La arcilla endurecida mediante la acción del fuego fue la primera cerámica elaborada por los seres humanos. La raíz etimológica de la palabra “cerámica” deriva del griego keramikos, “sustancia quemada”, se refiere a el arte de fabricar recipientes, vasijas y otros objetos de arcilla, u otro material cerámico y por acción del calor transformarlos en utensilios de terracota, loza o porcelana. La construcción de un objeto o material de cerámica involucra un proceso antiguo y sencillo de dos sencillas etapas: primero, se moldea la arcilla en la forma deseada y luego se calienta en un horno de secado hasta una temperatura de varios cientos de grados.
Todos los materiales elaborados con arcilla (ladrillos, solados, vajillas, utensilios de cocina, objetos de arte e incluso instrumentos musicales) son duros y quebradizos, malos conductores del calor y la electricidad, soportan altas temperaturas y son resistentes al ataque químico de ácidos y bases fuertes. Si a esta materia le sumamos además el efecto del fuego sobre los esmaltes vitrificantes le estamos sumando estanqueidad y la singularidad de un trabajo artesanal único e irrepetible; el uso de este tipo de cerámica está muy extendido tanto en la edificación como en el menaje cotidiano. Es en este punto donde se centrará la entrada de esta semana.
La expansión de la cultura islámica en la Península ha influido directamente en la fabricación de cerámica esmaltada. Los pueblos árabes desarrollaron un importante conjunto de industrias entre las que la cerámica alcanzó un destacado nivel técnico y estético. Estas explotaciones debían reportar beneficios tan cuantiosos que, tras la conquista cristiana, los monarcas permitieron a los vencidos seguir trabajando en los oficios en que sobresalían, llegando a prohibir que judíos y cristianos utilizasen hornos árabes.
Por ello, hasta el último tercio del siglo XVI (y en algunas zonas hasta la expulsión de los moriscos en los inicios del XVII), pervivieron técnicas y lenguajes ornamentales asociados a las costumbres hispanomusulmana. Posteriormente el método de fabricación de azulejos llegaría a simplificarse, permitiendo la realización de diseños de mayor complejidad, pero en contraposición este proceso propició la pérdida de referencias naturalistas y del sentido orgánico de los primitivos alicatados. Son característicos de la producción de azulejos de Toledo los llamados colores árabes (blanco, negro, verde y ocre o melado), que a finales del XV y principios del siglo XVI sustituye el negro por un azul índigo muy peculiar llamado azul de Toledo.
Los procesos de restauración de las piezas cerámicas no sólo requieren del control de la técnica creadora de la pieza, sino que además exigen un conocimiento absoluto de su deterioro y de sus técnicas reversibles de reparación, reposición y rehabilitación. La pervivencia de la memoria colectiva que trae consigo cada una de las obras de arte depende directamente de la restauración respetuosa del artífice.
En este artículo os dejaremos en manos de Carolina Peña Bardasano, restauradora, y con Antonio Perla, Conservador, especialistas en restituir el valor primitivo del original. Esperamos con sus respuestas encontrar la orientación suficiente para valorar el laborioso trabajo que desempeñan.
Antes de restaurar cualquier pieza, no sólo una cerámica, la pregunta primera que debe hacerse un conservador es cuál es su valor y significados, para desde ellos pasar a la siguiente respuesta que es la de las prioridades para su intervención, acordes además con el entorno en el que se ubica y el estado de conservación que presenta, pues todo ellos ello forma parte de los parámetros que le otorgan sus valores.
La datación de una pieza cerámica es algo que, en líneas generales, no es excesivamente complicado. Obviamente, depende del registro temporal en el que nos movamos que podamos ajustar con mayor o menor exactitud su cronología. A menudo combinamos parámetros formales (técnicos) con los estilísticos para determinar una datación, aunque no hemos de olvidar que una buena parte de esos parámetros son formulaciones aceptadas por principio y que a menudo son revisadas y variadas.
¿Cuáles son las amenazas más frecuentes para las obras de arte? / ¿Cuáles son los errores de mantenimiento más frecuentes en las obras de arte por parte de los particulares o de las parroquias?
Refiriéndonos al mundo de la cerámica, las amenazas más corrientes con las que nos topamos, fijando la atención en los conjuntos de azulejería y en los pavimentos, la principal causa de deterioro suele venir de la mano de la presencia de humedades descontroladas y las reposiciones llevadas a cabo empleando morteros de cemento. El empleo del cemento en la colocación cerámica es, sin duda, la actuación que peores consecuencias puede acarrear en un conjunto cerámico. La rigidez de los morteros de cemento provoca roturas en la cerámica cuando ésta intenta moverse de manera natural y la presencia de humedades provoca la traslación al exterior de las sales minerales que componen los morteros, atravesando y reventando los vidriados cerámicos.
Otra de las patologías peores que solemos encontrar es el desprecio hacia los suelos originales de barro de los siglos XVI, XVII y XVIII. En Toledo aún se conservan bastantes, pero continuamente son desmontados y eliminados en una errónea concepción que supone su falta de calidad y valores. Mantener un suelo antiguo de barro no es excesivamente complicado, pero además supone la preservación de un testimonio histórico, material y estético que no debe perderse.
A veces, por la falta de las piezas, es necesario reproducir azulejos completos. ¿Cómo se solucionan estas deficiencias?
Cuando se considera precisa una reintegración para facilitar la lectura del conjunto, ésta puede abordarse de múltiples formas. Si hablamos de azulejería, las reintegraciones pueden llevarse a cabo de manera pictórica, recomponiendo las faltas con escayola esaduro (también pueden emplearse morteros de resina) y reintegrando el color con pigmentos en diferentes medios. Pero también es factible recurrir a las reintegraciones mediante la reproducción cerámica. Para ello pueden seguirse también muchas técnicas, desde las reproducciones mediante serigrafía o el dibujo manual. En estos casos contamos con un ceramista con el que llevamos trabajando desde hace muchos años y con el que vamos afinando las muestras hasta llegar al objeto buscado, que siempre es una pieza que pase desapercibida en el conjunto pero que tenga alguna posibilidad de discernibilidad.
¿Se debe notar la intervención en la pieza, o por el contrario es mejor optar por la integración?
Las reintegraciones no deben distorsionar el conjunto. Una reintegración no debe superponerse al original conservado, sino ayudar a su lectura. Si decidimos cerrar un conjunto, por ejemplo del siglo XVII, y lo hacemos con azulejos serigrafiados, buscaremos que los nuevos azulejos no destaquen sobre los antiguos, que no se noten, salvo si alguien se acerca mucho, los mira muy detenidamente y comprueba que se trata de una serigrafía (generalmente tocada a mano para ayudar al efecto final). Así se actuó, por ejemplo, en la restauración de la sacristía de la basílica de san Lorenzo en Huesca.
En otras ocasiones, como en el conjunto de los arrimaderos del claustro de la Mona, en Toledo, recurrimos a reproducciones dibujadas y pintadas enteramente a mano. La superficie del propio azulejo y su vidriado es suficiente como carácter de diferenciación, aunque a primera vista las piezas nuevas pasen desapercibidas. Por supuesto, y en este conjunto puede verse, las pérdidas parciales, prácticamente siempre, salvo ciertas excepciones, son reintegradas por técnicas no cerámicas, respetando hasta el más mínimo fragmento del original.
¿Se valoran las piezas cerámicas que ornamentan nuestras casas? ¿Existe concienciación del ciudadano hacia el arte cerámico?
Digamos que en la valoración de nuestros conjuntos cerámicos existe un abanico muy amplio de actitudes y valoraciones. Por un lado, existe una tendencia cada vez mayor a valorar arrimaderos de azulejos, pero a la valoración de suelos cerámicos e hidráulicos todavía le queda un largo mundo por recorrer. Cada vez son más los suelos hidráulicos que recuperamos, pero no dejan de ser una pequeña isla en un mundo de destrucción. Lo mismo ocurre con los suelos cerámicos, máxime si hablamos de suelos de losetas de barro con o sin olambrillas (o sembradillos como se les llama también en Toledo). En rehabilitaciones, los directores de obras no han tenido nunca reparos en sacrificar los arrimaderos de azulejería cuando planteaban las instalaciones. Como máximo, en ocasiones, se nos ha pedido que los retiremos para luego volver a colocarlos, como si en estas operaciones no sufrieran.
El mundo de la restauración es un mundo que vive en gran parte de la incorporación de técnicas y materiales desarrollados para otros campos (de la construcción, de la medicina) y adaptados a sus necesidades. Este es un punto que sería excesivamente largo de desarrollar, pues a menudo empleamos métodos que tienen que ver con las técnicas tradicionales (empleamos cales y no cementos, salvo cuando se trata de hidráulicos), pero también empleamos morteros sintéticos de nueva formulación, con resinas sintéticas, o soportes aislantes también de, más o menos, reciente creación.
¿Se puede restaurar una pieza cerámica con materiales no especializados en restauración?
Diríamos que lo que no deben emplearse materiales y medios que no hayan sido testados como no dañinos para la conservación de aquellos que se busca conservar. Pondríamos también el ejemplo de cuando recurrimos a métodos de arranque mecánicos, empleando sistemas de corte con acero diamantado —que se utiliza en demoliciones controladas y especializadas de grandes edificaciones, como puentes, autopistas, embalses—, unos medios que, obviamente no son de restauración, pero que los aplicamos a ella.
Cada pieza es un nuevo reto ¿Cuál ha sido la más emocionante?
También lo fue la recuperación del conjunto de azulejería del claustrillo mudéjar de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, en Sevilla, intervención que siguió los pasos de la anterior.
Y como recuperación de un conjunto que a punto estuvo de desaparecer completamente, la recuperación de los arrimaderos del Claustro de la Mona en Toledo. Recientemente ha sido muy interesante la restauración que hemos llevado a cabo sobre el conjunto de piezas de la exposición permanente del Museo de Mallorca.
¿Cómo consideraríais a vuestro Equipo: Ceramista, ceramólogo, ceramófilo?
Como restauradora, Carolina aborda la restauración de obras ejecutadas en materiales diversos, no solo cerámicos. Antonio si está más dedicado a la cerámica, tanto desde el punto de vista de la restauración y la conservación como desde el de la historia. Nuestro papel, cuando intervenimos en la restauración, conservación y estudio de la cerámica es el de ceramólogos, desde luego no el de ceramistas, que es una disciplina independiente: el restaurador de cerámica no es ceramista ni el ceramista restaurador de cerámica, los materiales con los que intervienen en los procesos restauratorios y creativos son diferentes. Otra cosa es, como ya hemos dicho, la labor del ceramista al servicio de las reintegraciones dictadas por los conservadores-restauradores.
Carolina Peña Bardasano (Restauradora especialista) Antonio Perla (Conservador)http://www.consorciotoledo.org/pedazos-de-barro/