Los ciudadanos, cuando contemplan al PP, descubren a un partido que comparte con el PSOE su concepción autoritaria del poder, su verticalismo, inquietantes tendencias totalitarias, culto a la partitocracia, convivencia fácil con la corrupción, el mismo desprecio al ciudadano y una inquietante obsesión por el poder que por lo menos iguala la de los fracasados socialistas españoles. Esa obsesión por el poder, compartida por ambos partidos, les lleva a alcanzar acuerdos cada vez que se plantean en el Congreso subidas de sueldos o incrementos de privilegios para la casta.
En consecuencia, los ciudadanos desconfían del Partido Popular y dudan que esa derecha escasamente democrática tenga soluciones y represente un cambio drástico con respecto al PSOE.
Conscientes de que la izquierda ha fracasado y destrozado la prosperidad y la armadura ética de España, los ciudadanos, al no poder depositar su confianza tampoco en una derecha frustrante, se sienten en un callejón sin salida y con la esperanza hecha añicos.
Sin embargo, en honor a la verdad, hay que afirmar que el PP, a pesar de que también es un partido político decepcionante, poco demócrata, entusiasta de la partitocracia y tan apegado al abuso y a la corrupción, es científicamente imposible que pueda gobernar peor que Zapatero y su lamentable gobierno.
Si se analiza con objetividad y sin pasión el balance del gobierno Zapatero, uno descubre un océano de insensateces y una capacidad de destrucción insólita. Ese muchacho sonriente que tanto prometía, después del calvario del último cuatrienio de Aznar, otro buen gobernante que se estropeo en la Moncloa y se transformó en un energúmeno autoritario y antipático, muestra ya su verdadera faz, la de un inmaduro que gestiona más poder del que merece, arropado insensatamente por un partido que ha sacrificado sus ideas, sus valores y su decencia en aras del poder y del reparto de la enorme tarta del Estado.
Aunque no es el único culpable del drama de España, nadie ha empujado tanto como Zapatero el país hacia el precipicio. La España de Zapatero es hoy un bodrio indefenso, arruinado, endeudado hasta los dientes, con su futuro hipotecado, sin orgullo, despojado de sus valores tradicionales y ocupando puestos de cabeza en el miserable ranking del paro, el avance de la pobreza, el alcoholismo, el consumo y tráfico de drogas, la prostitución, la indisciplina, el fracaso escolar, la baja calidad de la enseñanza, el crecimiento desordenado de un Estado monstruoso, el avance de la corrupción, el desprestigio de la clase política y la pérdida de la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes y hasta en el sistema democrático.
El balance de Zapatero, al que habría que agregar otros dramas como la arrogancia de "la casta política", el rechazo de los ciudadanos a los privilegios inmerecidos e injustos de los políticos, la ocupación de la sociedad civil, llevada hasta el borde del coma, la manipulación y la mentira elevadas a métodos de gobierno y una pavorosa pérdida de prestigio y peso internacional de España, es tan pésimo que resulta casi imposible de superar, lo que permite que los españoles podamos contemplar el futuro con cierta esperanza, amparados en el triste razonamiento de que "¡peor imposible!"
Ante la perspectiva desoladora que ofrecen los partidos políticos, especialmente los dos grandes, lo lógico es que los demócratas españoles recurran a la abstención, voten en blanco o inunden las urnas con votos nulos en los que escriban reproches a los que han hundido la nación. Los que quieran votar al PP en las próximas elecciones para castigar la terrible gestión de Zapatero, tendrán que hacerlo sin ilusión, con la nariz tapada y aguantando el vómito, pero también con la seguridad de que la pobre derecha que tenemos, esa que espera sin arriesgar, sin prometer regeneración y sin despertar ilusión, que el gobierno se pudra para relevarlo y que celebra en calle Génova cada fracaso del gobierno, cada nuevo parado y cada nuevo pobre que se incorpora a la legión de los condenados, es casi matemáticamente imposible que lo haga peor que Zapatero.