Penélope y María

Por Cuchu

Penélope era una preciosa niña, que vivía en una gran casa, tenía los mejores juguetes, la ropa más bonita, los zapatos más caros, lazos de todos los colores para el pelo. Siempre había tenido cuanto deseaba y era muy feliz. Sus fiestas de cumpleaños eran famosas entre sus amigos. Siempre eran las más divertidas. Penélope era la que más amigos tenía, todos querían jugar con ella.
Un día su padre llegó a casa muy triste y reunió a la familia para darles una mala noticia...
-Estamos arruinados- dijo mirando al suelo tratando de contener las lágrimas -tendremos que vender esta casa y todo cuanto poseemos... incluso tus juguetes Penélope. Las deudas son tan grandes que nos quedaremos sin nada.- Dijo mirando a la niña con gran pena.
La madre de Penélope la abrazó con cariño y mirándola a los ojos le acarició el pelo con expresión de tristeza. La niña miraba a uno y luego a otro sin entender muy bien lo que pasaba.
Su padre tuvo que vender todo, muebles, juguetes, ropas... todo. Se quedaron con lo justo y se fueron a vivir a una casa pequeña y vieja, en un barrio donde todo el mundo era muy pobre. Los amigos de Penélope la olvidaron. Dejaron de ir a jugar con ella y empezó a sentirse muy sola. Ahora iba a otro colegio y no conocía a nadie. Penélope observaba a los niños y niñas en el recreo... eran muy diferentes a ella y no se atrevía a jugar con ellos. Una niña se le acercó muy sonriente...
-¿Quieres jugar?- le preguntó a Penélope.
- No tengo juguetes, no puedo jugar- contestó la pequeña con cara triste.
-No hace falta tener juguetes... ¿juegas o no?- dijo Vanesa, que así se llamaba la niña.
-Vale; pero no sé jugar sin juguetes- dijo Penélope preocupada.
Los niños del colegio le enseñaron a jugar al “pilla pilla” y se lo pasó en grande. Cuando llegó a casa se lo contó a su madre. Se sentía muy contenta, porque había hecho muchos amigos.
-Mamá han querido jugar todos conmigo y no les ha importado nada que no tenga juguetes.
Su madre cuando vio a Penélope tan contenta, sintió una gran alegría. Ver feliz a su hija era el mayor regalo del mundo. Cuando su padre llegó a casa, después de una dura jornada de trabajo, Penélope le contó lo contenta que estaba con sus nuevos amigos. Su padre sonrió por primera vez desde que se arruinara.
Penélope iba muy contenta al colegio porque allí estaban sus nuevos amigos, y aprendió muchos juegos y canciones. Se sentía feliz con su nueva vida y no echaba de menos nada de lo que tenía antes, ni siquiera a sus anteriores amigos.
Un día fue con sus padres al centro comercial y se cruzó con María, la que antes era su mejor amiga. Penélope se acercó a saludarla; la niña la miró y se fue sin decirle nada. Ella no entendía por qué María hacía eso. Se dirigió con enfado a su amiga para saber qué había hecho ella de malo.
-¿Por qué no me hablas? Antes eras mi amiga, siempre he sido buena contigo- le dijo Penélope a María.
-Antes eras como yo, ahora eres pobre. No tienes juguetes, vives en una casa vieja y fea y ¿te has visto?, vas vestida fatal. Ya no me apetece estar contigo. No eres tan divertida -. Contestó con aires de superioridad María.
-No tengo nada de pobre- contestó Penélope -tengo muchos amigos, que me quieren de verdad, no necesito tener juguetes porque he aprendido a divertirme sin ellos. No necesito nada de lo que tenía antes... y soy muy feliz.- Y dicho esto se dio la vuelta y con la cabeza alta se agarró de la mano de su madre. Tenía lágrimas en los ojos, porque ella quería mucho a María y le dolió que la despreciara.
Pasaron los meses y llegó el verano. Penélope no volvió a recordar su anterior vida de niña rica. Un día incluso se alegró de ser pobre, porque sus amigos la valoraban, la cuidaban y la querían sin pedir nada a cambio.
Una mañana vino a buscarla Sergio y Vanesa. Estaban alborotados, venían vecinos nuevos a su calle.
-Están descargando muebles en la casa pequeña- dijo Sergio.
-Y yo he visto una niña de nuestra edad entrando a la casa- dijo Vanesa.
Los tres niños salieron a la calle para ver cómo descargaban los muebles en la casa pequeña. Tenían mucha curiosidad y querían conocer a sus nuevos vecinos.
Una niña salió de la casa y Penélope abrió los ojos como si hubiera visto un fantasma.
-¿Qué te pasa? pareces un sapo con esos ojos saltones- dijo Vanesa al fijarse en la cara de su amiga.
La niña de la casa pequeña vio a Penélope y sintió tanta vergüenza que su cara se puso roja como un tomate.
-Hola María- dijo Penélope saludando a la niña.
María agachó la cabeza y se metió en la casa.
-¿La conoces?- preguntó Sergio.
-Si, antes era mi amiga... hasta que mi padre se arruinó y vine a vivir aquí. Después ya nunca quiso saber nada de mí.- contestó Penélope con tristeza al recordar el encuentro en el centro comercial.
En el barrio de María, las tardes del verano eran muy divertidas. Todos los niños salían a jugar, mientras sus padres sentados en los bancos del parque charlaban de sus cosas. Penélope miraba la casa pequeña, esperando que María saliera a la calle; pero pasaban los días y la niña no salía nunca. Penélope empezó a sentir pena y preocupación por María, que seguramente prefería estar sola a pedir que la dejaran jugar. Y no se atrevía a ir a buscarla porque sabía que María la rechazaría por orgullo. Tenía que pensar cómo hacerlo.
María se pasaba las tardes asomada a la ventana mirando cómo jugaba Penélope. Estaba muy arrepentida de cómo se portó en el centro comercial, había sido demasiado orgullosa al despreciar a su amiga por ser pobre... y ahora la pobre era ella. Al menos Penélope tenía amigos, ella ni siquiera eso. Cómo había sido tan tonta pensando que los pobres eran peor que ella. Ahora se daba cuenta de su error, porque ella no se sentía peor ahora que no tenía nada... seguía siendo la misma de siempre, sin juguetes, sin lujos; pero seguía siendo la misma María de siempre... y Penélope también era la de siempre ¡qué tonta fue al no darse cuenta de eso!
-Cariño... ¿Por qué no sales a jugar?, estoy segura ahí fuera hay niñas que están deseando conocerte...- dijo su madre a María.
- Si, tienes razón mamá, ya es hora de que me presente a mis vecinos- contestó la niña con un nudo en el estómago. Sentía vergüenza de cómo se había portado y estaba dispuesta a pedir perdón.
Salió a la calle seguida de su madre y se dirigió al parque que estaba justo enfrente... allí estaba Penélope y sus amigos. Se acercó a Penélope con la cabeza agachada por la vergüenza...
-Penélope... yo.... quería pedirte....- le costaba mucho pedir perdón, pero sabía que debía hacerlo.
-Sí, yo también quería pedirte algo... ¿Quieres jugar con nosotros? nos faltas tú para jugar al pañuelo- dijo Penélope guiñando un ojo a María y cogiéndola de la mano.
Las dos niñas se miraron a los ojos y emocionadas se abrazaron.
-Perdóname Penélope... eres mi mejor amiga y te echo de menos- dijo María, pues quería pedir perdón aunque no hiciera falta.
-Ahora tendrás muchos amigos María, ser pobre no es nada malo ¡todo lo contrario!, yo estoy más feliz que una perdiz jajajajaa- contestó Penélope más contenta que nunca.
Y María aprendió a jugar sin juguetes como hiciera Penélope meses atrás... también aprendió que no se debe despreciar a nadie y que tener más juguetes o más dinero, no te hace mejor y tampoco peor... y que no tener dinero ni juguetes, no te hace peor, ni mejor. Aprendió a valorar la amistad, que es la mayor de las riquezas.
y naranja anaranjado... este cuento ha terminado. ¿Os ha gustado?
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