"¡Carlitos: limpias y brillantes como los zócalos del Vaticano!"
Tres días por semana, don Ramón, el cura de Lavapiés, acude a los servicios del limpiabotas. "¡Carlitos: limpias y brillantes como los zócalos del Vaticano!". Mientras el muchacho hace su trabajo, el párroco le habla de la Iglesia y de ovejas descarriadas. Mientras tanto, Carlitos: "oír, ver y callar". No olvidemos que a su padre – al padre de Carlitos – lo mataron los "franquistas" cuando tenía diez años. Aún así, a pesar de tener sangre roja, su familia goza del indulto del caudillo. Lo goza – y por favor esto que no salga de nosotros – por los favores que su madre le hizo a un ministro de Franco, cuando éste acudió a su casa para que le subiera los camales. Este ministro está casado con una hija del régimen; de esas que acuden los domingos a misa, y rezan por los suyos en el cabezal de la cama. Dicen las alcahuetas del barrio; que este ministro le prometió protección y seguridad a la madre, a cambio de silencio.
Andrés es un médico del entorno del caudillo. Entiende tanto de enfermedades y dolores; que con solo mirarte a los ojos sabe si tienes gripe o "cuentitis" para librarte de la mili. Es un señor inteligente; de esos que cuando hablan crean audiencia y dejan boquiabiertos a los legos en la materia. Aunque estudió medicina, tiene una gran vocación por el óleo. Amante de paisajes y retratos, tiene una vasta colección de personajes ilustres del régimen. Acude al limpiabotas por "necesidad"; cuando sus zapatos están tan sucios que "no hay ni Dios que los limpie". "¡Carlitos te veo mala cara! Necesitas comer naranjas de Valencia, para que te pongas fuerte como los fresnos del arroyo". Antes que médico fue veterinario. Se dedicaba al cuidado de toros y vacas en una finca de Granada. En aquellos tiempos – le cuenta a Carlitos – no ganaba para botas. El barro de la finca y los mordiscos de Harry – un perro que vivía con los suyos – impedían que los zapatos pasaran la barrera de la semana.
Una vez al mes, un pez gordo de la Guardia Civil lleva a Carlitos dos bolsas de basura con diez o quince pares sueltos de botas de faena. Son botas procedentes del cuerpo. Botas – como digo – cada una de un padre y una madre. Unas están desgastadas por las suelas; otras por la puntera. Y, aunque ustedes no se lo crean, también hay botas que huelen cadáver; como si de un gato muerto se tratara. En el interior de alguna bota, suele haber un billete de dos pesetas en agradecimiento al trabajo de Carlitos. Aparte de médicos, párrocos y militares; también acuden a limpiar sus botas, las "caras marrones del régimen"; gente afín a los valores del caudillo pero sin los duros necesarios para vivir con desahogo. Antonio es uno de ellos; un agricultor de provincias, de esos que "sacan la barriga" cuando hablan de grandezas. Cada vez que acude al limpiabotas le suele contar sus batallitas con las fulanas de la calle. El otro día, sin ir más lejos, se acostó con Manuela, una prostituta del barrio, conocida por las chinches que se alojan en las sábanas de su cama.
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