De niño,
no existía la noción de país.
Había unos columpios
para llegar a las nubes.
Había un sendero sinuoso
con yerbas, espigas y flores
a su vera
para llegar al río.
Había ocho cuadras
hasta el cuarto grado del colegio
para llegar a Lola, la de grandes pechos.
Había una plaza inmensa
con almendrones y mamones
para llegar a jugar “La lleva”.
Había un camino de tierra
para llegar a la melcocha tibia
del trapiche.
Ahora,
Los columpios oxidados chirrían;
ya no vuelan.
El sendero es avenida que vació el río.
Los pechos de Lola se secaron.
La plaza cría maleza y se quedó sin niños.
La melcocha se amargó.
Ahora sé lo que es un país,
porque lo perdí.