El candidato a la Secretaría General del PSOE arenga en sus mitines con inusitada vehemencia, a fin de “echar” a la derecha del gobierno y de las instituciones, meta que, considerando su candidatura en tal caso a la presidencia del ejecutivo, es tan loable como egoísta. Sin embargo, más allá de esa expulsión, las propuestas concretas, contantes y sonantes para reducir el paro, reactivar la economía y solucionar los “problemas de la gente”, son escasas. No es Rajoy santo de mi devoción, y los casos de corrupción populares son escandalosos, aunque tampoco menos que los de PSOE o Podemos, tratándose de un problema transversal que no debería utilizarse en campaña electoral; sin embargo resulta incuestionable que la economía ha mejorado, las cifras del paro se han visto mermadas y parece atisbarse luz a la salida del túnel, de modo bastante más objetivo que aquellos brotes verdes de la Sra. Salgado que jamás legaron a germinar del todo. Así pues, no entiendo la necesidad de “echar” a nadie; me hubiese gustado un discurso de corte progresista en el que manifestase sus diferencias en gasto social, cambios -para mejorar- en educación, entender que España no es -como dijo Zapatero- ni discutida ni discutible y una serie de medidas que le otorgasen talla política además de anatómica, que parece ser la única que tiene. Todo eso, tras haber llevado al PSOE a conseguir los peores resultados en la historia del partido, en vez de hacer mutis por foro izquierda con la discreción y la dignidad que debería presidir la línea de la formación y la actitud de sus conspicuos.