Península de Osa: Colofón de mi gran viaje en Costa Rica

Por Marbel

Ya llegó el momento de escribir la penúltima entrada de la serie que he dedicado a este país en el que he tenido la fortuna de pasar casi 9 meses de mi vida. Han pasado casi tres meses desde que regresé y hoy me he estado acordando de estas tierras, quizás provocado por algunos emails de lectores que me han llegado últimamente pidiendo información para viajar a algunos de los lugares que visité. Ya me estoy acercando al momento de despedirme de Costa Rica de momento, hasta que la vida me vuelva a llevar allí alguna vez. Esta entrada es sobre Península de Osa, uno de los lugares más fascinantes del país, y que yo tenía reservado para el final, como postre de un gran festín de naturaleza que me ha había estado dando en todo este tiempo.

La Península de Osa es una península localizada en la costa suroeste del Pacífico, cerca de Panamá. Administrativamente pertenece a la provincia de Puntarenas, aunque nunca he entendido muy bien por qué ya que está en la otra punta del país y lejos de los otros sitios de la provincia.  En muy poco espacio se dan gran número de hábitats tropicales y su biodiversidad es una de las mayores del planeta. El lugar más conocido de la península es el Parque Nacional de Corcovado, el área protegida más grande de Costa Rica. Este era mi principal objetivo del viaje aunque también os contaré de otros lugares que pude conocer en la península y que no me dejaron indiferente. En total mi viaje en Península de Osa duró una semana y me alojé en tres sitios distintos; a todos ellos pude viajar gratis porque me ofrecieron “fam trips”.

El día 14 de abril salí de San José en un autobús a Puerto Jiménez, una de las ciudades principales de la península (si se le puede llamar ciudad) que cuenta con todos los servicios necesarios (bancos, clínica, farmacia, tiendas, etc) y de donde parten muchas de las excursiones. Cogí el autobús en la estación de autobuses de Barrio México (de donde también salen los buses a Monteverde o a Puerto Viejo), una de las zonas más peligrosas de San José. La compañía de autobús se llama Transportes Blanco y el trayecto dura unas ocho horas. No recuerdo exactamente el precio del billete pero me suena como que me costó alrededor de $12. Decidí ir hasta allí en autobús urbano desde la casa de mi amiga tica de San José, ya que de los taxistas estoy bien escarmentada e intento evitarlos todo lo posible. El autobús no deja muy lejos de la estación, pero hay que caminar por una calle que da un poco miedito por las pintas de los que hay por allí, así que recomendable ir con ojo.

En Puerto Jiménez me esperaba Allan, uno de los miembros de la familia que regentaba el hostel donde me iba a quedar en los próximos dos días: Bello Horizonte Jungle Hostel. Os lo recomiendo porque lo lleva una familia local y siempre me gusta, para apoyar a las comunidades de la zona, pero también porque el entorno es una maravilla pues está en plena selva. La madre de Allan nos esperaba allí, una señora muy simpática que según Allan acababa haciendo de madre de casi todos los que pasaban por allí. Estaba casada con un americano que vivía allí con ella, aunque este no era el padre de Allan. También hay unas chicas ticas que estaban allí trabajando en la limpieza y la cocina. El ambiente era muy familiar y aparte de mi sólo había tres americanos jovencitos pasando unos días.

Al día siguiente Allan me llevó a dar una vuelta por la finca, ya para ir abriendo boca para Corcovado a donde iría unos días después. La verdad que la finca me sorprendió bastante, y eso que sólo fue un paseo de poco más de una hora. Allan me explicó muchas cosas interesantes del lugar, me enseñó flora y fauna (como la rana y las aves de las fotos), y hasta una colmena de abejas con forma de bota que podéis ver en la última foto. Las aves por cierto son el motmot y el trogón, unas preciosidades que había visto en Perú, pero era la primera vez que veía en Costa Rica.

Llegamos hasta una quebrada con un riachuelo y me dijo que si la seguíamos durante dos horas llegaríamos hasta unas pozas para bañarse. Esta excursión la hacían a veces con los turistas pero hoy no había tiempo para ello. También me habló de otras excursiones que habían monte a través todo el día y llegaban a una playa por la noche donde acampaban. Ay, mejor que no me lo hubiera contado porque ya estaba pensando en que tenía que volver algún día para hacer todo aquello que me quedaba pendiente.

Bueno, tampoco me podía quejar, después del paseo fui a Puerto Jiménez donde me esperaban para hacer un tour guiado en kayak por los manglares. Mi guía era un antiguo marinero que ahora trabajaba alquilando kayaks y ocasionalmente guiaba alguna excursión. Como yo iba sola, no quería sólo alquilar el kayak, y le pedí si podía acompañarme pagándole un poco más. Salimos de la playa de Puerto Jiménez hacia los manglares, primero por mar y luego atravesando un lago. Los manglares se iban estrechando cada vez más hasta que se empezó a hacer difícil navegar en ellos. También es cierto que la marea estaba un poco bajo y por eso se complicó la cosa.

Cuando salimos de los manglares paramos en una playa y ahí mi guía me contó que aquella no era la mejor hora para hacer la excursión (eran como las 2 de la tarde), pues lo mejor es ir al atardecer por la marea y también para ver aves. En fin, yo no podía a otra hora, estaba limitada por cuando Allan podía llevarme a Puerto Jiménez; él iba a unas horas concretas del día para buscar turistas que llegaban en el autobús.

Otra curiosidad que me contó mi guía es que participó en la película 1492: La conquista del paraíso, como marinero de Colón. Al parecer la película se rodó completamente en Costa Rica y era una co-producción española-inglesa. Mi guía me contó que además de los actores ticos y españoles, también muchos indígenas bribri vinieron de todas partes del país para hacer de indios en la película, y que durante meses estuvieron acampando en Puerto Jiménez. Él guía me dijo que lo que menos le gustó fue tener que disparar contra los indígenas, algo que le tocó hacer en algunas escenas, porque al fin y al cabo él tenía sangre indígena en las venas (aunque podía pasar muy bien por español). Yo tengo pendiente ver la película de nuevo, la vi hace muchos años y no me acuerdo de casi nada, y ahora además quiero ver si reconozco a este hombre.

Ya de regreso a la playa, empezó una tormenta y tuvimos que apresurarnos para que no nos pillara. La verdad que el día amaneció nublado e incluso llovió por la mañana, así que no era de extrañar que llegara una tormenta. Parece ser que estas lluvias ya iban anunciando la época lluviosa que estaba cerca. Yo sólo esperaba que no me fastidiaran el día que iba a visitar Corcovado.

Al día siguiente fui a Puerto Jiménez por la mañana y allí cogí el colectivo de la 1 de la tarde a Playa Carate, lugar donde se encontraba mi siguiente alojamiento. Desde allí también empiezan las excursiones de Corcovado que van hacia la estación de La Sirena, aunque yo no iba a llegar hasta allí pues para eso había que acampar en el parque. El colectivo fue toda una experiencia. Se trata de un camión en la que han puesto unos asientos en la parte de atrás. La mayoría de la gente que viaja ahí son ticos, y la verdad que yo me encontré con unos personajes allí que daban para un estudio sociológico y mucho más, así que aburrirme no me aburrí. El camino por donde va es una pista de tierra bastante mala y te pasas más de dos horas dando botes, lo cual es bastante desagradable. Cuando me bajé de allí, tenía el cuerpo como si me hubieran dado una paliza.

Por fin llegué a Finca Exótica, la ecolodge donde iba a pasar los próximos dos días, justo antes de Playa Carate. En la recepción me encontré con Daniel, uno de los trabajadores de la finca, que me acompañó al bar-restaurante que estaba arriba, donde estaba Gaby, la jefa de recepción con la que había estado comunicándome por email. Después de subir muchas escaleras, llegué al bar-restaurante. El esfuerzo mereció la pena, las vistas desde allí eran increíbles, selva y mar.

Luego me llevaron a mi tiki tienda, lugar donde iba a dormir, una tienda sobre una plataforma de madera y con un cómodo colchón. Los baños no estaban muy cerca pero tampoco me podía quejar. Lo peor fue que cuando me fui a dormir no había ni una sola luz en el camino, las antorchas que antes estaban encendidas ahora ya no lo estaban, así que había que tener cuidado de no desorientarse. La cena y el aperitivo que nos pusieron mientras esperábamos me gustó mucho. En la cena estuve hablando con algunos de los turistas que eran familias acomodadas inglesas, americanas, alemanas, belgas, etc. Este sitio era más lujoso que el jungle hostel de Puerto Jiménez y allí no había mochileros, tampoco había españoles. El dueño era un alemán, aunque los trabajadores eran todos ticos, lo cual estaba bien. La verdad que si no me hubieran invitado, no habría podido quedarme allí, demasiado caro.

Aquí podéis ver la sala de yoga que fui a visitar el último día, en plena selva y con unas vistas increíbles, como podéis ver en la foto. Además de tiki tiendas, también tienen bungalows, pero ninguno tiene agua caliente. Es un sitio lujoso pero hasta cierto punto porque también es un lugar que trata de ser sostenible.

Bueno, y ahora viene el plato fuerte de esta entrada: la excursión al Parque Nacional de Corcovado. La verdad que si tenéis oportunidad es mejor hacer la excursión para dos o tres días y así explorar más del parque. Yo sólo podía hacerla para un día ya que no tenía grupo y para una persona sola saldría muy caro. Me juntaron con un turista belga que también se apuntó a la excursión de un día. El sendero iba por la playa en dirección a la estación de La Sirena, pero para llegar hasta allí es necesario pasar una noche en el parque. Nosotros tendríamos que devolvernos a mitad de camino si no queríamos que nos pillara la marea. Una cosa importante que debéis saber si queréis hacer esta excursión es que hay reservarla con cierta antelación y pedir permiso al parque (normalmente los guías se encargan de este trámite).

Empezamos a caminar desde Finca Exótica hasta Playa Carate.

Al poco tiempo llegamos a la estación La Leona donde están algunos de los guardaparques. Allí dejamos nuestros nombres por escrito antes de continuar.

El camino se metió un poco más por la selva y empezamos ya a ver algunas como algunas rapaces y guacamayos.

También en el suelo de la selva era habitual ver estos coloridos cangrejos.

O árboles tan impresionantes como este.

El camino volvió a salir a la playa y allí paramos a comer cuando llegó la hora del almuerzo. El guía, un chico jovencito de Puerto Jiménez, nos contó la historia de un conocido suyo que hace unos años se perdió en Corcovado y tardó diez días en encontrar el camino de regreso. Estuvo en sitios muy remotos del parque donde los turistas no llegan, y yo fascinada imaginaba cómo sería llegar a aquellos lugares. La verdad que me dio un poco de pena que nuestra excursión fuera tan limitada, y sin duda que algún día me gustaría volver para varios días.

Continuamos hasta el sitio en que ya no podíamos seguir. Según el guía si pasábamos de ese sitio, poco después subiría la marea y ya no podríamos devolvernos.

Cerca de ese lugar, el guía nos enseñó el esqueleto de una ballena.

Poco después empezamos a encontrarnos los primeros mamíferos: monos araña y oso hormiguero o tamandua.

También vimos algunos reptiles como este basilisco.

Total que con tantos animales y fotos que estuvimos haciendo, se nos empezó a echar la hora encima y al final tuvimos que correr porque ya estaba subiendo la marea. Yo, como podéis ver en esta foto, acabé con los pies empapados.

Al día siguiente era Viernes Santo, día en que se paraliza todo en Costa Rica. Los dos últimos días había estado preocupada de cómo iba a hacer con el transporte porque se supone que ese día yo me iba a Golfito para mi siguiente destino. Imposible, no se podía viajar ese día, ni buses, ni barcos, ni nada, y además no había muchos guías que quisieran guiar un tour. Para los ticos, que son muy religiosos, trabajar en un día como este era como un pecado y estaba mal visto. Mejor que lo tengáis previsto si estáis viajando en Costa Rica en esas fechas, no se os ocurra planificar ningún viaje ese día y mejor os quedáis descansando en algún lugar.

Por suerte el belga que vino conmigo al tour de Corcovado salía hacia Puerto Jiménez ese día con su familia en el coche que tenían alquilado. De camino tuvimos una sorpresa, vimos monos titís, la especie de mono que me faltaba por ver en Costa Rica, de las cuatro especies que hay en total. Resulta que los monos titís son más abundantes en la Península de Osa.

Me dejaron en el jungle hostel donde había estado antes, ya que a Golfito no iba a poder viajar. Allí estaba mi amiga de San José y una amiga suya italiana, habían llegado el día anterior. Ellas querían ir a algún sitio en Semana Santa y yo les sugerí que me hicieran compañía por unos días durante mi viaje.

Al día siguiente viajamos a Golfito en barco. Llegamos al puerto poco antes de las 6 de la mañana y nos encontramos con este paisaje tan bonito poco después del amanecer.

El trayecto en barco nos regaló más bellos paisajes.

En Golfito cogimos un bus hasta Piedras Blancas, y allí un señor al que le pagamos algo (porque taxi no había) nos llevó hasta el pueblo de al lado que es de donde partía el camino, 3 km cuesta arriba que nosotras muy inocentemente tratamos de acometer a pie (la pendiente era tan fuerte que el coche no conseguía subir). Poco después de empezar a caminar, nos dimos cuenta de que aquello era demasiado duro, y además hacía mucho calor. De verdad que aquello se parecía cada vez más a una penitencia de Semana Santa y yo ya sólo podía rezar para que pasara un coche que nos llevara hasta arriba. Cuando quedaba menos de un kilómetro apareció un coche con una pareja de turistas que iban al mismo sitio que nosotras así que nos llevaron. Para entonces a estábamos totalmente empapadas en sudor y agotadas, pero mejor fue eso que nada. Los turistas estaban sorprendidos de nuestra hazaña y mis amigas bastante mosqueadas.

El sitio donde íbamos se llamaba Finca Bellavista, un sitio de ecoturismo con casas en los árboles, en la zona de Golfo Dulce (no es exactamente Península de Osa, pero está al lado). En su web dicen que son también una especie de comunidad, pero sinceramente allí sólo había tres americanos trabajando, un voluntario americano también y algunos trabajadores ticos. Aquí me invitaron a pasar tres noches, no en una tree house precisamente, sino en una casa baja. Eso sí, yo lo prefería porque esta casa estaba más cerca de la recepción y aparcamiento, mientras que las tree houses estaban muy perdidas en la selva, y yo iba a estar allí sola las dos últimas noches. La casa tenía cocina así que no me hacía falta ir al restaurante a comer, que era un poco caro. Iba provista de arroz, lentejas, pasta, huevos y algunas verduras, además de cosas para desayunar.

Estuvimos comiendo y descansando un poco, y poco después nos pusimos los bañadores y nos fuimos a bañar a la cascada. La caminata hasta allí fue muy bonita, y poco a poco mis amigas se fueron animando.

Los dos últimos días sólo fui a dar paseos cortos porque mis amigas ya no estaban y sola no me atrevía a aventurarme (más que nada porque me avisaron de que había muchas serpientes venenosas, y de hecho un par de semanas a uno de los americanos que allí trabajaba le picó una). No era fácil acoplarse a alguien porque todos los que estaban allí eran parejitas (americanos, canadienses y australianos) y cada una en una tree house. El perfil de turista aquí eran parejas jóvenes de países anglosajones, muy en forma y con buen nivel económico (entiendo que así es porque el precio de la estancia es realmente elevado). Sí me acerqué a ver algunas de las tree houses más cercanas.

Traté de tomarme aquellos dos días como un retiro espiritual y una forma de despedirme de Costa Rica, recapitulando sobre todo lo que había vivido en todos aquellos meses. Me daba un poco de pena no haber podido ver más porque el sitio tenía una pinta estupenda. Una pareja de canadienses me contó que siguieron el curso del río hasta un sitio donde se juntaba con otro río, y la excursión fue alucinante. La mayoría de las parejas también hicieron canopy allí, pero a mi me pareció demasiado caro y no lo hice. En fin, en aquellos días me empecé a preguntar si merecía la pena viajar sola y sin dinero porque a veces llegas a sitios en los que no puedes moverte tú sola y sin un coche, o las actividades que se ofrecen allí son demasiado caras.

El martes 22 de abril era el día que volvía a San José, y tuve suerte que una pareja de australianos me llevaron con ellos hasta el pueblo, así me ahorré el dinero del taxi. Al poco tiempo de llegar, venía un autobús y por suerte conseguí sitio. Este autobús que iba de Piedras Blancas a San José era de la compañía Tracopa y me dejaba muy cerca de la casa de mi amiga, tanto que pude ir a pie. El viaje en Península de Osa estuvo bien, pero sí es cierto que me sobró tiempo que podía haber aprovechado mejor para hacer cosas si hubiera tenido medio de transporte o gente con la que ir. Por ejemplo, me hubiera gustado haber visitado el Parque Nacional de Piedras Blancas que estaba allí cerca. Pero bueno, habrá que volver allí algún día y ver lo que me quedó. Y no se nos olvidé ver lo positivo de aquellos días, casi no gasté dinero gracias a las fam trips, y pude estar en sitios muy bonitos que yo no habría podido pagar.