Todos los
habitantes del pueblo y sus alrededores, fueron avisados por el jefe de la
policía local. Un loco muy peligroso se había escapado de un hospital
psiquiátrico cercano. En su frenética huida, se había llevado por delante a un
médico, dos enfermeras, un celador, al encargado de mantenimiento, al guardia
de seguridad y a su perro. Se advirtió a los vecinos que cerrasen bien puertas
y ventanas, y todos los poseedores de algún tipo de arma, sería mejor que la
tuvieran cerca y en condiciones de ser utilizada en caso de necesidad. También
se insistió mucho, para que a nadie se le ocurriera salir de su casa bajo
ningún concepto, ya que de lo contrario, el riesgo de que aquella noche se
pudiera convertir en una orgía sangrienta, era realmente elevado. No
obstante, para calmar a los alarmados, a la vez que acojonados habitantes de la
localidad, el señor alcalde, había pedido ayuda al prestigioso coronel, jefe de
un cuartel del ejército cercano, y el competente militar, le garantizó que una
compañía con sus mejores soldados (auténticos especialistas en el combate
cuerpo a cuerpo, y curtidos en cientos de arriesgadas misiones, es decir, lo
que viene siendo, unas auténticas máquinas de matar sin piedad, en formato
humano), se iba a hacer cargo de la vigilancia nocturna del pueblo y sus
alrededores. Los vecinos podrían estar tranquilos, tenían la palabra del
condecorado militar, de que nadie iba a correr peligro esa noche, además un
hombre solo, por muy elevados que fueran sus instintos asesinos, no tenía
absolutamente nada que hacer, frente a un grupo de entrenados profesionales,
que eran sus soldados, famosos en el mundo militar por su enorme capacidad y
alto nivel de preparación. Y así fue, a la mañana siguiente, tal y como había
prometido el coronel, ningún vecino del pueblo sufrió el más leve rasguño, sin
embargo, no se pudo decir lo mismo de su compañía, aniquilada por completo
durante una especie de espeluznante ritual nocturno, mezclado con un espantoso
baño sangre, que dejaba a la vista el terrible espectáculo de ver los cadáveres
de su tropa, teñidos de rojo, muchos de ellos descuartizados. Brazos por un
lado, piernas por otro, vísceras desparramadas por el suelo, ofreciendo una
imagen de horror que superaba a la película más sangrienta, que un director de
muy retorcida y macabra imaginación pudiera rodar.
No hay enemigo pequeño, y
si además está loco...
Fran Laviada