Para vosotros. Para ti.
Uno.
Hay magia en el ambiente, en cada canción interpretada, en esa bandera de Zamora que presagia una descarga de metal importante. La noche es joven y la población de esta pequeña aldea ya no lo es, por eso nos aprecian, por eso reconocen que somos la salvación de una fiesta languideciente. En estado vegetal. A estas alturas, sólo el rock & roll puede salvarnos de la quema. Bebemos y brindamos, celebramos que seguimos vivos, que seguimos dispuestos en línea de salida, que somos capaces de sujetar una amistad que descansa sobre la lentitud de los años, de los años que apenas recordamos como un bucle, como una imagen llena de anécdotas e historias de abuelo cebolleta. Y no se termina. Y la vida son estas cosas, estas experiencias, esta afonía. Esos abrazos de despedida y el dulce sabor de la victoria. Del placeer cumplido. Hasta la próxima.
Dos.
Aterrizar en medio del cementerio y comprender que el cielo es tu lugar. Una sorpresa gigantesca, un detalle que avanza un pedazo de felicidad. El viento, aquel viejo slogan de te gusta conducir. El sabor cálido de la piel. Las fronteras a punto de ser pasado, un trocito más de la historia de la humanidad. No escribo historia con mayúsculas porque la única mayúcula es ésta. La nuestra. Ese pinchazo constante en el estómago, ¿aliento del ron o sorpresas y nervios? No veo la hora de salir de este agujero para ver el sol, para comprobar que en el lado opuesto del Océano también se puede soñar, al sol, con el tacto sedoso del amor.