Revista Televisión

Pequeñas anécdotas sobre las coleccones (I): ET. “Siempre estaré aquí… en el Parque Rivadavia”.

Publicado el 16 marzo 2011 por Queplanetageneroso

Pequeñas anécdotas sobre las coleccones (I): ET. “Siempre estaré aquí… en el Parque Rivadavia”.

Sí, regresa la actividad normal (o el calificativo que le quepa) al blog. Esta no será una entrada sobre chivos de ningún tipo, aunque quizás sí un cierto autobombo de su servidora. Pero vamos por partes: primero, el copyright. Esta serie de entradas se le ocurrió a Daniel y yo le hice unos pequeños retoques. Básicamente, se trata de varios posts llamados “Pequeñas Anéctodas sobre las colecciones” (con obvio homenaje sui generis) donde hablaré de algunos objetos relativamente extraños que tengo en mi colección.

En cada posteo se agruparán cuatro o cinco jueguetes/libros/juegos/revistas que llamen la atención sobre un determinado tema y servirán como punto de partida para contar el extraño modo en que llegaron a mis manos y, acá viene lo interesante, los datos puros, duros, objetivos y no por ello embolantes sobre el origen en sí de estas “reliquias de descarte” (ese fue un título que quedó en el camino).

De modo que ponemos segunda y así empieza esta primera parte, dedicada al mejor amigo no cuadrúpedo de los niños.

Pequeñas anécdotas sobre las coleccones (I): ET. “Siempre estaré aquí… en el Parque Rivadavia”.

ET de ATARI: Six feet under

Hay mitos que, de tan divertidos, es mejor no negarlos. No estoy haciendo ninguna ácida referencia a religión alguna, sino a esas historias urbanas, sean de la city porteña o del desierto de Arizona, que se pasan de boca en boca e Internet hace el resto. La historia cuasi mítica del ET de Atari y su funerario final comienza mucho antes de la Red, pero varios de los más purretes hemos llegado a ella mucho después de que ocurriera. El ET de Atari es el mejor ejemplo de cómo fundirse con la fórmula del éxito.

Situémosnos en el momento: 1983. La URSS lanza al espacio la estación MIR, Argentina enfrenta a Bélgica (y pierde) en el estreno del Mundial de Futbol, Felipe González gana la presidencia de España y Michael Jackson estrena una joya del cine bajo las manos de los geniales Rick Baker y John Landis. Detengámonos en este último, Jackson. Iba a ser un gran año para él, no sólo por el estreno de su mejor videoclip, sino porque un mes después de lanzarlo, se sentaría en una butaca de cine a ver ET. ¿Que no es tan importante? Mirá, mirá este post.

Ya me gustaría a mí tener el vinilo del audiobook que Jackson le grabó a ET por ser una especie de guía espiritual de toda una generación, pero lamentablemente me estoy desviando del tema. Mucho fue el merchandising que se lanzó a partir del exitazo que significó la película de Spielberg y ante tan multitudinario fanatismo por el extreterrestre, un videojuego parecía el mejor momento para seguir juntado el billetín.

Pequeñas anécdotas sobre las coleccones (I): ET. “Siempre estaré aquí… en el Parque Rivadavia”.
Todo estaba pensado, medido, no hacía falta demasiado para que la gente corriera a las góndolas a conseguir una copia del videojuego oficial de la película para sus consolas ATARI. Y, de hecho, lo hicieron. 1, 5 millones de personas rompieron el chanchito. Pero, había un problema: el juego era horrendo. Y esto dicho desde el mayor amor hacia ET y toda su parafernalia. Pero vamos a los hechos: se habían invertido más de 25 millones de dólares por los derechos de la marca y esto rápidamente se convirtió en un gasto absurdo.

ET no sólo vendió mal, sino que obtuvo críticas tan aplastantes que hasta se temió que la industria del videojuego nunca volviera a levantar cabeza. Y es allí donde abro un paréntesis y los invito a visitar un post de este blog en el que se habla más puntualmente del juego.

Ahora bien y siguiendo con la historia. ET de ATARI es, casi siempre, sinónimo de una misma escena mental que todos nos hemos creado. Hordas de creativos de videogames con los ojos inyectados en sangre y una mira láser apuntando a sus sienes mientras, pala en mano, entierran las copias sobrantes del juego. Así es, siempre se sostuvo que, al no tener qué hacer con el excedente, se enterró una buena parte de la tirada. Si esto es cierto, poco importa, ya es parte de la historia.

Y allí es cuando entra mi parte de la anécdota, ínfima sí. Hace unos tres años me encontraba en una de las, por entonces, semanales recorridas por la galería de juguetes usados del Parque Rivadavia. Entre Power Rangers despintados y Topos gigios impagables, apareció una cajita gris con el dibujo de ET y Elliot rodeados por un teléfono flotante. No podía ser. Al levantarlo, la situación mejoró: la caja tenía contenido y… estaba cerrada. Completamente. Nunca había sido abierta y una persona muy friki podría decir que todavía guardaba (y guarda, porque nunca lo abrí) el aire de 1982. Por suerte no soy tan friki.

El primer paso había sido un éxito: el juego estaba cerrado, por ende nuevo y en perfectas condiciones. La pregunta brutal, entonces. Eh, disculpá esto cuanto sale? (consejo: siempre decí “esto”, que no se note que sabés hasta la altura de ET). Venía el bombazo. Y, de pronto: Quince. Cuánto???. Quince pesos. Ocultás la sonrisa y mientras pensás para tus adentros “Dios me ama”, sacás un roñoso billete con la carita de Rosas y lo cambiás por los ojos pacíficos y midriáticos de un alienígena. Nunca mejor transacción.

Y acá está, bien guardado entre el CD Rom del juego de Cadillacs y Dinosaurios y la aventura gráfica de Indiana Jones and the Last Crusade.

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ET y el Planeta Verde: Aliens, go home!

Nos hizo crecer de golpe. ¿La pubertad? No, la imagen de ET abandonando a Elliot. Porque sí, lo abandonaba, en ese planeta hostil con adultos de llaveros ruidosos y cámaras de contención. Bueno, este mundo. Y así ET se fue, Spielberg mostró

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que es tan maravilloso y cruel como un niño y le dio el final justo a la película, ese que no queríamos ver. Y no hay escena después de los créditos o secuela fílmica que lo rebata. Y no, Lucas, no alcanza con ver a sus congéneres en el Senado Galáctico. Queremos saber qué pasó con ET!!!

El día que, revolviendo en una mesa de “Tres libros por 10 pé” en Mar del Plata, en el verano de 2009, encontré un librito en perfectas condiciones titulado ET en el Planeta Verde, supe que era una señal. Un día antes lo había visto en la Librería El Atril, a ocho pesos. Y, no muy convencida entre su dudosa calidad y el lomo despegado, volví a dejar en la siempre fiel sección infantil. Pocas horas después aparecía, otra vez, entre una pila de libros-clavo.

Pero… qué era este libro:

William Kotzwinkle había escrito la novelización sobre el guión que Melissa Mathison había escrito para Spielberg. Lo hizo, cabe decir, sin muy buenas repercusiones, pero no conforme se lanzó a una empresa mucho más extraña, escribir la secuela que el director nunca quiso filmar. Así salió este libro, en el que Kotzwinkle cuenta los hechos ocurridos inmediatamente después de que ET se sube a su nave y regresa con los suyos. Como dije antes, lo tengo hace dos años y todavía no me le animé.

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Aprender con ET: Los bosques sirven para esconderse


Hay una línea divisoria imaginaria que separa las librerías de usados de Corrientes donde pueden encontrarse cosas interesantes, de aquellas en las que siempre hay lo mismo. Esas que, pasando el Centro Cultural Rojas parecen sobrevivir por enigmáticos motivos ya que las agendas de Fabio Zerpa (no exagero) a dos pesos no parecen ser exactamente un boom mercantil.

Como sea, de vez en cuando se encuentran cosas de lo más raras en estas librerías repletas de clavos. Así ocurrió hace

Pequeñas anécdotas sobre las coleccones (I): ET. “Siempre estaré aquí… en el Parque Rivadavia”.
uno o dos meses, cuando revolviendo en la -amén- sección para niños otra vez, apareció un librito infantil titulado Aprender con ET. Fue publicado en 1982 y editada un año más tarde en Buenos Aires, por Little Simon, una editorial de New York primero y Vergara en su evrsión traducida (la que tengo).

Con dibujos de  Jody Wheeler (tarán!) y escrito por Lawrence Weinberg, este librito era parte de una colección que incluye Meet Baby Animals with ET. Lo llamativo de la lectura de 3 minutos que demanda este librito, son una serie de conceptos muy extraños. Por ejemplo: “Los bosques sirven… para esconderse!” dice en el primer epígrafe. Otros: Los armarios sirven para esconderse, Las niñitas son para quererte… y a veces para esconderse en los armarios. Pero bueno, todos hemos sido criados en parte por ET y bastante normales hemos salido. A las pruebas me remito. Momento…

Que la Fuerza los acompañe!

=Malena=


 


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