Que Calixto Bieito siente debilidad por el teatro alemán es una evidencia cada vez mayor. Después de acercarse a textos de Brecht y de Schiller en el pasado, nos llega ahora con una coproducción del Teatre Romea (del que es director artístico) y del Schauspiel de Stuttgart. Y si bien él no firma ninguna de las dos piezas que componen el espectáculo, no por ello deja de verse su impronta.
A un clic, como en anteriores críticas del FÀCYL, más palabras de Héctor Toledo.
People, Cars and Oil se compone de dos piezas independientes, de algo más de una hora cada una que suponen una extraordinaria reflexión sobre el progreso, la industrialización y el crecimiento económico, enfocada desde la caída libre que experimenta la industria automovilística. Esta elección no es en vano. Buena parte de la economía de Stuttgart depende de Mercedes-Benz, y es bien conocida la importancia para muchos Barceloneses de la factoría que Seat tiene en Martorell.
Así pues, dos piezas formalmente similares que comparten parte de la escenografía y del diseño de luces para dibujar a lo largo de cerca de 3 horas (una suerte de Grindhouse teatral) un mapa de los parias de la crisis, una descripción certera de cómo nuestros sueños y expectativas van irremediablemente unidos al futuro de las grandes empresas.
Con una puesta en escena sobria, los alemanes nos presentaron “Das Gestell” (El prototipo), en el que nos cuenta la historia de Torben, joven militante de ATTAC al que ofrecen trabajar en la Mercedes, y su mujer Inme. Ambos personajes hacen un recorrido opuesto. Mientras Torben se vuelve más y más burgués cada día, Inme no puede evitar enloquecer ante un mundo consumista e insostenible que la absorbe y la arrastra hacia una inevitable destrucción.
En el otro lado, los catalanes del Romea explotan una puesta en escena mucho más barroca, con un escenario lleno de basura tecnológica que es a la vez suelo y mobiliario. Nos cuentan la historia de Ingrid e Irene, dos extrabajadoras de la SEAT que aprovechan sus ahorros para abrir una gasolinera con autolavado en un terreno heredado en una de esas urbanizaciones a medio hacer que dejó atrás la burbuja inmobiliaria. Grupos de tuneros con motores trucados que hacen carreras ilegales son sus únicos clientes. Y a pesar de la esperanza y las ganas de las chicas, todo es tan precario y susceptible de irse al garete…
Dos piezas con una extraordinaria dramaturgia, más cinematográfica que teatral, quizá, pero convenientemente explotada por los directores, creando un espectáculo postmoderno, con ritmo, fuerza, dinamismo, que mantenía la tensión y la fuerza constantemente. Cuentan además ambas compañías con un plantel de actores de raza, de esos que uno quisiera para sí, que no se arredran ante nada y no caen en el conformismo. De esos que se atreven a innovar, a explorar sus posibilidades, a crear personajes humanos que sin embargo rozan la parodia. A llevarse al límite.
Está claro que Bieito entiende el teatro. Y también está claro que sabe de rodearse de gente que lo entiende al menos tan bien como él. Gente que sabe dónde tiene que apretar las tuercas al público y dónde aflojarlas, que sabe contar una historia con oficio y meterte en esa atmósfera mitad real, mitad onírica que permite al espectador pensar y soñar a la vez.