Pepe, muy joven para morir

Publicado el 29 septiembre 2024 por Adriana Goni Godoy @antropomemoria

A sus 18 años, José Saavedra González fue una de las primeras y más jóvenes víctimas de la “Caravana de la Muerte”, campaña de exterminio a adherentes del gobierno de la Unidad Popular que recorrió el país en los primeros meses de la dictadura. Aquí contamos parte de la vida del joven y el camino a la justicia de sus hermanas, ejemplificando lo que vivieron más de cuatro mil familias chilenas de asesinados y desaparecidos.

Fotos: Cedidas por familia Saavedra González

A dos semanas del golpe de Estado, el lunes 24 de septiembre de 1973, Pepe estaba ansioso. En el pupitre de su sala de clases en Calama, esperaba la noche para poder sentarse junto a su cuñado Luis Miranda a ver un anunciado combate de boxeo que Televisión Nacional transmitiría para todo el país. Más tarde en la casa, Ángela Saavedra González, su hermana, no estaba interesada y en la noche se fue temprano a dormir, lo mismo que la hija de ella y una asesora del hogar.

Apostados en el sillón, no llevaban siquiera un round cuando irrumpieron casi una decena de carabineros y militares seguidos por su padre, José, a cuya casa habían llegado antes. Tras destrozar su habitación con sus bayonetas buscando evidencia que no encontraron, los militares se llevaron a Pepe. La escena dejó a José padre absorto, en shock. Con el tiempo ese sentimiento se transformó en un decaimiento que, según su hija Ángela, parecía haberle quitado el ánimo de vivir. 

-Lo considerábamos un chiche, porque para mí darle la mamadera, cambiarle los pañales, pasearlo en el coche, era como un juego-, cuenta al teléfono Victoria Saavedra González, de 77 años, desde Iquique.

Pepe era un “muchacho de piel”, de afectos sinceros y expresivos, no perdía la oportunidad de asaltar con un abrazo a su mamá y a sus hermanas, así también de pasear cada domingo a sus sobrinos, quienes también oficiaban de anzuelo para las muchachas que Pepe pretendía conquistar. Las estrictas formas de Ana Luisa empezaban a perder efecto sobre Pepe al tiempo en que crecía y encontraba complicidad en su padre y en su hermana. “Era bien pololo y amigos de sus amigos, con mi papá le cubríamos las salidas a Pepe, y a su vuelta nos contaba de sus conquistas en las fiestas”, cuenta al teléfono Victoria.

La voz de Pepe era entre grave y ronca, su piel café clara era parecida al té con leche y, lo que recuerdan bien sus hermanas, “sus ojos eran del color del tiempo”, porque cambiaban de tonalidad según la luz que hubiera en el día. “Ojos color del tiempo” fue el título del libro que Victoria escribió en honor a su hermano, el cual fue publicado en 2005 y reeditado en 2019.

Pepe ambientaba su pieza con vinilos de Illapu, Quilapayún y Víctor Jara, asimismo le encantaba Santana, Deep Purple y The Doors, al punto que para las fiestas reservaba sus pantalones de tiro largo y ancho, con el fin de presentarse como un verdadero rockero sicodélico. Cuando la Unidad Popular (UP) llegó al poder, Pepe, de 16 años, aún no estaba tan imbuido en la política. Fue en el transcurso del primer año del gobierno en que se convenció del proyecto liderado por Salvador Allende y de militar en el Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER), fracción estudiantil del Movimiento Izquierda Revolucionaria (MIR). Se volvió dirigente del Liceo de Chuquicamata y se involucró en los trabajos voluntarios en las poblaciones más desposeídas de Calama, como en la Arturo Prat, junto a militantes y curas obreros. En las marchas no perdía la ocasión de estar en posiciones de vanguardia blandiendo los lienzos y banderas del FER, o consignas ad hoc a las jornadas callejeras. “Llegaba a última hora a almorzar por todas esas actividades. Era muy idealista, estaba muy convencido del proyecto de la Unidad Popular y admiraba a Allende”, cuenta Victoria. 
A pesar de que su familia lo había visto en marchas, José mantuvo su vida política casi en reserva y ni siquiera sugirió el tema en alguna sobremesa con ellos, dada las estrictas maneras con las que Ana Luisa pretendía guiarlo. Recién se enteraron de su militancia luego de que Pepe perdiera su libertad.

La distancia entre la casa de sus padres, ubicada en avenida Grecia, y su liceo era tal que José optaba por alojarse de lunes a viernes en la casa de su hermana Ángela, ubicada en Villa Ayquina, debido a que estaba más cerca de la locomoción que lo llevaba al Liceo situado en Chuquicamata. Entre su detención y captura el lunes 24 de septiembre al sábado 29 de septiembre, la familia Saavedra González estuvo presente en una de las comisarías de Calama intentando saber de él y entregando almuerzos u onces que jamás le llegaron a Pepe: estuvo aislado en un centro de torturas fuera del recinto policial. Agolpados en las inmediaciones de la cárcel de Calama, su familia, que apenas pudo divisarlo, notó inmediatamente que su debilidad era a raíz de los cinco días de tormentos inflingidos por el naciente aparato represor de la dictadura.

El 29 de septiembre Pepe Saavedra fue procesado por un Consejo de Guerra y condenado a seis años de relegación al sur del paralelo 38, en la Región de la Araucanía, acusado de haber participado “en reuniones prohibidas en tiempos de guerra”. Esa reunión fue, en específico, una realizada con estudiantes de su Liceo y dieron con Pepe luego de haber torturado a otro joven asistió al encuentro.

El viernes 19 de octubre de 1973, José padre llevó su habitual vianda a su hijo sin la certeza, una vez más, de que llegara a comerla. Ese día los gendarmes no le recibieron la encomienda a él ni a los demás familiares de los detenidos, por lo que el día siguiente, el sábado 20, se reunieron nuevamente en el recinto penitenciario. La tensión por las confusas respuestas se extendió hasta las tres de la tarde, cuando el capellán de la cárcel, escoltado por militares, se acercó a ellos y les contó que Pepe, junto a otras 26 personas, mientras eran trasladados a Antofagasta, fueron ejecutados bajo el argumento de una sublevación.
Era turno de informar el desenlace de Pepe a su madre, ¿cómo se verbaliza algo así? Ana Luisa, quien al verlos llegar abatidos a la casa, les espetó con inmutable certeza “lo mataron”. El silencio otorgó respuesta. Así lo recuerda Victoria, su hermana: “Nos quedamos todos, mis hermanas y mi papá, callados. Mi mamá lloró toda la noche y gritaba ‘cómo pudo irse siendo tan joven’. Esa noche dormimos junto a mi esposo en la cama de Pepe y todavía estaba el olor de su perfume. Estaban sus cosas allí todavía y era como si estuviese él”.

Pepe y los 26 se volvieron parte de las primeras víctimas de la “Caravana de la Muerte”, las que fueron un conjunto de políticas de terror y exterminio lideradas por el General Sergio Arellano Stark apenas iniciada la dictadura militar, tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. En ella recorrieron el país con el fin de implantar terror y generar una pronta sumisión de la población a las fuerzas armadas que gobernaban de facto.

José Saavedra fue la víctima más joven de la Caravana de la muerte.

POR EL AMOR INFINITO

Inmediatamente los familiares pidieron sus cuerpos y los militares dijeron que estaban enterrados en la pampa, en un lugar reservado por el ejército, y que recién dentro de un año podrían ser entregados los restos a sus deudos. Pasado ese año, ya en 1974, la Gobernación Regional les dijo a los familiares que, de abrir la fosa mortuoria, los deudos debían hacerse cargo de todos los costes funerarios, aunque los restos no correspondieran a su familia. La aceptación fue tan inesperada para el Gobernador que, viendo que las evasivas ya no alcanzaban a contener la voluntad de los familiares, tuvo que reconocer que no sabían dónde estaban los cuerpos.

El que haya una considerable cantidad de víctimas jóvenes se debe a que eran los jóvenes quienes estaban insertos en el proyecto de la Unidad Popular”, cuenta la actual diputada del Partido Comunista Carmen Hertz. Dentro de las 27 víctimas, estaba Carlos Berger Guralnik, por entonces su esposo. Posterior al trauma, Hertz trabajó en pos de la recuperación tanto de la democracia como en la de los cuerpos de las víctimas para sus familiares. Aquí da cuenta de parte del modus operandi de la Caravana de la Muerte: “Inmediatamente después del 11 de septiembre de 1973, Chile se llenó de campos de concentración y centros de reclusión de Arica a Magallanes. No hubo una sola comisaría que no fuese transformada en un centro de detención. A lo largo de todo el país vejaron, torturaron y asesinaron al movimiento popular”.

El Informe Nacional sobre Prisión Política y Tortura, conocido como Informe Valech, fue dado a conocer en 2004 y expone un perfil de los detenidos, torturados y asesinados por el régimen represor. 4 de cada 10 detenidos tenía entre 21 a 30 años y el 14% era menor a 21 años.

Como si no bastara el haber perdido de esa manera a su hermano menor, Victoria recuerda que hubo una parte de la vecindad que los aisló, al punto que algunos padres no dejaban que sus hijos jugaran con los de ella o los de sus hermanas. Esto hizo que la familia se mudara de barrio y que los dos hijos de Victoria, que nacieron entre 1968 y 1970, supieran recién entrada su adultez lo ocurrido con el tío que no alcanzaron a conocer. “Vivimos la dictadura prácticamente aislados porque en Calama, al ser una ciudad chica, todos sabían quienes eran los familiares de las víctimas. Muchas veces oímos el ‘por algo los habían matado’ “, rememora Victoria. Este cúmulo de traumas la llevó a sentir odio: “¿Cómo puede haber tanta maldad, cómo pueden llegar a estos extremos?”, confiesa apesadumbrada.

Este dolor llevó a que Victoria y otros familiares de ejecutados políticos conformaran en 1983 la Asociación de Familiares de Ejecutados Políticos por la Dictadura, cuyas primeras acciones fueron instancias de contención en las que pudieron compartir sus tormentos. “Fue como una terapia, donde pudimos darle cobijo a nuestros sentimientos”, cuenta Victoria. 

En tanto, para Alicia Lira Matus, presidenta nacional de la Asociación de Familiares de Ejecutados Políticos, la fuerza para continuar viviendo después del dolor proviene de convicciones trascendentes: “A partir del amor infinito y el rechazo a los crímenes sistemáticos cometidos por la dictadura, que buscó la forma más alevosa para eliminar a quienes pensaban distinto. Nuestra fortaleza apareció cuando nos juntamos los familiares y nos empezamos a abrazar con la convicción de que estas atrocidades no podían quedar en la impunidad”.

1990. “Los cuerpos los dinamitaron”, comentaba la familia Saavedra González en el desierto de Atacama, cuando se dirigieron a las excavaciones que hizo el Servicio Médico Legal en fosas con osamentas diseminadas y entremezcladas con restos de cuero cabelludo y dientes. Sin embargo, no había rastros de nitroglicerina por lo que la hipótesis de que los cuerpos fueron removidos y hechos desaparecer cobraba fuerza. “Solamente quedaban remanentes como los huesos de las manos y otros restos, pero no quedaban huesos largos”, nos cuenta Victoria al teléfono.

LO QUE PUDO SER

En julio de 2015, la Corte de Apelaciones de Santiago informaba que un resto de maxilar correspondía a Pepe, pero la osamenta resultó ser de otro joven. Tras este este nuevo atisbo de la verdad, el viernes 30 de septiembre de 2016 por fin la familia Saavedra González logró dar con los últimos vestigios corporales. Victoria, Ángela y Patricia pasaron a una blanca sala del Servicio Médico Legal de Calama donde les entregaron tres trozos de costillas y dos trozos de vértebras, junto al ignoto hueso craneal, los restos que esperaron por 43 años.

El funeral fue al día siguiente, el sábado 1 de octubre. A pesar de que eran alrededor de diez familias que enterraban a los deudos de esa matanza, la ceremonia fue íntima dada la escasa cantidad de gente y la previa disposición a no divulgar el sepelio. Sin embargo, Ángela y Victoria se sorprendieron al que ver que entre los asistentes estaban los amigos de Pepe, sus yuntas, a quienes conocieron como adolescentes y que ese día, portando los inconfundibles rasgos de los años, iban a dar la anhelada despedida. Así fue el encuentro para Victoria: “Nos sorprendíamos de sus canas, nos contaban que ya eran abuelos y lo que habían hecho de sus vidas. Haberlos visto fue como ver lo que Pepe pudo llegar a ser”.