Una vez más, en Sexto Piso se encargan de rescatar parte de la prolífica obra de Pascal Quignard en una edición impecable. En este caso, se trata de una obra en dos volúmenes presentada dentro de un pequeño cofre de cartón forrado. Los “Pequeños tratados” proceden de un proyecto artístico que quedó interrumpido en la década de los 70 como explicaremos a continuación, y mantienen la vigencia en los temas que son característicos en el resto de obras del mismo autor.
Muchos conocimos a Pascal Quignard cuando en 2010 se presentaba la magnífica “Butes” a manos de Sexto Piso, una editorial de culto que camina con paso firme. La obra de Quignard se encuentra muy dispersa en multitud de publicaciones diferentes, y en concreto, estos “Pequeños tratados” no estaban disponibles en español hasta el momento. La traducción corre a cargo de Miguel Morey (“Deseo de ser piel roja”) y ese sin duda es un signo de calidad.
Ocho tratados barrocos
Esta obra está concebida como ocho tratados independientes que siguen de alguna manera un hilo común. La idea inicial fue publicar una tirada corta de lujo, que estaría ilustrada por un colega de Quignard, allá por los años 70. Por desgracia, Louis Cordesse, que así se llamaba el artista, murió antes de que el proyecto pudiera llevarse a cabo; una galería de arte publicó los tres primeros tomos y los otros cinco quedaron durante años en el cajón. Es por eso que la obra permaneció en el olvido y una de las pocas ediciones que podían encontrarse hasta ahora era una en francés en dos volúmenes y formato de bolsillo.
Quignard ha publicado en su mayoría obra ensayística, y el formato que nos encontramos aquí es un híbrido que lejos de encajar bajo la etiqueta de “citas filosóficas”, “pensamientos”, “pequeños tratados”, etc., se encuadra más rápidamente en el “estilo Quignard” que podrán reconocer sus lectores más fieles.
No existen lectores profesionales. No existen escritores profesionales. Lo que une a la madre con el hijo no es la relación del maestro con el aprendiz.
Se trata de ideas enlazadas que giran en torno a los temas que más le obsesionan. La escritura, el lenguaje y el silencio son algunas de las piezas clave de las que partir para empezar a comprender su obra, puesto que un trastorno relacionado con el autismo marcó sus años de juventud y la escritura fue la herramienta que le reconcilió con las palabras precisamente por no tener que pronunciarlas en voz alta.
Los límites del lenguaje
Encontramos por ejemplo muchas reflexiones acerca de la música, del origen de las palabras y sus significados bajo enfoques que difícilmente se nos ocurrirían, nos invita a pensar sobre los límites del lenguaje y el poder de los términos que usamos. También, por ejemplo, hay cabida para la historia del libro como objeto capaz de transmitir el lenguaje escrito, el origen de los signos de puntuación, o la relación de los hombres con los libros a través del tiempo, en un alarde de antropología, historia y sociología a la altura de la vasta cultura de este imponente autor.
Resulta difícil describirlo porque él mismo se esfuerza en resultar inaprehensible. Se trata de un virtuoso del lenguaje, un maestro con una cultura tan amplia que resulta abrumadora; alguien capaz de escribir casi sobre cualquier tema, trazar un sinfín de pensamientos errantes cazados al vuelo y no perder interés ni estilo en el intento.
Como referencia, podemos citar algunas de sus obras relacionadas como “El sexo y el espanto” o “El nombre en la punta de la lengua”, en las que también se recrea sobre las cuestiones relativas a lo que sucede antes de nuestro nacimiento y el secreto poder que encierran las palabras, temas que aparecen una y otra vez en sus escritos.
Por qué Quignard es uno de los grandes
Decimos que se trata de un autor genial, inclasificable y esquivo y como tal se refleja en una entrevista transcrita que recogen estos volúmenes: da la total impresión de encontrarse fuera del mundo real que los demás conocemos. Pero sin duda, lo que tenemos entre manos es un estallido de erudición, una cantidad ingente de referencias históricas, lingüísticas, mitológicas, antropológicas, etc., que consiguen dejar al lector exhausto. Por eso recomendamos leerlo en varias sesiones más cortas. Lleva al extremo el hablar con propiedad y es extremadamente cuidadoso en la selección de términos.
—¿Cuando escribe, piensa usted en la totalidad de los libros, en tal o cual biblioteca, en las estanterías en las que sus libros están ordenados?Pero por encima de todo, es absolutamente lírico, por lo que es una experiencia leerlo. Por eso la traducción en este caso era tan determinante. No es sólo que todo cuanto quede plasmado sobre el papel sea exacto sino que además posea sonoridad y ritmo. Magia. Por eso Quignard es uno de los grandes. Me fascina, y espero haber sabido transmitirlo.
—Pienso en un tono y una sombra. Y en una mirada que brilla, tal vez, atenta, en el fondo de este silencio. Como un animal que acecha una presa invisible. Y me engaño una y otra vez creyendo que destruyo la estantería a la que usted se refiere. Cuando escribo, me gustaría alimentar una ilusión como ésta: que presto oído al silencio que la lengua despliega por defecto, que renuncio a esta piel impregada de huellas y de sangres retóricas, que abandono la voz engrosada, la misma voz primera que abraza los timbres, las articulaciones y los ritmos convenidos (…)