La pelota se deshinchó al llegar a los 50º bajo cero imperantes en las capas bajas de la estratosfera, luego se sumergió en las nubes nacaradas y emergió sobre ellas bañándose por primera vez en los peligrosos rayos cósmicos que irradiaban el espacio sin protección atmosférica.
En el estadio el árbitro reclamaba impaciente otro balón, pero cada vez que arrojaban uno nuevo al campo este ascendía sobre las gradas como globos de helio el día de las olimpiadas. Casi inmediatamente los gorros de papel de periódico, las gorras, las almohadillas comenzaron a volar. Las bufandas multicolores se empinaban sobre los cuellos de los espectadores como serpientes encantadas por un flautista imperceptible. Un grupo de hooligans ingleses invadió el campo tras un sorprendente y atrevido salto de la valla circundante. Se preparaba un tumulto. Varios jugadores alemanes fueron agredidos entre aquella marabunta de miembros ingobernables. El nerviosismo estalló entre las fuerzas del orden. Efectuaron unos disparos de advertencia con sus armas y munición de goma. Su sorpresa fue mayúscula cuando cayeron brúscamente hacia atrás golpeando sus espaldas contra el suelo.
En Madrid, los coches volaban. En Valencia los bañistas contemplaban admirados como las olas se separaban del agua elevándose unos metros anes de caer en tromba como gigantescas cascadas en la orilla. En la granja del Tío Paco, en su Palencia natal, todas las gallinas habían echado a volar y se mantenían milagrosamente en el aire, volando como palomas. Esto le dejó tan impresionado que le empezó a doler la cabeza. Meditabundo se dispuso a subir los peldaños de la puerta de su casa para llamar al médico pero cuando apoyó el pié en el primer escalón si hizó sobre el suelo golpéndose con el dintel de la puerta. Imprevisiblemente no cayó al suelo desvanecido sino que se quedó pegado a lo alto del marco dando gritos como loco y pidiendo un sacerdote y confesión antes de morir.
En el África Ecuatoriana, toda una tribu de pigmeos circunvalaba el planeta a 31 km/s surcando en áerea formación océanos y continentes. Algunos de ellos, creyéndose pájaros-mosca, habían perdido el juicio y piaban felices.
En el Centro Inernacional de Estudios Gravimétricos reinaba el caos más absoluto. Científicos de batas blancas, policías y el propio presidente de la Nación yacían aplastados sobre el techo luchando por despegarse de la alta superficie. En medio de este racimo humano un policía tuvo la ingeniosa idea de disparar su arma contra la máquina antigravitatoria cuya inauguración le tocó vigilar. Apoyó firmemente sus pies contra el rincón donde se hallaba apoyado y disparó. La fuerte sacudida del retroceso le llevó a estrellarse primero contra el techo y después a caer, en el sentido clásico de la palabra, contra la consola de la máquina que empezaba a chisporrotear en ese momento. Sus 75 kg. alcanzaron los 10 m/s tras cinco metros de caída libre a gravedad normalizada. El brazo roto y las dos costillas fracturadas fueron los galardones recibidos por su heroicidad.
En el mismo instante una tribu de pigmeos voladores inició un involuntario descenso en picado sobre el mar. En la casa del tío Paco, este chillaba como un gorrino en San Martín colgado del dintel de la puerta y pidiendo la extremaunción. En el estadio Bernabeu un atrevido espectador que saltaba con gran ligereza la valla sintió que su salto se quedaba corto y las agudas agujas de la alambrada se le clavaban en el trasero. Cinco horas después aún caían sobre coches sobre las calles y tejados de Madrid. Los hospitales estaban abarrotados de contusionados y los psiquiátricos se colapsaban con urgencias de graves trastornos disociativos: "Complejos de hombre -pájaro", "psicosis de adelgazamiento repentino", "Síndrome del ángel", "aerofobia"...
A las tres de la madrugada, en el estadio vacío y silencioso, tras el fragor de una tarde de ambulancias y desórdenes una pelota de fútbol caía estrellándose contra el césped. Botó unas cuantas veces con golpes secos antes de quedarse inmóvil, levemente pesada, muy cerca de la línea de gol, en el mismo lugar donde tuvo lugar la última jugada del accidentado final del Campeonato del Mundo de Fútbol de 1978