Desde muy temprano se escuchaba el ruido en la ciudad. Normalmente las calles son muy tranquilas, no es una ciudad grande aunque sí un pueblo bastante globalizado; tenemos ya toda clase de franquicias extranjeras, para muchos es motivo de orgullo, pero otros creemos que nuestra identidad se va perdiendo.
Algo que aún mantiene el espíritu de la historia de esta ciudad es la feria de cada 21 del mes tercero. Colores, trajes típicos, comida regional y una representación artística que nos trae una emoción inexplicable cada año, pareciera ser el único día en que todos nos convertímos en niños otra vez, olvidando los prejuicios del qué dirán, y dedicándonos a correr, gritar y sobre todo disfrutar.
A veces era festival de música, a veces de literatura, otras de danza, pero este año tocaba el teatro. Me levanté algo tarde por lo que me apuré y llegué directamente al escenario; no tuve tiempo para mirar el folleto del programa y ver de lo que se trataba.
¡Empezaba la función! La primera obra fue muy linda, representaba el nacimiento, creación milagrosa que aun, hasta el más ateo, juraría que existe Dios. De entre todas las obras representadas, esta fue la única que no fue narrada.
La segunda obra era sobre la niñez. Fue bastante interesante ver cómo son los sentimientos de un niño, y cómo es el mundo a través de sus ojos, los cuales demuestran sus ganas de vivir en cada uno de sus simples hechos. Llegué a sentirme tan identificado que creí ser yo quien narraba cada escena, incluso pude predecir qué escena seguía de la obra. Fue tan agradable que reí de las travesuras de aquel niño, de su gran creatividad y sobre todo de su capacidad de amar; perdonaba con tanta facilidad que hablaba de la sabiduría de ese niño. Uno cree que pasando los años se vuelve sabio, pero en verdad del conocimiento a la sabiduría hay bastante diferencia.
¡Qué sentimiento tan agradable dejó aquella obra! Tanto que empecé a recordar esos sueños que tanto deseaba de pequeño; en mi mente llegó aquella frase que nos hace reflexionar “¿Qué diría de ti el niño que fuiste?” y tal vez pensé “eres un viejo amargado”. Llegue a fantasear tanto que mi imaginación fue interrumpida por el acto de la siguiente obra.
La tercera obra fue algo extraña, sus escenas no tenían sentido o tal vez sí, pero no llevaban un orden. Pareciera que dentro de ese desorden se encontraba la búsqueda de ese orden, como un rompecabezas, tienes las piezas pero para darle sentido a todo debes ordenarlas de cierta manera. Me sentí tan confundido que me dejó una sensación frustrante, esa frustración que viene cuando sabes que necesitas de algo sin saber qué. Empecé a volar mi imaginación y de nuevo tuve esa impresión de ser yo quien narraba cada escena, de tal manera que otra vez sabía cuál sería la siguiente. La obra acabó muy confusa, y yo me quedé con muchas interrogantes.
Antes que comenzara la siguiente decidí ir a comprar algo de comer. Ya pasaban dos horas después del mediodía. Caminé por los pasillos de la feria viendo artesanías regionales, así como también de ciudades lejanas. Me asombré de la maravilla de las cosas hechas por mi gente, y como a pesar de esto no las consumíamos o, incluso, las menospreciamos cuando tal vez su valor en otras tierras seria exclusivo.
Después de comer unos pambazos me quedé pensando sobras las obras teatrales expuestas, pero no quise adelantarme a conclusiones sin querer observar todas. Interrumpí mis pensamientos y escuché a lo lejos “tercera llamada”, corrí en busca de mi asiento pero por desgracia no lo conseguí. Por fortuna, luego encontré uno con mejor vista al escenario. Por andar apresurado olvidé tomar el programa para saber de qué se trataban todas estas obras, pero de todas maneras era interesante no saberlo.
Al parecer, esta cuarta, obra era continuación de la pasada. El personaje se miraba a sí mismo pero en una versión más madura. Las escenas ahora tenían una secuencia más entendible. Esta obra fue la que más duración tuvo, y la que más sentimientos ocasionó, no creí que una obra te hiciera sentir tanto. Llegué de nuevo a sentirme identificado al punto de recordar momentos de mi vida que, pese al gran dolor que ocasionaron, en ellos había grandes enseñanzas. Otras escenas causaban risa y, a pesar de que tal vez en el momento de vivirlas había un descontrol, cuando pasaban a la otra escena, daba risa lo ridículo que era la anterior. Fue tan curioso que de nuevo sentí que era yo quien narraba la historia, pero ahora eran tan idénticas a mi vida que pareciera que lo actuado estaba relacionado conmigo.
En la última obra se perdió la magia de la anteriores, ya no sentía que era yo quien las narraba y para ser honesto perdí toda atención. Seguí pensando en el impacto que había dejado la obra anterior, me recordó las enseñanzas que dejan ciertas facetas en nuestras vidas, los triunfos y alegrías que dejan otras, y las tristezas que se han sanado a través del tiempo de otras. Iba tan atento a mis reflexiones que ya estaba en la salida cuando recordé que no había agarrado el folleto del programa. Regresé por él, pero desafortunadamente ya no quedaban. Me acerqué a unos de los muchachos que ayudan al evento y le pregunté: “¿Sabrás cuál era el tema de estas presentaciones?”. “My journal señor” –me respondió– y dio un giro rumbo a su destino. Sonreí y en mi mente dije: “Deberían darse una vuelta muchos por aquí”.
Me fui a mi casa con una buena sensación, era 21 de Marzo, ya era Primavera.
Por Abinadí Hita/ @gorihh2