Revista Educación

Pequeñas porciones de felicidad para padres cuarentones, señores con barriga y sujetos afines

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Pequeñas porciones de felicidad para padres cuarentones, señores con barriga y sujetos afines

Hace calor y me tuesto al sol sobre una hamaca (a algunos les basta esto para declararse manifiestamente felices). Es verano, cualquier día de verano, pero no me molesto en comprobar qué día del mes o de la semana es.

Enchufo los auriculares a mi móvil Samsung galaxy de cinco años y mi playlist reproduce aleatoriamente una vieja canción en la voz de velcro de Scarlett Johansson cuya letra en inglés apenas entiendo mientras pego sorbos a un dulce y exótico veneno que se comercializa bajo el nombre de Coca Cola de Vainilla.

Unos alegres y educados jubilados alemanes alzan sus manos al tiempo que pronuncian algo cercano a un buenos días y se dirigen a su rincón preferido de una piscina de los años 70 en la que se acogen por igual a extranjeros eremitas y ascetas que hace décadas huyeron del frío y a parlanchinas familias españolas que burlan con su actitud el espíritu originario de este paraíso conocido como Costa del Silencio en el que residen en situación de interinidad sin que, sorprendentemente, se desate el caos.

Una adolescente se hace selfis poniendo morritos para sumar más likes en Instagram, un par de gemelos pelirrojos de impronunciables nombres guanche y vasco nadan a crol y compiten por ver quién salpica más al tirarse de bomba.

A mi lado, mi mujer devora una novela en su e-book, mis hijos comen munchitos o polos de hielo y wasapean e intercambian memes con sus amigos.

De vez en cuando surca el cielo azul un avión, una bandada de palomas o una gaviota solitaria y una ligera y repentina brisa regula mis chakras devolviendo mi condición humana a la de un mero cuerpo inerte, autoimpuesto por mi voluntario reseteo.

Es entonces que, con las escasas neuronas que he dejado activas por si fuera necesario usarlas en una situación de emergencia, pienso que la felicidad no es (ni tiene por qué ser) un estado pleno, sino que se construye con pequeñas cosas o con inesperadas combinaciones.

En mi caso -el de un señor con barriga, un padre cuarentón y un periodista en proceso de invisibilidad- para alcanzar esas porciones de felicidad me basta con disfrutar, de vez en cuando, de una dosis de sur que me ayude a no perder el norte, con tener a mano un libro de letra grande y un blister de nolotiles, con escuchar los acordes de una evocadora canción y embriagarme con un extraño elixir fabricado a base de azúcar, cloro, rayos ultravioleta y factor de protección 50.

A mí, que quien me conoce sabe que son un tipo de gustos sencillos, me vale con no depender del calendario ni del reloj, con un paseo por la orilla del mar al atardecer, con una buena conversación, una sordera selectiva cuando alguien diga que con Franco se vivía mejor y un silencio reparador cuando proceda, pero, sobre todo, lo que me hace inmensamente feliz es mantener una generosa y respetuosa distancia de seguridad con los problemas y los chanchullos y que mi familia y mis amigos estén siempre a mi alrededor.

Pequeñas porciones de felicidad para padres cuarentones, señores con barriga y sujetos afines

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