Después de muchas mentiras e incumplimientos, casi nada debería extrañarnos ya en Pedro Sánchez. En su disparatada obsesión por llegar, y ahora perpetrarse en la Moncloa, ha sido, es y será capaz de cualquier dislate. Decir lo uno y lo contrario en temas que son trascendentes y en momentos que tal vez estén siendo cruciales para nuestro país, se están convirtiendo en la dinámica de un Gobierno que nunca tuvo un verdadero programa, y que contempla su legislatura como una oportunidad de marketing, o como una prolongada campaña electoral. Han sido pocos meses de este Gobierno, pero poco nos quedaba por ver, faltaba comprobar si Pedro Sánchez estaría dispuesto a llegar al peor de los reproches posibles para un presidente, la traición. El arribista gobernante pronto desengañó a los cuatro ilusos que se mantenían esperanzados en los falsos ideales socialistas de un mandatario, exento de valores tanto personales como políticos, y lo hizo por partida doble.Por un lado, en un cambio radical de postura con respecto a la acusación de delitos de rebelión de los golpistas del 1-O, que exclusivamente obedece a un intento forzado de complacer a esa parte de socios independentistas que facilitaron la moción de censura, y con los que a buen seguro alcanzó acuerdos de gobernabilidad en esta línea.
Tras los silencios de Sánchez y las últimas declaraciones de diputados, ministros y portavoces, sin lugar a dudas, constataremos la inclusión del indulto de los sediciosos en ese abyecto pacto de investidura.
Trascurrido el acto, y ver el comportamiento de unos y otros, cualquier demócrata independientemente de sus simpatías políticas, se sentiría indignado y crítico con los extorsionadores, con aquellos que insultan y amenazan a los que piensan de forma diferente. Nada más lejos de la realidad, el traidor Sánchez y este gobierno frentista, tuvo el descaro y la desvergüenza de insultarnos a todos los españoles que defendemos la España Constitucional.
Este presidente por casualidad, vil y carente de escrúpulos, secuestrado en ideas e iniciativas, y obsesionado en prolongarse en su artificioso cargo, será capaz de cualquier felonía por mantenerse en el poder. La traición será mucho más profunda, este demagogo que habla siempre de tender puentes de diálogo, ya ha decidido cuales serán sus apoyos y su estrategia en unas futuras elecciones. La verdadera traición estriba en la errónea dirección de esta campaña electoral en la que él ya se encuentra, generando enfrentamiento, intentando crispar el espacio de convivencia, invocando de nuevo irresponsablemente a la ultraderecha, y con ello de nuevo un país fraccionado en dos Españas radicalizadas.