-Revisando (que es gerundio) un clásico: La huella (Sleuth; U.S.A., 1972), de Joseph L. Mankiewicz. Si los duelos interpretativos de altura siempre han sido un elemento que ha dado muchísimo juego a la hora de erigirlos como gancho principal para atraer público hacia una película, el de ésta goza de todos los requisitos para poder ser considerado como uno de los más grandes que se hayan podido contemplar. Laurence Olivier y Michael Caine, envueltos en una trama endiablada de giros y retruécanos que se desarrolla en un entorno físico mágico y sorprendente: ¿hay quién dé más...? Cuenta la leyenda que las relaciones entre estas dos primadonnas a lo largo del rodaje no fueron muy diferentes a las que sus respectivos personajes viven en la trama de la película: si eso contribuyó a que los resultados fueran tan deslumbrantes como tenemos ocasión de comprobar mediante la contemplación de la cinta, gozos y albricias por ello -y ojalá cunda el ejemplo-. El producto final es, francamente, fabuloso, y de imprescindible disfrute (a ser posible, salvo impedimento insalvable, en V.O.). Ah, y huyan de versiones posteriores (más o menos confesas): hasta un director español, además novel -José García Hernández-, se atrevió a perpetrar, allá por el año 2000, algo que pretendía parecerse a esta película (Divertimento tuvo aquello por título), y, pese a contar en el papel de émulos de Olivier y Caine con dos monstruos de no mucho menor nivel, como fueron Paco Rabal y Federico Luppi, el fiasco fue morrocotudo. No debe ser tan sencillo, no...
- Recuperando (que es otro gerundio) un film actual: En la ciudad (España, 2003), de Cesc Gay. Tan decepcionante como me resultó su celebradísima película anterior, Krámpack (España, 2000), que me pareció aquejada de una cierta astenia poco congruente con su pretendido carácter rompedor, me ha resultado de gratamente sorprendente el descubrimiento de este muestrario de desorientaciones y despistes de la edad media urbanita que el director despliega a lo largo de un catálogo de imágenes elegantes, suaves y muy bien acompasadas con el sentido y la intención de la historia (o historias, para ser más exactos). Un trabajo que, como todo producto fílmico en el que pesa más el retrato de los personajes (dado que es ése, y no otro, el principal objetivo del narrador) que sus avatares concretos (meramente ejemplificativos a los efectos anteriores), se apoya fundamentalmente en la excelente labor interpretativa de un elenco consistente y equilibrado, pero en el que, aún dentro de un tono de bastante igualdad en cuanto a calidades, brillan sobremanera dos nombres en particular: Eduard Fernández y Mónica López. Lo de Eduard sorprende menos, porque es ya un monstruo consagrado, que, aún así, no deja de sorprendernos con un puntito más allá en cada una de sus (por suerte, muy frecuentes) comparecencias en pantalla; pero, en el caso de Mónica, estamos ante un ejercicio de contención de sentimientos que no está al alcance de muchas actrices. Habrá que seguirla, pues, muy, muy de cerca.
- El penúltimo (siempre el penúltimo, cómo no....) episodio de búsqueda de promoción gratuita para un producto cinematográfico a base de una polémica tan artificiosa como estéril (algo obvio, si no tiene otro objetivo tangible que ése, el de acaparar espacio en los medios de información sin aflojar una perra...): la campaña (?) lanzada por aquellos que se oponen a que el actor Daniel Craig se haga cargo del personaje de James Bond en la próxima entrega de la saga del ínclito detective al servicio de su graciosa majestad (para información más detallada, les remito a la reseña correspondiente en el blog del Colectivo Catacric, pulsando aquí). Aunque mi opinión sobre tal tipo de operaciones se puede desprender con facilidad del comentario que ya hago al hilo de esa noticia en esa misma reseña, no perderé la oportunidad de reiterarla en esta ocasión: un ejercicio de morro impecable (y una demostración de que ese tópico que reza que el hombre es el único animal que tropieza ¿doscientas mil eran? veces en la misma piedra, se trata de una verdad como un templo...).
- Aunque nunca he compartido esa admiración que, mayoritariamente (o, al menos, así se desprende de su magnánimo reconocimiento, en términos de premios y taquilla), suele sentir el público estadounidense por aquellas interpretaciones que cuentan como gancho principal con la profunda transformación física de sus protagonistas (algo en lo que gente como Robert de Niro, Daniel Day-Lewis, Tom Hanks o Charlize Theron han hecho, en estos últimos años, y por citar los casos, quizá, más representativos y reconocidos, auténticos alardes...), siento auténtica curiosidad por ver el aspecto físico de George Clooney en Syriana: es muy probable, incluso, que con un punto de envidia malsana, consiga abstraerme de la circunstancia de que se trata de algo coyuntural, fruto de un proceso de trabajo interpretativo, y llegue a pensar que al señor Clooney también le pasan esas cosas. Pero, claro está, lo suyo ya está arreglado, mientras que lo de otros, en fin... tengan ustedes feliz fin de semana, amigos lectores.
* Grageas de cine VII.-* Antecedentes penales (El viejo glob de Manuel) XV.-