Primera Guerra Carlista y la ‘cuestión foral’ A partir de 1833, los ‘ataques’ desde Madrid a la cuestión foral se vieron exacerbados con motivo del inicio de la Primera Guerra Carlista (1833-1839), cuyo origen se situó en la Ley Sálica que permitió a la hija de Fernando VII entronarse como Reina de España. Novia de Salcedo no tomó parte activa en la guerra debido a su estrecha pertenencia al Señorío, como demostró que entre los primeros años de la guerra fuese nuevamente Diputado General. Sus principales acciones políticas en esta etapa emanaron de la intención de obstaculizar todo tipo de reforma foral que proviniese de Madrid, pues el carlismo tuvo en las provincias vascas su particular bastión, como demostró el hecho de el pretendiente don Carlos situara su corte ‘ambulante’ por diferentes localidades de la zona. La tesis que se fue pregonando desde Madrid fue que el encaje constitucional de los privilegios forales era inasumible en la Carta y más, después de que carlismo perdiera la guerra civil. Novia de Salcedo no tomó parte en la guerra carlista como se ha mencionado. El historiador Javier Pérez Núñez, sostiene que Pedro Novia de Salcedo, si bien al principio de la insurrección carlista sí apoyó a los seguidores del pretendiente, el fracaso de la toma de Bilbao y, la organización paralela de una Diputación vizcaína de corte liberal, empujaron a éste y otros notables de la provincia a alejarse de la causa carlista. Se acogió al indulto promovido por el bando cristino y se retiró el resto de la contienda a Vitoria y, posteriormente, a las Cinco Villas de Aragón. Unido ya indefectiblemente a la política del Señorío, se le encontró nuevamente como Diputado General en el bienio 1833-1835. La Ley del 25 de Octubre de 1839 marca un punto de inflexión no sólo en la vida de Novia de Salcedo sino también, la de todos los fueristas pues, el abrazo de Vergara entre el jefe de las tropas cristinas y las del pretendiente, Espartero y Maroto respectivamente, se materializó en las Cortes en un texto breve con sólo dos artículos que marcaron la vida política de las provincias vascas para todo el siglo XIX. El primero de ellos y el más famoso recogía que “se confirman los fueros de las provincias vascongadas y Navarra, sin perjuicio de la unidad constitucional”. Así, al acabar la contienda fue uno de los miembros más notables de la corriente “intransigente”, es decir, aquellos que reclamaban la vuelta del establecimiento de los fueros en iguales condiciones previas a la contienda. Condición única y exclusiva para establecer las negociaciones del “arreglo foral” que desde Madrid se impulsó. Novia de Salcedo entorpeció cuanto pudo la reforma foral que desde Madrid se intentaba hacer a raíz de la ley de 1839, y en 1841-1843 se le vio nuevamente de Diputado Provincial, precisamente los años en que Espartero fue el hombre más influyente en la política española como Regente del Reino y, el mismo que condenó el pase foral al considerarlo incompatible que, dio pie al “arreglo foral” por parte de la Diputación navarra, conocida importunadamente como “ley paccionada”. Las diputaciones vascas por su parte, decidieron postergar el “arreglo foral” en vista de que los gobiernos liberales duraban poco en Madrid, buscando una mejor ocasión para ello. Paralelamente a las idas y venidas del proceso liberal en España, Pedro Novia de Salcedo fue también Diputado General en 1846-1848 y en 1852-1854. Siendo en éste último período cuando en 1852 la Junta General le proclama "Hijo Benemérito de Vizcaya". Pero lo cierto es que bajo este nombramiento subyace una idea, la de la reconciliación social en torno a los fueros por parte de los dos bandos tras el fin de la contienda. De este modo los fueros, también se consideraron una pieza clave para establecer un orden ante la falta de fuerza de Madrid por los constantes derrocamientos de los gobiernos liberales, fruto de la irrupción de los ‘espadones’ en la vida política del país.
Pedro Novia de Salcedo. Intelectual y visionario A pesar de su completa vida política, Novia de Salcedo también tuvo una faceta intelectual aunque no pudiese cursar estudios superiores con motivo de la guerra de Independencia contra los franceses. Quizás, su obra por antonomasia es la Defensa histórica, legislativa y económica del Señorío de Vizcaya y provincias de Álava y Guipúzcoa. A pesar de que su publicación tardaría años debido a la censura de la época, la obra tuvo el objetivo de contrarrestar la obra del canónigo Llorente, muy extendida entre la clase dirigente de Madrid sobre su visión a la problemática foral. La obra se divide en cuatro tomos. Los dos primeros comprenden la defensa histórica con un apéndice genealógico de la Casa de los Señores de Vizcaya; el tercer tomo corresponde a la defensa legislativa y el cuarto a la económica. Pero acabada y dedicada a la Diputación de Vizcaya en 1829, no pude ser editada hasta años más tarde. No fue hasta mediados de siglo XIX cuando apareció la publicación en Bilbao, en pleno momento de apogeo foral protagonizada por Iparraguirre. En esa obra, se plasma lo que Novia de Salcedo llevó a cabo desde las instituciones donde se forjó como político. La defensa de los fueros y su visión de que como la unión de las provincias vascas fue voluntaria a la Corona serían ambos actores mencionados los que decidieran su futuro. Otra de las facetas de este ilustre bilbaíno fue su visión sobre la activación del comercio interno en Vizcaya y su papel en la incipiente industrialización de la provincia. En los años finales de la década de los 20 del siglo XIX comenzó la especialización siderometalúrgica en el Señorío, frente a la más diversificada industria guipuzcoana. Este hecho vino precedido por la abundancia y calidad del mineral en la provincia y la liberalización para explotarla que se sucedió con la Ley General de Minas en 1825 y el posterior Reglamento de Minería de Vizcaya aprobado el 19 de julio de 1827 en la que Pedro Novia de Salcedo fue una pieza fundamental tanto en su redacción como aprobación. Atento a los retos que surgieron en el horizonte de la provincia, uno de sus grandes retos fue la modernización de la red viaria del interior y el establecimiento de su sistema de financiación participada proporcional para su sostenimiento –Plan de Iguala-, y el proyecto de trazado de ferrocarril, para agilizar la comunicación con la meseta –que precedió a la idea del Barcelona-Mataró-, que finalmente no pudo llevarse a cabo. El camino de hierro de Bilbao a Burgos por Balmaseda fue presentado a la Diputación en forma de Memoria pero las circunstancias económicas del momento dieron al traste con el plan. De llevarse a cabo, hubiese sido uno de los planes pioneros en España de estas características. En definitiva, la vida de este “padre de provincia” e “hijo benemérito” fue fruto de los tiempos tan difíciles en lo que tuvo que ejercer su función pública. Una España enfrentada continuamente al oficio de las armas y a la división entre dos modos de ver España. Fue en la Diputación donde procesó el más incondicional de los afectos hacía su Señorío del cual siempre le sirvió de la mejor manera posible a pesar de las extraordinarios circunstancias que tuvo a lo largo del siglo XIX.