia.
A Rafael Chirbes lo descubrí el año pasado con su novela póstuma Paris-Austerlitz (podéis leer mi reseña aquí): maravillosa, soberbia, una pequeña obra de arte. Tarde, muy tarde, o no, teniendo en cuenta lo que me quedaba de él por leer. Me he reencontrado con él con estas dos nouvelles. Dos narraciones intimistas pero que, cual si de un prodigio se tratase, retratan de una manera asombrosamente lúcida las últimas décadas de nuestra historia. Dos pruebas indelebles de un presente construido sobre el dolor y la opresión ajena. Y no puedo evitar tras su lectura impregnarme del mismo aire de pesimismo y desánimo que asolaba a Chirbes o incluso tal vez el mío sea mayor. Porque no estoy segura de que baste con resucitar el olvido, no sé si este país está preparado. No sé si esta España nuestra ya curtida en mil batallas más que un país maduro es un bebé en pañales no inocente sino malcriado y por tanto incapaz de aprender de sus errores. Y me pregunto qué es más deseable, si seguir vagando sin rumbo por ignorar de dónde se viene o desenterrar el pasado y arriesgarse a repetirlo por no saber hacer con él más que empozoñar las heridas. Claro que yo no soy más que una niña que toma el fruto que le han dado. Víctima de crecer en la ignorancia, culpable de no preguntar. Heredera de un pecado que nadie quiere adoptar.
"Lo desprecian porque tiene las manos manchadas, cuando él sabe que, al ensuciárselas, les ha comprado la inocencia."

Fanding memories. Fotografía de Alessandro Lucia


Ficha del libro:
Título: Pecados originales
Autor: Rafael Chirbes
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2013
Nº de páginas: 256
ISBN: 978-84-339-7622-2