Renaldo le acompañó hasta el ascensor exterior.
- ¿Lo has pensado bien? Aún puedes volverte atrás.
Aquel hombre joven, de cabellos rubios y mirada inteligente respondió:
- No, Renaldo, lo he decidido. No me preguntes porqué lo hago. Nunca volváis a buscarme.
El descendor le posó suavemente sobre la fresca hierba en medio de la noche. Se apartó unos metros de la nave y esta se alejó resplanceciente contra la noche estrellada.
Al amamecer encontró un camino. Poco tiempo después alcanzó a un muchacho que le precedía.
- ¿Falta mucho para Milán?
- Tres horas con este paso. ¿Es usted extranjero? -preguntó el muchacho.
- Sí, lo soy.
- Me dice cómo se llama, señor? - volvió a preguntar el chiquillo.
- Leonardo. Me llamo Leonardo Da Vinci.