El Cabildo Catedral de Córdoba cometió, hace ya tiempo, un error histórico del que nadie le ha pedido responsabilidades. Y con contumacia ha seguido durante siglos obcecado en ese error, del que en ocasiones, incluso, se ha sentido orgulloso, aunque los cordobeses y quienes nos visitan seguimos «sufriendo» sus consecuencias a diario, cada vez que nos acercamos a la Catedral, antigua Mezquita, especialmente si entramos en ella.”
Publicado en “ABC, edición de Córdoba”)
Cuando uno lee las páginas de información internacional, a menudo se asombra de las acciones, que en nombre de tal o cual fundamentalismo, radicalismo o integrismo religioso hacen violentos fanáticos de “su” verdad revelada, en nombre de su particular mortadela de divinidad o pureza étnico-folclórica.
Cuando el debate sobre la titularidad o usurpación fraudulenta de la Mezquita de Córdoba alcanza cotas internacionales, surge por ahí –en realidad “por aquí”- alguien que entronca cenitalmente con el Tribunal del Santo Oficio, los autos de fe y el Espíritu Santo en forma de paloma.
Arrasar es la palabra. Estos herederos espirituales de Tomás de Torquemada vienen a poner, negro sobre blanco, cual es el substrato real de la polémica. Su error, histórico y tal, fue no arrasar la Mezquita y todo lo que no fuera católico, apostólico, romano, de pura raza “pata negra” papista y hoguera del fogonazo.
Fueron de “tolerantes” y ahora te sale una plataforma que te cuestiona que si “la Santa Catedral, antes Mezquita” es tuya o se las ha robado con aznaridad y alevosía pepera a la ciudadanía indefensa.
Los “pobres” católicos sufren a diario que “su” Catedral sólo ocupe la quinta parte de un recinto declarado “Patrimonio de la Humanidad” por la cantidad de crucificados, vírgenes –horrorosas, con perdón-, capillas y tumbas de prebostes, frailes y excelsos obispos que pueblan cada metro cuadrado de su santificado espacio y éter.
En el espejo cóncavo de nuestra realidad están saliendo a la luz todos, se llamen o no esperpentos, inquisidores, sátrapas o coronillas. Hay una casta de políticos ladrones y mentirosos, unos clérigos de ultratumba, ambiciosos y usureros, la “puta vida” de vicepresidentas, devoradores de yogures caducados y sobresueldos y sucesores, en línea dinástica, del Cristo del Gran Inquisidor que tienen “la Misericordia” de no arrasarnos como Sansón a los filisteos.
En este ámbito de la historia almacenada debemos estar preparados, cualquier día, cualquier iluminado de santa ira, recién comulgado, te coge una tea y arrasa no sólo con lo mucho de Mezquita que hay en “su” Catedral sino con cualquiera que no rece el Credo. El suyo.
Peligro ciudadanos: han soltado –a la vez- a los talibanes, los tontos y los hijos de puta.