Termina el turno. Al salir de los vestuarios me encuentro cara a cara con Sofía. Ella ni me ve. Solo tiene ojos para Martín. Se abrazan y se besan. Los tubos fluorescentes pestañean e imprimen en los rostros del personal un tono enfermizo. Sin embargo, el chorreo lumínico no afecta para nada al cutis de Sofía. Es como si todo lo feo fuese repelido por ella. Los dejo atrás y sigo avanzando por el pasillo. La salida está al final. Me parece una distancia inmensa. Me falta el aire. Sigo andando. No quiero mostrar ningún signo de debilidad. El pasillo no acaba nunca. Escucho a Martín y a Sofía riéndose. Vienen por detrás. Las piernas me pesan. Me esfuerzo por mantenerme en pie. Parece que el pasillo se alarga kilómetros y kilómetros. Unas escaleras surgen a mi derecha. Me desvío hacia ellas y subo a las oficinas. Una vez allí, pido el finiquito.
Abro los ojos. Estoy en una cama que no es la mía. Me siento desorientado y no reconozco el lugar. Poco a poco, identifico la habitación de un hospital. No hay nadie conmigo, así que no puedo preguntar qué ha pasado. Me duele la cabeza. Al tocarme noto que llevo un vendaje. También me han puesto una de bata de esas que te dejan el culo al aire. No veo mi ropa por ningún lado. Quiero levantarme, pero al hacerlo me mareo y tengo que continuar tumbado. Cuando me encuentro mejor lo intento de nuevo. Me icorporo poco a poco. Saco las piernas de la cama y permanezco sentado dureante unos segundos. Finalmente, me pongo en pie. Con pasos cortos avanzo hacia el armario empotrado. Afortunadamente mi ropa está aquí. Reviso los bolsillos. Está todo, no falta nada. Me visto despacio, manteniendo la cabeza erguida, porque cada vez que la bajo siento vértigo y se me nubla la vista.
Pepe Pereza. Se ruega silencio. Ediciones Lupercalia, 2015. Del prólogo: Carlos Salcedo Odklas. De la imagen de cubierta: Pedro Espinosa. Productor literario: Gsús Bonilla.