Pequeña Marina, gran Musia - #AdoptaUnaAutora2

Publicado el 27 febrero 2017 por Elpajaroverde
"Hace calor. El cielo está muy azul. La música de las moscas y el tormento. El piano se encuentra precisamente junto a la ventana, como si intentara - sin ninguna esperanza y con toda su torpeza de elefante - salir a través de ella, y en la ventana misma, habiendo entrado ya hasta la mitad, como una persona viva estaba el jazmín. Chorrea el sudor, los dedos están rojos, toco con todo el cuerpo, con todas mis fuerzas, que no son pocas, con todo mi peso, toda mi presión y, sobre todo, con toda mi aversión por el piano."
Esta podría ser la descripción de un día cualquiera en la infancia de Marina Tsvietáieva. La pequeña Musia (diminutivo de Marina) toca y toca. No se levantará del taburete frente al piano hasta que no hayan transcurrido las dos horas impuestas (dos horas por la mañana, dos por la tarde). Su madre, tal vez esté cerca, tal vez no; Marina es tenaz y disciplinada y, aunque rebelde y no siempre obediente, no necesita de vigilancia para cumplir con las exigencias maternas. Su padre probablemente esté en su despacho, absorto en sus tareas, en un estado de absoluta pérdida de la noción del tiempo que le lleva a no distinguir si es Marina o Asia quien toca o si acaba de escuchar las primeras notas o acaso el sonido del piano lleve horas inundando sus oídos. Loira (diminutivo de Valeria) podría estar en el Liceo o tal vez en su habitación, abandonándose quizás también ella misma a la música pero haciendo uso en esta ocasión del instrumento que se aloja en su garganta, puede incluso que a coro con su madrastra en uno de esos momentos únicos y mágicos de armonía entre ambas. ¿Y los pequeños Andriusha y Asia (diminutivos respectivamente de Andréi y Anastasia)? Probablemente ocupados con sus propios divertimentos e intentando escabullirse de la mirada materna. Tal vez, Andriusha, haciéndose el remolón y el olvidadizo respecto a sus lecturas; quizás, Asia, mentalizándose de que ella tampoco podrá escaparse del horario establecido al piano.
Marina tiene talento para la música pero no ha nacido pianista como su madre, su musicalidad es otra: ella ha nacido poeta. Y en su concepción de la poesía, tal vez, aunque no pudiera imaginarlo de niña, las horas transcurridas al piano y la influencia de su madre resultaran determinantes.
"Y así, del más oscuro fondo, viene hacia mí la cara redonda y escudriñadora de una niña de cinco años, sin sonrisa alguna, rosada aun a través de la negrura, como un negro que se ha zambullido en la aurora, o una rosa en un estanque de tinta. El piano fue mi primer espejo, y la primera toma de conciencia de mi propio rostro fue a través de la negrura, con su traducción a la negrura, como a una lengua oscura, pero comprensible. Y así, durante toda mi vida, para poder comprender la cosa más simple, siempre he tenido que sumergirla en los versos, y verla desde ahí."
Pero no adelantemos acontecimientos, ya habrá tiempo de indagar más en esa intrincada relación. Esta segunda entrada sobre Marina Tsvietáieva para Adopta una autora está dedicada a su infancia y a su familia de origen. Así que vayamos por partes a ver si consigo poner un poco de orden.

Marina Tsvietáieva. Ilustración de Nina Gorlanova

La casa en la que transcurrió la infancia de Marina estuvo marcada por dos dicotomías: el museo y la música, y el piano y el canto. La primera hace referencia a las pasiones respectivas del padre y la madre; la segunda, a la rivalidad invisible pero omnipresente entre la difunta primera esposa del padre y la segunda, madre de Marina.
Marina era hija de Iván Vladímirovich Tsvietáiev, profesor de la Universidad de Moscú que dedicaría gran parte de su vida a levantar el Museo de Bellas Artes de Moscú que más tarde pasaría a ser conocido como Museo Pushkin. Es prácticamente nula la información que he conseguido sobre él. En los relatos que escribió su hija sobre los años de infancia y que he tenido oportunidad de leer es descrito como un hombre dedicado en cuerpo y alma a su proyecto. Me lo imagino como uno de esos genios despistados que resultan, por su cómica mezcla de inteligencia e ingenuidad, encantadores. Casi siempre es un personaje secundario pero hay una escena en particular en la que demuestra una complicidad y atención hacia Marina que desarma por su conmovedora sencillez. Años después, cuando todo comience a precipitarse hacia el triste destino de Marina y ésta sea interrogada por los bolcheviques, apelará a la reputación y honorabilidad de su padre. Su testimonio dejará patente el respeto y el reconocimiento hacia su labor y legado, así como el inestimable apoyo y colaboración en los mismos de su madre. Para entonces, Iván Tsvietáiev llevará años muerto. Querrá la buena suerte premiar a este buen hombre con la feliz coincidencia de tener en sus últimos días a todos sus hijos cerca.
Los hijos: Valeria y Andriusha, de su primer matrimonio; Marina y Asia, del segundo. Valeria, la mayor, heredera de su madre, Varvara Dmítrievna Ilováiskaia, no sólo de sus dotes para el canto sino de su recuerdo. Marina la describe así:
"...mi hermana Valeria, la verdadera heredera de las pasiones del Viejo Pimen y de la principal: el rencor, hasta el día de hoy no ha podido perdonar a mi madre (†1906) que hubiera reemplazado a su madre (†1890) y la odiaba en nosotras, en Asia y en mí, en nuestras voces, caras, gestos y ¡aún en nuestras iniciales!" (Las iniciales de Marina y Anastasia son las del nombre y patronímico de su madre.)
Apenas hay complicidad entre ambas cuando viven juntas en la casa familiar y no parece que extendieran su escasa relación al abandonarla. Años después, cuando Marina regrese a Moscú tras el exilio, dadas las penosas condiciones en las que se verá obligada a vivir, recurrirá a su hermanastra. Ésta le negará su ayuda.
Pero Andriusha, sin embargo... Ay, con Andriusha me pasa como con su padre: breves pinceladas las que tengo de él pero que me dejan un retrato entrañable.
"1918. Primavera. Llaman a la puerta. Un visitante poco frecuente. Mi hermano Andréi, de quien jamás sé nada, ni de su vida, ni de sus alegrías, ni siquiera su dirección, nada, excepto que él a nosotras, sus hermanastras, nos quiere incomparablemente más que a su hermana verdadera, y si a alguien ama en el mundo es a nosotras."

Residencia de Marina Tsvietáieva (1904-1905) en
Friburgo (Marina y Asia estudiaron en internados
el extranjero). Fotografía de Andreas Schwarzkopf

Pobre Andriusha, niño bisagra en una casa de sutiles fuerzas titánicas. La corta edad que cuenta cuando muere su madre, al contrario que a su hermana Valeria, lo deja desheredado, y para él, la madre de Marina y Asia es también mamá. A Andriusha no se le enseña a tocar el piano, la dicotomía familiar es clara; tampoco canto, ésa es disciplina que se enseña sólo a las mujeres. Sin embargo, tal vez porque lo hace libremente, de forma autodidacta aprende a tocar varios instrumentos. Será un joven Andréi quien alegrará los últimos días de Maria Alexándrovna Mein, su 'mamá-madrastra', tocándole canciones a la guitarra que ella le legaría.
Pero, ¿quién era Maria Alexándrovna Mein, madre de Marina Tsvietáieva? Descendiente de aristócratas, madre, madrastra y leal esposa, una virtuosa del piano frustrada que intentó con ahínco trasladar sus aspiraciones a sus dos hijas y que vivió su vida de casada a la sombra de la primera mujer de su marido. Los biógrafos y estudiosos de Marina la describen como una mujer de carácter inflexible. Es conocida y recurrente la anécdota sobre su herencia. A Maria la venció la tuberculosis cuando Marina estaba aún entrando en la adolescencia, sin embargo, dejó orden en su testamento de que sus hijas no pudiesen heredar su pequeña fortuna hasta que cumpliesen cuarenta años. Antes de que eso ocurriera estallaría la Revolución quedándose los bolcheviques con ese dinero. Sus hijas nunca heredarían, lo que privaría a Marina de sobrellevar con mayor dignidad y algo menos de penuria determinados momentos de su vida. Marina, sin embargo, escribe sobre su madre con indulgencia ("Pobre mamá, cuánto sufrió por mi culpa y cómo jamás llegó a darse cuenta de que toda mi "no-musicalidad" sólo era ¡una musicalidad distinta!"). Llega a comprender a esa mujer que no es que no la quisiera, sino que nunca consiguió entenderla.
La pequeña Asia era el ojito derecho de su madre. Los relatos a los que anteriormente he hecho alusión (todos ellos escritos entre 1933 y 1935), aunque en varias ocasiones se refieren a ella como de carácter dulce, nos la muestran como una niña consciente de su condición de favorita que no pierde la oportunidad de vanagloriarse de ello o incluso de sacarle partido. A la Marina niña esto no le pasa desapercibido pero ello no perjudicará la relación que tendrá con su hermana de adulta. En los cuadernos que escribirá a lo largo de su vida, cada vez que haga alusión a ella, se desprenderán de sus palabras afecto y unión, a pesar de que el exilio las mantendrá físicamente separadas durante más años de los deseados. Anastasia, que también padecerá sus propias tribulaciones, tuvo una vida longeva y, antes de morir, con casi cien años, pudo asistir, y en cierta medida contribuir, a la inauguración del museo dedicado a su hermana en la casa de Moscú en la que ésta residiera durante los primeros años de su matrimonio.
No puedo evitar, al leer sobre la relación de Maria Mein con sus hijas, recordar que Marina tendrá también sus preferencias en cuanto a las suyas propias, diferencia de afectos que tendrá una consecuencia fatal. Marina no mitifica su infancia, ni la adorna o edulcora. Escribe volviendo a ser niña pero desde la perspectiva que le proporcionan sus experiencias de adulta.
"No diré nada que no haya sucedido, ya que toda la finalidad y el valor de estas notas reside en su identidad con lo que ocurrió, en la identidad de aquella niña extraña, lo reconozco, pero que existió, consigo misma."
Sin embargo, sus biógrafos coinciden en señalar la abundancia de inexactitudes en sus memorias e incluso la existencia de algún acontecimiento inventado. Y ella misma declara que "hasta los cuatro años, según testimonio de mi madre, yo decía sólo la verdad; después, evidentemente, reaccioné". ¿Reacción, tendencia a la mentira o, mejor dicho, a la inventiva? Yo más bien pienso que sus fabulaciones responden a su mirada única para captar la realidad.

Monumento a Marina Tsvietáieva en Tarusa (ciudad de veraneo de los Tsvietáiev).
Fotografía de shakko.

Comenzaba esta entrada haciendo referencia a la relación entre la infancia musical de Marina y su poesía. Su concepción de esta última era auténticamente particular y novedosa. El propio Balmont, también poeta ruso, le llegará a comentar: "¡Exiges de la poesía aquello que puede dar solamente la música!" Y no sólo eso, también, aunque tardase en darse cuenta, de las partituras de esa casa que fue su primer hogar, en este caso no de las de su madre sino de las Romanzas de su hermana Loira, provendrá la profusión de guiones tan característica no sólo de su poesía sino también de su prosa.
Hablar de la infancia de Marina y de música es hablar de su madre. Pero ésta no sólo se preocupó por la educación musical de sus hijas sino que intentó también cultivarlas a través de la lectura. Marina fue una lectora precoz (lo cual no era algo inusual en los niños de su posición en la Rusia de aquellos años) que sobresalía por su agudeza y perspicacia (lo cual sí era inusual en una niña de tan corta edad). A su extraordinario bagaje cultural contribuirían no sólo las lecturas señaladas y comentadas con la madre sino también aquellas otras que ésta le prohibía y que Marina intentaba leer a escondidas. Tras todo lo leído para documentarme para esta entrada no me cabe duda de que la influencia de Maria Mein en su hija fue innegable, pero no sólo en su arte sino también en su vida. Así lo explica Marina:
"Mi madre nos dio de beber la vena abierta de la Lírica, como nosotras después, tras abrir la nuestra de un modo despiadado, intentamos dar de beber a nuestros hijos la sangre de nuestra propia tristeza. La felicidad de ellos es que no lo consiguiéramos, la nuestra - ¡que lo consiguiera!"
La casa de los Tsvietáiev fue, pues, un hogar enriquecedor pero también complejo y complicado. No fue, sin embargo, la única casa relevante en los primeros años de Marina, hubo otra. Se trata de la morada del Profesor Dmitri Ivánovich Ilovaiski. De ella nos habla Marina largo y tendido en su relato La casa del viejo Pimen.

Dmitri Ivánovich Ilovaiski (historiador)
(1832-1920). Autor desconocido

Ilovaiski, autor de una obra sobre la historia rusa manual de estudio de muchos escolares, era el abuelo materno de Valeria y Andréi, aunque mostraba por ellos la misma indiferencia que por las dos benjaminas de la familia. Hombre estricto, estoico y disciplinado, consideraba al padre de Marina un verdadero amigo, tal vez por compartir ambos el dolor por la hija y esposa ausente. Hacia la madre, contra todo pronóstico, sentía un profundo y correspondido respeto, a pesar de profesar el antisemitismo él y, ella, simpatía hacia los judíos. Esa ideología suya le llevará a ser detenido en sus años de vejez. Será Marina, a petición de su hermano Andréi, quien intervenga solicitando ayuda a un revolucionario que por aquel entonces se hospeda en su casa para que interceda por él y sea liberado.
Es la de los Ilovaiski una casa de tragedia y muerte. Viudo y con su hija muerta perderá también a los hijos de su segundo matrimonio. A la menor la enterrará en vida al huir ésta con un judío; los otros dos mueren demasiado jóvenes víctimas de la misma enfermedad que poco después se llevaría a Maria Mein. Del hijo varón reconocerá Marina ser el primer varón del que se enamora; de la otra hija, Nadia, nos narrará un curioso fenómeno.
Marina presiente a la ya difunta Nadia, se le aparece en sueños, la espera oculta en las habitaciones al cruzar el umbral. Desarrolla hacia ella un entusiasmo febril. Recuerda, aunque de forma pueril, a los idilios cerebrales que sostendrá a lo largo de su vida y de los que os hablaba en mi primera entrada de Adopta una autora. También esa puerta entreabierta entre la vida y la muerte con la que fantasea me hace pensar en esa cuerda floja por la que Marina tantas veces se moverá a lo largo de su vida. Y hay algo más que también me ha parecido profético y que se desprende de las palabras que os dejo a continuación, pues Marina siempre se mostró segura de la relevancia y trascendencia de su obra, como así efectivamente fue considerada tras su muerte:
"¿Quizá, Nadia querida, tú, después de haber visto súbitamente desde allá todo el futuro que me esperaba, a mí, una niña pequeña, al seguirme seguías a tu poeta, aquel que hoy te resucita, cuando han pasado casi treinta años?" 
Sí, esta niña que ya escribe poesías y que adora a una muerta y la siente más viva que en vida recuerda mucho a la mujer en la que se convertirá. No es este episodio, no obstante, el único que tiene ecos de augurio. En Musia ya están latentes muchas de las recurrentes filias y fobias de Marina. Pero, si en alguno de sus escritos queda patente esa identificación es en su relato El diablo, por ser la niña que fue y toda su introspección los absolutos protagonistas. "Sentí soledad con mi secreto. La misma soledad con el mismo secreto de siempre", nos confiesa en él; pero nunca hubo soledad que fuera mejor compañera que la de Marina Tsvietáieva.
"A ti debo el círculo encantado de mi soledad, que se mueve siempre conmigo, que nace de debajo de mis pies, me abraza como si fueran brazos, pero se dilata como el aliento, que todo lo incluye y a todos los excluye."
Y, sin embargo, esa niña que se califica a sí misma de extraña no resulta tanto si hacemos el valiente ejercicio de retrotraernos a nuestra infancia, de echar la vista atrás hacia ese mundo de confusión. "Lo que se aprende en la primera infancia se aprende para toda la vida", nos dices. No, querida Marina, lo olvidamos, desaprendemos. Eres tú, oráculo de sabiduría, en tu clarividencia, quien ha sabido preservar su mirada de niña; eres tú, con tus juegos de palabras, quien nos guía en el camino para volver a aprender. Tú nos haces volver a ser niños: solitarios, temerosos, perdidos; tremendos, poderosos, magníficos. Como fuiste tú. Como eres tú: niña y hechicera.
"No es necesario explicar al niño nada, al niño es necesario hechizarlo. Y mientras más misteriosas sean las palabras del hechizo, más profundamente actuarán en él."

Monumento a Marina Tsvietáieva en la ciudad de
Borisoglebsk. Fotografía de snekot.


Bibliografía:
El diablo. Marina Tsvietáieva. Edición y traducción de Selma Ancira. (Contiene: El cuento de mi madre. El diablo. La torre cubierta de hiedra. Las flagelantes. La casa del Viejo Pimen. Mi madre y la música.). Anagrama, 1991. 212 páginas. ISBN: 84-339-1141-4.
Los nombres de Antígona. Benjamín Prado. (Contiene biografías de Anna Ajmátova, Marina Tsvietáieva, Carson McCullers, María Teresa León e Isak Dinesen). Aguilar, 2001. 398 páginas. ISBN: 84-03-09241-5.
Confesiones: Vivir en el fuego. Marina Tsvietáieva. Presentado por Tzvetan Todorov. Traducción de Selma Ancira.(Autobiografía póstuma a partir de cuadernos y cartas de Marina Tsvietáieva). Galaxia Gutemberg / Círculo de Lectores, 2008. 598 páginas. ISBN: 978-84-8109-715-3 / 978-84-672-3020-8.
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Biografía
Diarios de la Revolución de 1917
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