Pequeños relatos de Ciencia Ficción-40: Los intelecvitas

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez
Hace aproximadamente tres mil millones de años los intelecvitas fabricaban esporas sin cesar. Durante más de un millón de años habían sufrido las más increíbles variaciones genéticas. Comenzaron, al parecer, como todos los seres vivos de su mundo: a partir de misteriosas esporas espaciales; más tarde evolucionaron a formas marinas fusiformes que acabaron conquistando las secas cortezas del planeta transformándose en animales reptantes hasta alcanzar formas humanoides. Habían llegado entonces a su etapa de esplendor intelectual en esos momentos que coincidían con la fase final de la expansión del Universo. Entonces comenzaron a degenerar: primero se hicieron anfibios, luego animales marinos y, ahora, simples bacterias que se duplicaban sin pausa para encapsularse finalmente dentro de resistentes envolturas. Los cuerpos celestes habían revertido su dirección de propagación en el Universo y se dirigían ahora con aceleración negativa hacia un núcleo en el espacio, de donde aún, emanaba cierta radiación de fondo. Las condiciones de vida en el planeta se endurecían más y más. Ya solo las esporas, acorazadas bajo una cápsula indestructible, sobrevivían a las temperaturas extremas y las destructivas radiaciones. Algo en su configuración genética les obligaba a desprenderse y lanzarse al vacía cósmico, a abandonar ese planeta a punto de estallar. Millones de esporas espolvorearon el Universo ocupando la vacía trayectoria de antiguos planetas.  
Toda la masa del Universo corría a concentrarse en un lugar lejano, tal vez en el lugar ancestral de su nacimiento. Se estaba produciendo una pulsación cósmica, un golpe de péndulo universal. 
El año 0,  un nuevo protouniverso reunía todo su volumen en una esfera de diámetro no superior a un centímetro cúbico. Esta densidad insoportable para la materia hizo que esta estallase. Una inflacción velocísima expansión el Universo Naciente  a distancias inconcebibles que aumentaron aceleradamente al ocupar posiciones en esferas virtuales progresando aceleradamente en el espacio. 5.000 años después una gigantesca bola incandescente barrió las órbitas olvidadas de antiguos planetas. Algunas de ellas fueron apresadas por la gravedad en el vertiginoso camino centrífugo de aquel cuerpo estelar. En el año 8.ooo una espora logró reproducirse sobre la hirviente agua sulfurosa de un joven  planeta.
En el año 13.000 los humanoides se afanaban, parapetados tras sofisticados telescopios, en buscar señales del origen de la vida en el Universo.