Perdedores fascinantes

Publicado el 19 mayo 2020 por Manuelsegura @manuelsegura

Hubo un sabio en la Antigua Grecia que definió el tiempo como la medida del movimiento entre dos instantes. Hay pequeñas cosas en la vida que te ponen ante semejante tesitura. Abres un día el congelador de tu casa y encuentras en su interior un rebozado de merluza que compraste tiempo atrás, que lo dejaste ahí esperando su turno, y ahora, al comprobar su fecha de caducidad, descubres que han pasado casi cuatro años desde que esta se cumplió en junio de 2016, por lo que su destino no puede ser otro que el cubo de la basura. Ocurre también cuando te escribe un compañero de mili, a través de una red social, para saber qué fue de tu vida en todos estos años y, ampliando la fotografía de su perfil, compruebas que ya no es aquel chaval con el que compartiste meses de insultante juventud en las dependencias del cuartel de un Regimiento de Infantería en Tarragona. Es cuando reparas en que quizá, al ver tu foto, él haya pensado lo mismo sobre ti.

La otra tarde volví a ver ‘Sinatra’, una película que en 1988 dirigió Francesc Betriu, con Alfredo Landa de protagonista. Se desarrolla gran parte de la trama en el barrio chino de Barcelona, con sombríos, foscos y atrabiliarios personajes, barnizados con la siempre resuelta música de Joaquín Sabina. Entre otras canciones figura una que se titula ‘Bolero triste’, un tema que el cantautor jienense compuso para la irrepetible Sara Montiel y que arranca con una demoledora estrofa declarativa: “Estoy pagando tan caro, corazón…”

Landa, tan poliédrico como versátil, es Antonio Castro, un perdedor nato, imitador de Frank Sinatra en lúgubres tugurios del Paralelo, al que abandona su mujer, tras lo que derrotado se precipita en los brazos de la tristeza y la melancolía. Recala en una pensión de mala muerte, sin dinero apenas, donde le ofrecen ser portero nocturno para evitar que lo larguen, y se inscribe en un club de corazones solitarios por correspondencia -con carta, sobre y sello-, el antecedente más directo de esas aplicaciones tan utilizadas ahora en internet para conocer gente. Viendo esta cinta, me convencí definitivamente de que hay seres que parecen haber nacido para perder. La sordidez del lumpen queda reflejada en una película que quizá no sea de lo más granado de la cinematografía nacional, pero sí un fiel retrato de esa sociedad que pretende retratar.

La fascinación que muchos sentimos por los perdedores en el cine quizá venga marcada porque los triunfadores suelen apestar a falsedad e impostura. Hay una escena rotunda en la imprescindible ‘Érase una vez en América’, de Sergio Leone, en la que un amigo le pregunta al personaje que encarna Robert De Niro, de vuelta a sus orígenes tras mil y una vicisitudes, qué ha estado haciendo en los últimos 30 años: “Acostarme temprano”, le responde, evocando posiblemente una máxima proustiana contenida en su emblemática obra ‘En busca del tiempo perdido’: “Durante mucho tiempo, me acosté temprano…”

Nunca nos hablaron en nuestra niñez de la belleza de la derrota, exaltando siempre el éxito como la única manera de ser alguien en la vida. Dice un viejo adagio que ningún barco debería hundirse nunca sin su capitán a bordo. Muchas derrotas suelen comenzar mucho antes de que estas se consumen, iniciándose con la sensación previa de que uno ya ha perdido de antemano. El azaroso Hemingway sostenía que un hombre podía ser destruido pero nunca derrotado. Él sabrá por qué lo dijo. Es posible que sea cierto eso de que el tiempo suele moverse en una dirección y la memoria en otra. Y que algunos, en ocasiones, ansíen poder matar al tiempo sin herir la eternidad. Para un eterno como Borges, hubo derrotas que contenían más dignidad que las victorias. Al fin y al cabo, él era argentino y sabía bien de lo que hablaba.

[‘La Verdad’ de Murcia. 19-5-2020]