La primera declaración de Sánchez fue tibia y extraña, sin mencionar ni a la población israelí ni la agresión de Irán. Cuando en la Moncloa se dieron cuenta de la metedura de pata, 12 horas después, tras comprobar las condenas contundentes del resto de la comunidad internacional, entonces sí emitió una condena de la agresión iraní en términos apropiados.
Varios gestos, además de la tardía y fría condena del ataque de Irán, han demostrado el antisemitismo de Pedro Sánchez. Hay dos de especial significado: el primero es pedir a los miembros de la Unión Europea que dejen de apoyar a Israel y la segunda es incrementar la financiación a la UNWRA, la agencia de la ONU par los refugiados, cuando muchos países la retiraron por la colaboración con los terroristas de Hamas de algunos de sus miembros.
Hay un tercer dato que refleja el antisemitismo del sanchismo: los medios de comunicación adictos al régimen sanchista insistían en el "genocidio" del régimen de Israel, incluso antes del ataque asesino de Hamas en octubre.
Las consecuencias del antisemitismo de Sánchez pueden ser letales para España: enemistad de Israel, país influyente en las esferas de las armas, la diplomacia, los servicios de inteligencia y las finanzas internacionales; alejamiento de Estados Unidos; aumento de la fortaleza de Marruecos, nuestro peor enemigo, más aliado ahora que nunca de Israel y de Washington; aislamiento con respecto a la mayoría de los países libres de Occidente, comprometidos con la defensa de Israel. Y la peor de todas: incremento de la ayuda a Marruecos en sus reivindicaciones sobre Ceuta, Melilla y Canarias y apoyo intenso a Cataluña en su proceso de independencia.
Todo esto por la política insensata de un Pedro Sánchez cuyo corazón está más cerca de los dictadores que de los demócratas, de los autócratas del mundo amigos del comunismo y la tiranía que de los defensores de la democracia y la libertad.
Israel sabe que los españoles no son tan xenófobos como Sánchez. Por desgracia tenemos un presidente acostumbrado a ser socio de los terroristas locales y que parece apetecer también el aplauso de los terroristas extranjeros.
Francisco Rubiales