Hace casi dos años (como pasa el tiempo), iniciaba con esta frase una entrada sobre Napoleón y el comienzo de sus "Cien días". Y hoy no puedo menos que recordarla al hablar de Pedro I de Castilla, conocido como el Cruel por sus enemigo y como el Justiciero por sus partidarios. Como veis el color del cristal siempre esta presente.
En esta humilde entrada no voy a glosar la vida y obras del monarca, ya que su azarosa vida y reinado darían para multitud de paginas, me limitare a contar dos pequeñas anécdotas, a caballo entra la historia y la leyenda que ilustraran las dos caras del rey, la crueldad y la justicia. Solo un pequeño apunte histórico sobre el personaje. Pedro I de Castilla reinó del 1350 al 1369 y en estos diecinueve años estuvo en guerra prácticamente contra todo el mundo, su hermanastro, los nobles castellanos, Aragón, Francia, Portugal, Navarra, Granada. Pero la clave de su reinado es la lucha contra los nobles por defender el poder de la monarquía frente a los privilegios feudales. Por eso se ganó el apoyo de las ciudades y el pequeño clero que veían en el rey un freno a los desmanes de la aristocracia. Así la crueldad de la que le acusaban los nobles enemigos al castigar sus insurrecciones era vista como justicia por las clases bajas ya que se cebaban sobre sus enemigos habituales.
Pero vayamos con la primera anécdota en la que veremos su imagen de cruel. Cuentan que en Sevilla el alcalde se pavoneaba ante el rey de que en su ciudad no había crimen que no fuese castigado, a lo que el monarca respondió que eso habría que comprobarlo. Y como no le faltaban arrestos para comprobarlo por si mismo, ni enemigos con los que cometer el crimen se lanzó a la calle embozado en la celebre capa española. Y efectivamente no tardó en encontrarse con uno de sus múltiples adversarios, el hijo del conde de Niebla. No tardo en provocar el duelo y el infortunado noble murió sobre los adoquines de la sevillana calle. Pero con lo que el rey no contaba es con una anciana que lo observó desde su casa a la luz de un candil. La anciana pudo conservar el silencio y el animo durante la pelea pero no así cuando el asesino abandono el lugar del crimen con unos curiosos andares que hacían entrechocar sus rodillas produciendo un ruido característico ¡El asesino era el mismísimo rey de Castilla!. El susto que se llevo la pobre señora hizo que se la cayera el candil a la calle y huyó rápidamente a esconderse entre sus sabanas. Las pesquisas sobre el incidente empezaron inmediatamente y los restos del candil no tardaron en señalar a la anciana como testigo del asesinato. Interrogada con severidad no conseguían que la vieja abriese sus labios a pesar de amenazarla con terribles tormentos. Finalmente el rey intervino proclamando que colocaría la cabeza del asesino en la misma calle donde se cometió el crimen. El mismo volvió a interrogar a la asustada anciana y esta pidió un espejo y que los dejaran a solas. Cuando solo quedaban ella y el rey le puso el espejo delante de la cara y le dijo "Aquí tenéis a vuestro asesino". A las pocas horas el rey entrego una caja de madera al alcalde de Sevilla con la orden de que se colocase en el lugar del crimen y no se abriese hasta su muerte. Cuando por fin la abrieron encontraron un busto de piedra del monarca, con lo que el rey había cumplido "a su manera" con la promesa. Hoy en día aun sigue habiendo un busto del rey en aquella calle (aunque es una copia del siglo XVII) que recibe el nombre de "calle del rey don Pedro", y enfrente mismo está la calle donde vivía la anciana, que recibe el nombre de "calle Candilejo". La imagen que ilustra esta entrada es la de dicho busto.
Pasemos a ver su imagen de justiciero. Seguimos en la ciudad de Sevilla, no sabemos si antes o después que el incidente de la cabeza. El archidiácono de la catedral y un humilde zapatero mantenían un dura discusión, seguramente sobre el cobro de algún trabajo, que el clérigo zanjó clavando un puñal en el corazón del pobre artesano. El asesinato pasó a manos de la justicia, pero por su posición lo juzgaron miembros de la iglesia, que redujeron al pena a la ridiculez no decir misa durante un año. El hijo del zapatero clamó justicia pero nadie le hizo caso, no obstante sabiendo que estaba el rey en la ciudad consiguió una audiencia con él y le expuso el caso. El rey le dijo, "¿Tu serias capaz de matar al archidiacono?", "Por supuesto majestad", "Pues hazlo que yo me encargo del resto". En medio de una procesión el hijo del asesinado salió de entre la multitud y sin dudarlo dos veces mato al asesino de su padre. Fue rápidamente apresado y mientras era llevado ante la justicia el rey intervino "¿Porque has matado a este hombre?", "Por que mató a mi padre" dirigiéndose a las autoridades eclesiásticas el rey preguntó "¿Por que no fue castigado el archidiácono por este crimen?", "Si que fue castigado, se le prohibió decir misa durante un año", el monarca se volvió ante el acusado y le dijo ceremoniosamente " Según tengo entendido tu eres zapatero, así pues te condeno a no fabricar zapatos durante un año".
Esta segunda anécdota me parece sencillamente deliciosa. Como ya he dicho no se sabe si estas historias son verdad o leyendas creadas por sus enemigos y sus seguidores, pero como ya saben los habituales de esta bitácora, "Se non è vero è ben trovato"