Perdedores y Ganadores, o Transformadores

Por Av3ntura

Uno de los principios de la termodinámica establece quela energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.Si partimos de la premisa de que la vida es energía, quizá haríamos bien en reformular una serie de convicciones sobre nosotros mismos que nos permitirían entender nuestra propia existencia y la de los demás de un modo bastante más constructivo y menos derrotista.

En la naturaleza, nada es estable ni sedentario. Todo está en continuo movimiento, contruyéndose y destruyéndose, para volverse a construir, según los calendarios que marca la luna y los cambios de las estaciones. Podemos pensar que todo es caótico, o que esas continuas transformaciones están perfectamente orquestadas y siguen un orden que permite que todo esté en su sitio y todo tenga sentido aunque a veces seamos incapaces de dar con él.

La semilla ya lleva en sí misma el proyecto de planta en la que se acabará convirtiendo si nada le impide crecer. Esa planta, a su vez, cumplirá la función de alimentar a animales que se acabarán convirtiendo en alimento para otros animales o para los humanos. Y éstos, al morir, proveerán de nutrientes a la tierra en la que seguirán creciendo semillas para que nada se pare y los ciclos de la vida vuelvan a empezar. Por el camino de la vida, nada ganamos ni perdemos, sólo nos vamos transformando de forma incansable para ir adaptándonos con mayor o menor acierto a las circunstancias que nos esperan impasibles en cada tramo.

Nuestra meta es, en realidad, volver al punto de partida: volver a no ser para que otros puedan empezar a ser o seguir siendo.

Imagen de Mystic Art Design en Pixabay.
A veces nos dejamos llevar por nuestras emociones de rabia y descontento sin tener en cuenta la verdadera naturaleza de aquellos a quienes nos vamos a enfrentar y sin ser conscientes de lo que nos estamos jugando en realidad. De ahí que sea tan importante aprender a controlar nuestras emociones y a medir nuestras fuerzas, adelantándonos a los movimientos de nuestros adversarios y calculando las consecuencias de cada una de nuestras jugadas antes de materializarlas sobre el tablero de ajedrez. Un sistema precario y corrupto como el que nos engloba a todos no se puede combatir con piedras ni fuego, sino con inteligencia y sentido común, desde dentro y siendo realmente como somos y trabajando como sabemos hacerlo. Dando ejemplo y no copiando los errores de aquellos que corrompen el sistema. 


Muchas veces nos tomamos la vida como una absurda competición en la que pretendemos ganar siempre. No entendemos que ganar implica que otros tengan que perder, porque al igual que la energía, la riqueza tampoco se crea ni se destruye, sólo se transforma.

Hay personas que, por un golpe de suerte o por disponer de una información privilegiada, pueden obtener cuantiosos beneficios operando en bolsa. Si comparten su éxito con otras personas, éstas pueden pensar que, si invierten su dinero en los mismos valores por los que han apostado sus amigos, también correrán su misma suerte. Pero entonces van y lo pierden todo o ven cómo sus ahorros se les quedan reducidos a la mitad en cuestión de unas pocas horas o unos pocos días. Y no entienden por qué, de repente, esas acciones les han arruinado mientras a sus amigos les han hecho más ricos. Quizá porque nunca se pararon a pensar de dónde salía el dinero que ganaron sus amigos, ni entendieron que en la bolsa, para que unos ganen otros tienen que perder, porque el dinero no se multiplica como los panes y los peces. El dinero es el que es. Sólo se transforma, cambiando de manos.

Lo mismo pasa con las oportunidades. A veces nuestro éxito depende de que otros fracasen. Por ejemplo, cuando optamos a una plaza de empleo público, o nos presentamos a un determinado premio, o nos postulamos para cualquier oferta de trabajo en un portal de empleo. Por buenos que creamos que somos en lo que sabemos hacer, siempre habrá quien nos descarte como candidatos a ocupar los puestos que necesitan cubrir, porque siempre habrá quienes nos superen. Pero eso no implica que no podamos resultarles la mejor opción a otras empresas del mismo o diferente sector. De lo que se trata es de no aceptar la derrota a la primera de cambio, no permitiendo que ese primer descarte se traduzca en una etiqueta de fracasado que nos impida seguir intentándolo.

Tener un índice de más de un cuarenta por ciento de paro juvenil en nuestro país, el más alto de Europa, no es precisamente un aliciente para levantar la autoestima de nuestros jóvenes. Es una verdadera lástima que, siendo la generación mejor preparada académicamente de nuestra historia, se vean abocados a las migajas de un mercado laboral precarizado y corrompido por unas políticas del todo desacertadas.

Pero, por otro lado, se da la paradoja de que hay unos determinados puestos de trabajo que nunca se llegan a cubrir, obligando a algunas empresas a comprar las piezas que no pueden fabricar por falta de profesionales cualificados a otras empresas que están ubicadas en el extranjero, encareciendo el precio del producto final y haciéndolo del todo insostenible por la contaminación que generan esos continuos transportes de materiales desde la otra punta del mundo. Esas empresas, a la larga, no pueden ser competitivas y acaban echando el cierre.

Mientras contamos con jóvenes que tienen más de un título universitario y diferentes másters, también tenemos muchos otros jóvenes que no han logrado finalizar la ESO y no están haciendo nada o están consiguiendo trabajos por días sueltos, mal pagados y sin garantías de derivar en empleos más estables.

Como sociedad, hemos fracasado a la hora de orientar a las nuevas generaciones, no sabiendo evitar que algunos se apeasen del tren antes de llegar a la estación en la que deberían haber bajado y prometiéndoles la luna a otros que han dado todo de sí mismos, para encontrarse en medio de la oscuridad, sintiendo que la luna se ha ido sin ellos.

Es lógico que muchos de esos jóvenes decidan emigrar a otros países que les puedan ofrecer la oportunidad de demostrar lo que valen. También es lógico que se manifiesten en las calles, exigiendo cambios que nos puedan beneficiar a todos. Pero lo que no es lógico es que hagan de la queja y de la desesperación su modo de vida. Pues en todas las épocas los jóvenes lo han tenido difícil para abrirse camino y no por ello se han resignado a que se hablase de ellos como de generaciones perdidas.

Imagen de Pixabay que representa a distintas generaciones. Antes de esta generación actual a la que se considera perdida injustamente, han habido otras que han corrido la misma suerte. Sin ir más lejos, la de los jóvenes de hace justamente un siglo, que tuvieron que vivir la guerra civil española o la segunda guerra mundial. Todas las épocas históricas han conllevado sacrificios para demasiados jóvenes. Algunos se han dejado la vida por el camino. Otros, han tenido que renunciar a sus sueños. Pero todos han contribuido a que hoy sigamos existiendo como especie. Por lo que no deberíamos hablar de generaciones perdidas, sino de vidas transformadas en otras vidas o en otras de formas de vivir.


Nada se pierde ni se gana, sólo se transforma.

¿Para qué estudia la gente? ¿Para ser mejor o para tener más?

Si la respuesta es para ganar más dinero que sus padres y tener una vida mejor, teniendo en cuenta la realidad globalizada en la que vivimos, tendremos que empezar a cambiar el chip o lo pasaremos muy mal. Porque muchas voces comienzan a coincidir en que los jóvenes de hoy día serán la primera generación que, económicamente, vivirá peor que la de sus padres. Nos duela más o nos duela menos reconocerlo, esto es así, y cuanto antes lo asumamos, antes podremos tratar de seguir adelante. Porque no sólo los más jóvenes dispondrán de menos ingresos, también los jubilados de dentro de diez o quince años, dispondrán de peores pensiones de jubilación que las que tienen hoy[DJJ1] en día sus padres.


Desde la crisis de 2008, los salarios han bajado considerablemente y las cotizaciones a la Seguridad Social son menores. En cambio, el número de personas dependientes del sistema no ha parado de crecer. Hay muchas personas que llevan años sin trabajar, alternando ayudas no contributivas. No necesariamente son personas mayores ni poco formadas. Las hay de todas las edades y de todas las ocupaciones. Muchas de ellas no trabajarán nunca más. No porque el mercado laboral ya no las acepte, sino porque ellas han decidido rendirse. Mantener de por vida a esas personas está poniendo en peligro la continuidad de la Seguridad Social como la conocemos.

Lo más peligroso a la hora de enfrentarse a la vida es considerarse uno mismo un fracasado. Porque, llegado a ese punto, esa persona será incapaz de detectar una oportunidad aunque la tenga delante de sus narices. Cuando nos encerramos en una idea preconcebida de cómo debería ser nuestra vida y decidimos no aceptar ninguna otra posibilidad por aceptable que a otros les pueda parecer, estamos perdidos.

Haber estudiado derecho y no encontrar trabajo como abogado no implica que un joven tenga que sentir que ha fracasado. En el mercado laboral, hay muchos otros puestos a los que puede optar. Puede postularse para una vacante de administrativo en una asesoría, o de recepcionista en un bufete, o escribir artículos para una revista relacionada con el derecho, o muntar su propio negocio de venta o asesoría online. La cuestión es no cerrarse en banda, abrir la mente, ser capaz de ver otras opciones. Hoy en día, ya nadie aspira a quedarse en un mismo puesto de trabajo por mucho tiempo. La cuestión es tener la oportunidad de empezar y luego ya se irá viendo. Como decía Einstein de la inspiración “Si llega la oportunidad ideal, que nos encuentre trabajando”.

Hay personas que se llegan a poner un precio y se resisten a bajarlo. “Yo por menos de tanto al mes, no trabajo”. Es uno de los peores errores que podemos cometer en un mercado laboral en el que sobran universitarios y lo que faltan son oficiales de oficios que se están perdiendo.

Está demostrado que, cuando alguien está en activo, le es mucho más fácil encontrar un trabajo mejor que cuando está inactivo. Porque la mente, cuando está ociosa, se vuelve vaga en todos los sentidos y las oportunidades le pasan de largo, porque no está receptiva.

Es evidente que el sistema social al que pertenecemos no nos convence a ninguno de los que intentamos ver más allá de las apariencias. No es sostenible ni justo para nadie. Pero la solución no es seguir encasillándonos bajo las etiquetas de perdedores o ganadores, sino aprender a transformarnos y a transformar nuestras vidas en algo más digno de ser vivido. Cambiar los conceptos de ganar o perder por el de cooperar entre todos para que a todos nos vaya un poco mejor. Aprender a mirar más allá de nuestra nariz, viviendo una existencia mucho más sostenible, aprovechando nuestros recursos y nuestra formación en beneficio no sólo de nuestro ego, sino también de aquellos que nos acompañan en nuestra aventura del día a día.

¿Qué es mejor: pretender ganar mucho y no tener tiempo de disfrutar con los tuyos de todo eso que te puedes permitir o ganar lo justo pero aprender a sentir que no necesitas nada más, si tienes la suerte de poder pasar tu tiempo con aquellos que más quieres y hacer las cosas que te llenan de verdad?

Siempre habrá quien opte por no conformarse con la realidad que le ha tocado vivir y prefiera echarse a las calles para intentar cambiar un sistema que le obliga a sacar su peor versión. Manifestarse pacíficamente es muy legítimo y, gracias a ello, se han conseguido muchas mejoras en la vida de las personas. Desde la jornada de 8 horas, hasta el voto femenino, entre otros muchos avances. Pero cuando en esas manifestaciones se hacen un hueco la violencia desmedida y el pillaje, se acaba deslegitimando la causa por la que se lucha. Los observadores pasivos de dicha violencia enfocan su mirada en las pérdidas económicas que ocasionan esos altercados. Pero, ¿nos hemos preguntado alguna vez quién gana realmente con todo ese despliegue de imágenes de calles en llamas y establecimientos destrozados?

Dicen que, a río revuelto, ganancia de pescadores.

A veces nos olvidamos de que somos un país privilegiado, en el que nuestra situación geográfica nos regala un clima que atrae a millones de turistas cada año, por el sol, las playas, la enorme oferta cultural y las oportunidades de negocio. Muchos otros países europeos nos envidian y darían lo que fuera por tener nuestra misma proyección internacional. ¿Qué creemos que pueden pensar estos países cuando se hacen eco de esas imágenes de violencia en nuestras principales ciudades? Literalmente, se deben estar frotando las manos y gritando de júbilo, porque ven ante ellos la oportunidad de captar todos esos potenciales turistas y emprendedores que dejarán de venir a España por huir de esos escenarios de violencia y de inestabilidad política.

Sin turistas y sin emprendedores, nuestra situación laboral aún se hará mucho más precaria no sólo para los jóvenes, sino para cualquiera que intente llegar a fin de mes en nuestro país.

A veces, ser inteligente es aprender a contar hasta diez antes de meter la pata y acabar provocando un desastre aún mayor que el desastre del que pretendemos huir.

Dejemos de jugar a ganar o a perder. Reiniciémonos y aprendamos a transformar todo el potencial que tenemos entre todos en una realidad que nos sirva y nos enriquezca de verdad.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749