Como dije, Chadwick no quiere retratar a un santo. Simplemente quiere retratar a un hombre. Así pues, no deja de mencionar algunos aspectos de la biografía de Suzuki que pueden resultar un poco controvertidos. Por ejemplo la cuestión de su primera mujer, con la que se casó en una fecha indeterminada a comienzos de los 30 y de la que no conocemos ni el nombre. Poco después de la boda, se le diagnosticó tuberculosis, enfermedad que entonces estaba estigmatizada. Dado que no se curaba y, por tanto, no podía ejercer sus funciones de esposa de sacerdote, Suzuki y ella anularon el matrimonio y ella volvió con sus padres. Chadwick defiende a Suzuki diciendo: “Quería cuidar de ella, pero estaba atado por el deber- como sacerdote primero y como hombre de familia después.” Para un lector actual Suzuki quedó ahí a la altura del betún, pero ¿es lícito que le juzguemos sin conocer todas las circunstancias y sin ponernos en el pellejo de lo que representaba ser un sacerdote zen en aquellos años en Japón?
Otro aspecto controvertido de su vida tiene que ver con la muerte de su segunda mujer. Durante varios años Suzuki tuvo acogido a un monje con trastornos mentales, llamado Otsubo. A Chie, la segunda mujer de Suzuki, Otsubo le producía escalofríos y muchas veces le había dicho lo que le incomodaba. Suzuki nunca prestó demasiada atención a sus quejas. Tal vez, como buen japonés, pensase que él era quien tenía que dar las órdenes en casa; tal vez pensase que Chie exageraba; tal vez creyese que estaba realizando una obra caritativa con Otsubo… En todo caso, él estaba fuera de casa la mayor parte del tiempo, así que Otsubo no le molestaba realmente. El 27 de marzo de 1952 a Otsubo se le fue la olla definitivamente. Agarró una hachuela y mató a Chie. Los sentimientos de Suzuki sobre lo sucedido quedan claros en lo que les dijo a sus hijos esa misma noche: “Por favor, no odiéis a este hombre que ha matado a vuestra madre. Antes deberíais odiarme a mí, porque no la escuché ni a ella ni a Obaa-san [su suegra] ni a vosotros, cuando me advertisteis sobre él. A partir de ahora estemos juntos”. A su padrino le dijo: “Fue culpa mía. Fui demasiado obstinado. No cedí. Estuve tan equivocado.” La muerte de Otsubo todavía tendría más consecuencias. Su tercera hija, Omi, de carácter muy sensible y artístico, nunca se repuso del impacto. En 1955 tuvo que ser internada en una institución psiquiátrica y nueve años después se suicidó.
Suzuki siempre tuvo conciencia de que era un mal padre y un mal marido. “Mi foco ha sido siempre ser un sacerdote. Acaso hubiera sido mejor que no me hubiera casado. He sido un muy mal hombre de familia. Un mal padre y un mal marido.” Su tercera mujer, que tenía mucho carácter y le tenía bien calado, decía a menudo: “Oh, sí, muuuuuuy mal marido. Buuuuuuen sacerdote, pero maaaaal marido.”
Un tercer aspecto interesante de la vida de Suzuki es su actitud durante la guerra. El zen japonés no tuvo una postura demasiado coherente durante la guerra. La mayor parte de sus sacerdotes se dejaron arrastrar por el nacionalismo imperante. No sólo es que no se opusieran al imperialismo militarista de sus élites, sino que a menudo lo aplaudieron.
Suzuki fue de los pocos que intentaron resistirse a la marea militarista. Suzuki era antibelicista e intentó que sus feligreses abandonasen ese tipo de pensamiento único nacionalista que, en su opinión, es más peligroso incluso que la guerra. Una ventaja que tenía es que podía hacer arropar sus mensajes con el lenguaje del budismo y hacerlos más tolerables. Profesores, escritores y estudiantes liberales que no tuvieron esa posibilidad pagaron con la libertad y a veces con su vida el haberse opuesto al expansionismo japonés. Aun así, Suzuki tuvo que soportar presiones para que se encabezase una nueva asociación budista soto que promocionaba el patriotismo imperialista. Suzuki salió del paso de una manera muy sutil: aceptó el nombramiento; se celebró una cena para festejarlo y al día siguiente dimitió. Todo el mundo había salvado las formas y él había mantenido sus principios.
No obstante, Chadwick reconoce que la postura de Suzuki, con ser digna, estuvo lejos de ser heroica: “Cualquier cosa que Suzuki hubiese hecho que pudiese ser considerada como remotamente antibelicista, la hizo antes de que comenzase la Guerra del Pacífico. Ahora en 1943 había poco que pudiera hacer. No se opuso a la guerra, no se opuso al gobierno, no abogó por la rendición, no dijo que Japón estaba equivocado. No quería que Japón perdiese la guerra, sólo que se terminase. Estaba dividido entre su creencia en el budismo y la paz y su devoción hacia el deber y su país. Pero si era prudente podía hablar sobre todo lo que Japón conseguiría si hubiese paz (…) Shunryu nunca invocó abiertamente el precepto contra el asesinato para abogar por el fin de la guerra desde un punto de vista ético.”
Suzuki era obstinado, idealista y políticamente ingenuo. Sólo así se explica el episodio de su viaje a Manchuria cuando la Guerra se estaba terminando. Su amigo Kozo Kato, otro tipo excéntrico (y es que parece que Suzuki tuviera una habilidad especial para atraer a todos los excéntricos), estaba encargado de la emigración a Manchuria y creía en la posibilidad de crear una sociedad mejor en dicho territorio. Kato le convenció a Suzuki de que había mucha tarea en Manchuria para un sacerdote soto. El 14 de mayo de 1945 Suzuki emprendió el viaje a Manchuria con el hijo de 12 años de Kato, que iba a encontrarse allí con su padre. Imaginémonos el panorama. Los norteamericanos hundían un día sí y otro también los barcos que cruzaban de Japón a Corea y viceversa. Líneas férreas y carreteras, cualquier cosa que se moviera, era bombardeado a placer. Conseguir comida era difícil. Pues hete aquí que a un monje de 41 años se le ocurre irse a Manchuria con un preadolescente de doce. La mente de principiante que tanto defendía Suzuki debió de funcionar, porque increíblemente llegaron a destino. Y tanto esfuerzo y peligros para llegar a un poblado en medio de Manchuria, que en aquellos tiempos era como decir en medio de ninguna parte.
Apenas hubo llegado, Suzuki se puso a trabajar duro para establecer un templo en aquel lugar desolado. Quería un templo que estuviese abierto tanto a japoneses como a manchúes. De pronto llegó el mes de julio de 1945. Okinawa cayó en manos de EEUU y empezaron a circular rumores de que era inminente que la URSS atacase Japón. La imagen idílica que se había intentado vender sobre las relaciones entre japoneses y manchúes empezó a resquebrajarse. Las manchúes no veían el momento de que se fueran los japoneses y los japoneses de pronto no vieron el momento de irse de un sitio en el que no eran queridos y al que en cualquier instante podían aparecer los tanques soviéticos. Sus jefes le dijeron a Kato que volviese a Japón echando leches. De pronto Suzuki se vio en medio de ninguna parte con un preadolescente de 12 años y la imperiosa necesidad de volver a Japón.
Conseguir billetes de tren para salir de allí fue una odisea. Y otra odisea fue cruzar de Harbin al norte de Corea en un vaporcillo con un cargamento de pollos, cuyos marineros coreanos se pasaron la travesía gritándoles a los japoneses: “¡Vais a perder la guerra!”. Cuando llegaron a destino se encontraron con un cartelito que decía: “No vendemos billetes. No hay barcos para Japón”. La reacción de Suzuki fue: “Shunryu dijo que no había que preocuparse, que no podían depender de los carteles. “Para mí el cartel dice: Vendemos billetes. Hay un barco para Japón”. Sentía que simplemente tenían que coger el tren y que algo ocurriría.” Suzuki y Taro empezaron a bajar la península coreana en tren. En cada estación costera se bajaban e iban al puerto a preguntar si había algún barco disponible que fuese a viajar a Japón. Finalmente llegaron a Sanroshin. Allí circulaban noticias de que todos los barcos habían sido hundidos y EEUU controlaba los mares. Se pusieron a esperar y un buen día un gran transporte de tropas entró en el puerto acompañado por dos cruceros. De alguna manera convenció al capitán de que les dejase embarcar e increíblemente el barco volvió a Japón sin incidentes.
Cuando Kato les preguntó cómo lo habían conseguido, la respuesta fue: “No lo sabemos”. Más tarde, explicando la aventura, Suzuki diría: “Mientras dependas de algo especial, algo de lo que se asume que deberías depender, no serás lo suficientemente fuerte como para continuar por ti mismo. No puedes encontrar tu camino. Así que antes de nada, conócete y sé lo suficientemente fuerte como para vivir sin señales, sin ninguna información- esto es lo más importante. Dices que hay una verdad, pero puede haber varias verdades. La cuestión no es porqué camino deberías ir. Si intentas ir solamente en una dirección o si siempre dependes de los carteles, no encontrarás tu propio camino. Lo mejor es tener ojos para leer distintas señales. Ésa es la clase de experiencia que tuve en Manchuria.”