Conceder demasiada importancia a la imagen, a cómo nos verán los demás, quebranta la autoestima y propicia miedos e inseguridad, además de incidir (muy negativamente) en la pérdida de referencias sobre uno mismo.
A todos nos aísla del mundo, puesto que tan sólo permitimos que se nos conozca desde una perspectiva, la única que proyectamos hacia los demás cuando nos relacionamos.
Muchas parejas, tras convivir durante décadas, descubren que no se conocen en lo mínimo, o en lo íntimo, aunque sepan al dedillo las manías y costumbres malas del otro.
Para proyectar nuestro verdadero ego, tenemos que conocernos. Lo que no es fácil, porque requiere la introspección y formular preguntas, a veces complicadas, a las que hay que responder sinceramente.
Atendernos, evaluarnos y apreciarnos, es el punto de partida para relacionarnos con los demás.