Aunque soy follower de espíritu también soy sorprendentemente impermeable a opiniones ajenas por lo que he dado siempre el pecho donde y cuando me ha venido en gana. O, mejor dicho, donde y cuando les ha venido en gana a mis niñas. Como tampoco les he dado nunca chupete nuestras lactancias han sido estilo barra libre. Veinticuatro por siete. Nunca he entendido el concepto de toma y la respuesta a la eterna pregunta ¿Cuándo le toca comer? ha oscilado en una horquilla entre ahora mismo y qui-lo-sá.
Lo mío y la lactancia ha sido un ponerse por montera todas las leyes del pudor y del decoro pechuguil. He dado el pecho en coche (parado), en taxi (en marcha), en autobús, en tren, en metro, en tranvía, en barco, en fueraborda, en bici, aunque no pedaleando, en pedaló pedaleando y, por supuesto, en avión. También he desenfundado mis miserias de pie en la cola del check-in, en la caja de Carrefour, en la cola de Zaras múltiples, a los pies de un maniquí del Hipercor de Puerto Banús, en las escaleras mecánicas del Gap de los Campos Elíseos y en la joyería Cartier de Munich.
Me he sacado sendos melones en Hacienda, en la tesorería general de la Seguridad Social, en el ayuntamiento, en el consulado, en tráfico, en el registro mercantil y en el civil, durante la misa de navidad y en más de una boda. En la iglesia, durante el ágape y en la pista de baile. Los bautizos propios y ajenos tampoco se me han resistido. Ni los cementerios.
Mis pechugas han visto la luz en Alemania, Francia, Austria, Suiza, Italia, Francia, España, Estados Unidos, España y, desde ayer, también en Mónaco. Hemos practicado la lactancia materna en toda suerte de accidentes geográficos como playas, lagos, ríos, montañas, bosques, mesetas, desiertos y metrópolis diversas. Las he sacado a pasear en bares, restaurantes y teatros, peluquerías y centros de estética. Me han visto las peras dentistas, dermatólogos, oculistas, pediatras, en el hospital antes y después de operarme y ginecólogos varios. Yo amamantaba a una mientras me ellos me ecografiaban a la siguiente.
Por no privarme he dado el pecho en la oficina, en reuniones de trabajo, durante una cena con los jefes de mi marido en un restaurante muy pintón de Madrid, en el hall de un gran banco antes de reunirme con un alto cargo y delante de la Secretaria de Estado de Industria y mil notarios mientras con la diestra firmaba la concesión de un préstamo NEOTEC del CDTI. Ese mismo día también le di el pecho a La Tercera en las oficinas del CDTI hombro con hombro con el consejero delegado de Fagor y un alto directivo de Iberdrola entre otros. Como colofón La Tercera me vomitó encima.
Dar el pecho me ha permitido seguir mi vida con mis bebés sabiendo que siempre tenía el alimento óptimo a mano y en perfectas condiciones. Me ha dado una libertad que jamás hubiera soñado con biberones y he podido viajar siempre ligera de equipaje.
Y, por encima de todo, ese momento en que tu bebé te mira y, con el pecho todavía en la boca, te sonríe no lo cambio por nada.
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